La
piantada
Poemas
La mal dicha
El
precio de la nostalgia
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La mal
dicha
I
Mal dicha
Ni malquerida
ni mal amada
ni maldita
la malpensada
mal dicha.
Deshojando
una
margarita
de pétalos negros y
desplumando
-de
una
en
una-
la vestimenta
de pichón maltrecho.
Ni malquerida
ni mal amada
ni maldita
la malpensada
mal dicha.
II
Amores
Me gustan los amores
imposibles
inevitables
accidentales
dolorosos,
de entre
muchos amores
de todos los
posibles
eludibles
permanentes
dichosos.
A juicio
I
Juzgarás mi poesía,
este poema
floema
y
savia.
Una planta
de albahaca
en mi escritorio
no prospera.
Las reglas,
curvadas
y
las normas,
sometidas
al despojo.
II
Soy
la mal dicente
que a su antojo
quiere decir
dice mal
dice que dice
que siente
y
se condena.
Tan sólo una meta
metapoeta
vestida en su envase
desnuda de etiquetas.
IV
Vaivén
I
Voy hasta el principio
pero no lo encuentro,
vuelvo
a repasar los borradores.
Voy a repasar los borradores
pero no los encuentro,
vuelvo
hasta el principio.
II
Voy hasta el origen
pero no lo encuentro,
vuelvo
a recorrer mi vida.
Voy a recorrer mi vida
pero no la encuentro
vuelvo
hasta el origen.
III
Voy hasta mi infancia
pero no la encuentro,
vuelvo
a reconocerme madre.
Voy a reconocerme madre
pero no me encuentro
vuelvo
hasta mi infancia.
IV
Voy hasta mi no existencia
pero no la encuentro,
vuelvo
para hablar de mí misma.
Voy a hablar de mí misma
pero no me encuentro
vuelvo
hasta mi no existencia.
Es el vaivén
balanceo
y balances parciales
del trayecto.
Es mi ropa tendida
en un día de sol incierto.
Son los cotidianos trayectos.
Son el perro y la gata
la escuela, el trabajo, el sueldo,
el césped y las plantas
telarañas y polvo
arrugas y plancha,
es pensar en que no pienso
sentir que no siento
vivir que no vivo
gritar que no grito
soñar que no sueño
dormir que no duermo
no volar que vuelo.
Y el teclado espera,
se suspende
pende
hasta la noche.
VI
Y de pronto
-un disparo-
algo nuevo
sin embargo antiguo
despierta mis raíces
remueve mi tierra
lo encuentro
-íntimo reencuentro-
debajo de otro cielo
y dulcemente me atormenta
me moja,
me tiende al sol y al aire
y quedo balanceándome
de nuevo
como esa ropa
en el tendedero.
El
precio de la nostalgia
I
Antes fue el viaje
I
Llegué
para respirarte
Buenos Aires
para volar
un poco más alto.
Entonces
acometí
-indefensa y perdida-
con
un aleteo desesperado
la ventura
de haber caído.
Desamparada,
estafada por mi talento
y mi intelecto mezquino
soy un pichón mojado
de realidad.
Revoloteo en las baldosas
y dejo las plumas como señales.
Me animo a mirar
alrededor
y
arriba
las cornisas rascan al cielo
y coronan la desazón.
Ojos de pestañas blancas entornadas
-ni siquiera me ven-
con sombras negras de humedad y
hollín esfumado bajo los balcones,
ojeras de vigías olvidados.
Me animé a las puertas
de dinteles inalcanzables,
-búsquedas en vano-
me topé con rejas forjadas
enmarañadas como el viento
crispa al Río de la Plata,
demacrados portales
con voces de timbres
asordinados.
Me animé
a las
anchas caderas de los cruces,
avenidas intimidantes
callecitas amables y
cortadas malevas.
Mis pasos
no son suficientes
ni mis ojos
ni mi estima propia.
Capilares dispuestos
absorbieron nostalgia
en cada esquina.
