Por aquellas épocas sus padres estaban muy bien de trabajo, salud y economía. Aunque tenían poco tiempo para él; sin embargo no lo pasaba mal jugando al aire libre, andando en bicicleta, y practicando otros juegos que lo mantenían entretenido a la corta edad de seis o siete años. Poseía una gran destreza motora, producto de un entorno que lo invitaba a treparse a los árboles, hacer piruetas de todo tipo en los distintos espacios que el enorme club en donde vivían le ofrecía. Sin embargo, había visto un piano muy de cerca, había escuchado su sonido directamente ejecutado en él y automáticamente se sintió tan atraído hacia ese instrumento que les dijo a sus padres que quería tener uno. Esto sucedió cuando fueron a cobrar el alquiler de la casa del barrio que habían dejado temporalmente y cuyos inquilinos poseían un piano de pared, oscuro, antiguo y lleno de teclas.
Epaminondas se contuvo de correr hacia él, de presionar una a una esas enormes piezas amarillentas y negras que se ofrecían a la vista como una gran sonrisa de dientes gastados. Lo hubiese abrazado de haber podido, de hecho, pasaba a su lado rozándolo levemente con sus deditos mientras sus padres arreglaban cuestiones de la renta del inmueble. Luego de la ejecución de una pieza musical, ofrecida por la dueña del instrumento, quedó con los oídos y los ojos llenos de música y deseo.
Por primera vez les pedía algo a sus padres, un regalo monumental, mayúsculo, que le llenaba la vida, su corta existencia de niño. Y al fin llegó el día de reyes, el esperado, anhelado momento en que sus padres le darían lo que más deseaba en el mundo. Y al despertar encontró su minúsculo paquete, que también le permitiría hacer musiquita y jugar, un xilófono de juguete con doce chapitas de colores y dos palillos para ejecutarlas. Mientras sacaba de oído el Arroz con leche, el Feliz cumpleaños y otras piezas musicales para las que le faltaban sonidos coherentes golpeando una a una esas chapitas de colores diversos y brillantes; tenían auto nuevo.
Algunas cosas habrá aprendido Epaminondas por aquellos años perdidos, extraviados en el laberinto de su ser. Por empezar, comprendía que siempre había prioridades más importantes que sus necesidades y expectativas, por más fuertes y válidas que fuesen las necesidades de un hijo. Aprendió que sus sentimientos siempre podían postergarse, porque ya habría tiempo para atenderlos y además, eran cosas de chicos. Ya se le iba a pasar el entusiasmo.
Las necesidades emocionales y prioridades las deciden los padres sobre sus hijos.
Sin embargo, y dicho por su podólogo amigo, siempre le quedó pendiente una explicación clara sobre el significado de la muerte y aprender a tocar el piano, ya que de adolescente le compraron una guitarra criolla para que se deje de jorobar con lo del armatoste, total era un instrumento también y podía aprender igual, pero era tan dura y rústica que prefirió dejar el tema para siempre; y respecto de la muerte jamás se tocó el tema.
Quizás en base a estos episodios y otros muchos que desconocemos, descubrimos la fuente de su breve texto: “Sobre la falibilidad de los padres: una patada en el culo al futuro emocional personal y de relación de los propios hijos”. Intuimos, no sin fundamento, que además se sintió desprotegido, indefenso y en algún caso hasta rechazado por ser como era: un niño rebelde, de carácter fuerte y con grandes necesidades de afecto y atención.