Dramáticamente encandilada
por las luces ocres
de faroles testigos de su entorno,
por vidrieras fileteadas
-mesas viudas, solteras, huérfanas, abstraídas-
con aroma de café y papel de diario,
y en la calle el brillo ondulante
de adoquines veteranos.
Inhalé tango,
me humedeció el tango
y coincidí con el poeta.
Buenos
Aires tiene ese qué se yo
que no te deja retornar sin su locura.
Y así
ese qué se yo de dos por cuatro,
arrabalero y urbano
bailarín de tristezas
me impuso el retorno
necesario
y recurrente.
Volver
volver
volver.
II
De Buenos Aires
traje ausencias
ancladas en la memoria.
Fantasmas de San Telmo,
ensoñaciones del paseo Lezama,
herrumbre sin destino de La Boca,
rotundos desencuentros de Parque Chas,
espíritus bohemios del Tortoni,
la embriaguez de un bodegón,
filosofía de cafetín,
un rumor adoquinado,
y el revuelo de unas piernas callejeras
agitadas por resuellos de bandoneón.
Vacié las valijas
y tendí sobre la cama
toda la melancolía.
III
Estas alas escasas
a mi anhelo
me dejaron en
la tierra con
dos cielos.
IV
Dulce, placentera ausencia,
locura que hoy me aqueja.
Ahora tendrás que quererme así
piantada
porque a donde voy
y donde estoy
ya no soy del todo.
II
Ahora
I
Es posible
que me juzgues,
por estar, no estar
y ser en otra parte,
tal vez por desafecto.
Se nace por accidente
después de todo
nadie es perfecto.
Las raíces se expanden
en secreto
por terrenos fértiles
se afirman
existen
aún
sin consentimiento.
II
Me abrazo a la nostalgia
sin haber perdido nada
y por anhelar demasiado
algo o poco,
pero desearlo con desesperanza.
III
Nocturno
I
Debería dormir
echarme sobre la cama y
levantar las barreras
hundirme en inconsciencia,
pero sólo consigo
debatirme en imágenes
nadar denodadamente
en la imposibilidad de la nada.
De las cuerdas penden los recuerdos,
una historia rompe histérica
su útero de terracota
y leo un mundo sin escritura
en la fina línea
entre la sed
sin garganta,
sin agua
y un genio
encerrado en esa botella
que jamás alcanzo.
Aislada,
asilada
yo misma
me encierro
y no puedo dormir
no puedo
me quedo
con los párpados abiertos
el cerebro eléctrico
comandando funciones
y también disfunciones,
pensamientos
continuidad ilógica
interpretación inútil
soluciones estériles
que terminan en polvo
en las sábanas
en cansancio,
sin por qué
sin razones
ni motivos
polvo eres
y en polvo
acabarás.
II
En el cenicero
apagar la brasa
recortar mi tiempo
hasta desbordarlo.
Compañía de toses
-algo de muerte-
avispas en el pecho
garganta en hielo seco
hormigas laboriosas amenazadas en mi esófago.
Y mucha noche.
Sucio
el cenicero
siempre sucio.
Lavarlo es transgredirme
el humo es libre
yo esclava y condenada.
Me pregunto si los rulos del humo
se parecen al que torneo
con mis dedos,
los unos azules, blancos o grises
el otro
de fingido castaño.
Ambos
el hábito, el placer,
tener a mano un juego
ser uno mismo el juguete
de sus deseos.
III
Impotente
frente al nítido rostro
que lleva mis genes
no tengo respuestas
ni sólido andamio.
Débil
me comparo con la felpa rústica
donde mis expectativas
limpian sus zapatos.
No hay esperanza para ella
en mi
precaria
inútil
ánfora agrietada.
IV
Camino la pena
-aleteos perdidos
de
noctámbulo desventurado-
piso la cornisa
olvidé la risa
me opaco y brillo en llanto.
V
Me acuesto.
El colchón es de arena,
arena húmeda de río,
de río con dos orillas,
dos orillas como costas
donde vamos a encallar.
Perdidos.
Cada uno en su bote
botando hacia su margen
sin horizonte cierto,
nos dejamos llevar
por el viento
por el agua
por nuestros pensamientos.
Vos, los ojos cerrados
yo, los ojos abiertos.
Un oleaje de cobijas
nos revela como playas,
cuando huyen
y de a uno nos destapan,
ambos somos las orillas
-límites-
de la una
del otro
tan cerca del vacío,
en el borde mismo
del pretendido olvido.
Y una queja desnuda
las devuelve a brazadas
para uno y para otra
hacia su margen.
IV
Conciencia
I
Mi cuna está hecha
de
río pardo,
corrientes de limo
que fluyen ansiosas
para fundirse en plata.
Mis cobijas
-tan trémolas como estelas de barcos-
tendidas sobre bastidores de barranca y terrones,
de vez en cuando
en su curso
revelan alguna playa
de barrosas ancas.
La historia la abraza
le da la cara
la observa
y una gran nave
que porta el estandarte
de pronto la hizo visible
a tan distintas miradas.
II
Descubro que jamás me iré
del todo
mi historia pasa por historia y fondo
lecho, arena
arcilla y barro
soy
quien soy
de Rosario.
III
Vuelvo a nutrirme
y como el hornero
uso tierra, lluvia,
me oriento
por instinto
soy mi alfarero.
IV
imaginario o ideal
se nutre del cielo
si no está moldeado
en cieno.
V
accidentado
cuando no sabe de su
propio vuelo.
VI
Niebla de Riachuelo
bandeja servida,
voces perdidas
y eternizadas
recuerdos que no tengo
de lo que
no volverá.
Deseo primitivo
rebelde y baldío
uno vuelve,
entonces
uno vuelve
y vuelve
y ya no importan
las alas
los propósitos
y el boceto
se va desdibujando.
VII
Idealizo.
La fantasía
se despedaza en la razón,
la razón me advierte
que es un espejismo.
Entonces vuelvo
y vuelvo
y vuelvo.
La magia ilusiona
si guarda su secreto.
VIII
Ahora cargo
la conciencia de mi equipaje.
Me llevo la ausencia
de la letra ese
al final de los plurales,
de mis ojos acostumbrados
a ver todo más cerca,
de caras conocidas
en la geografía del pañuelo rosarino,
de mis palabras diferentes
para decir lo mismo en un bar,
de toda una vida
en una tierra
de profetas
-moldeados con tierra y agua-
que sí lo han sido
sin haberse ido.
Si me voy
llevo la ausencia de mi sangre
que me dice no.
VII
Despertando en el tiempo
I
Rosario guarda
mis
historias rotas,
pedazos de esperanzas,
aprendizajes,
arena en un cono sin vértice
arena que se trasvasa
grano a grano
-período menstrual
embudo vivo-
pérdida que se deposita,
breve montaña
de roca agredida,
desgarrada.
Caigo
y vuelvo a caer
y vuelvo.
Para caer
hay que elevarse
y eso es la vida
con alas desplegadas.
Es posible que
en la inmensidad de las horas
que transcurren,
cada segundo no exista
como no existe la vida más allá de la nada.
En esta vastedad de lo corriente
temo
por una ausencia infinita
que me aparte de mí misma.
Amor
cada instante acontece
con una celeridad oprobiosa
para mi finitud tan pronta.
Pago el precio
que impone la nostalgia
a menos que decida
olvidar las ausencias.
V
Somos vos,
ella y yo
y mi maldito hedonismo
que se complace
en la
melancolía.
VI
No somos tan distintos,
solamente más íntimos.
Busqué
motivos
porqués
de mi delirio
y nada sirve.
Demasiado íntimo
metido en mis venas
y descubro
que
siempre estaré incompleta.
Ser yo
no alcanza,
saber algo
no alcanza,
darse por entero
no alcanza,
desear fervientemente
no alcanza,
trabajar en lo que creo
no alcanza.
No es suficiente
no sirve,
no llega,
no cubre,
no paga.
Escribir desde el despojo
no alcanza,
desde el adentro
no alcanza.
Sin embargo
no somos tan distintos,
solamente más íntimos.
Queda la incertidumbre siempre del después
lo único certero fue mi vientre.
Seguiré caminando,
aleteando
ando.