Los textos de Epaminondas que encontrás en este blog, son la primera versión no editada de la novela corta, presentada con el título "Biografía Breve Desautorizada de Epaminondas Chazarreta" (ISBN: 978-987-33-0948-9). Como todo libro, posee sus borradores o primeros textos que consideré reformular para darle vida al personaje en formato libro. Estos textos originales los comparto, como una manera de apreciar la evolución del personaje y sus reflexiones.
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lunes 22 de marzo de 2010
Biografía: Epaminondas Chazarreta
Epaminondas Chazarreta
Breve biografía y obras
Autor cuya nacionalidad es bastante discutida ya que, habiendo nacido en la zona de la triple frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay, sus padres esperaron llegar a destino para anotarlo definitivamente en la provincia de Santa Fe, Argentina. Su primer lugar de residencia fue un barrio de la ciudad de Rosario, Barrio Belgrano, famoso por sus cuatro plazas y sus entonces calles de tierra, zanjas y vecinos sentados en la puerta ataviados con camisetas mallita de color blanco, pijamas anudados a la cintura y un mate en la mano. El trabajo de su padre lo llevó, a muy temprana edad a cambiar de lugar de residencia en la localidad de Pérez, un pueblito pintoresco lindante a Rosario en la zona oeste. Allí se crió en medio de la naturaleza, rodeado de canchas de fútbol, de golf, de básquet, de bochas, pileta de natación, y hasta un frontón de pelota paleta, muy famoso por entonces. Más tarde y nuevamente por cuestiones laborales de su padre, la familia volvió a Rosario y, finalmente, vivió el resto de su vida en la localidad de Granadero Baigorria, límite norte de la ciudad donde vivió anteriormente. Su escolaridad transcurrió en colegios privados católicos, lo que definió su ferviente ateísmo, el cual vemos reflejado en uno de sus textos inéditos titulado: "No te creo nada, no te creo más" cuyo capítulo más polémico fue "¿Vendiste la crucecita de oro que te regaló la abuela?"
De más está decir que su nombre real no era difundido, siempre utilizó ese seudónimo siendo fiel a su filosofía respecto de la trascendencia de su obra: No ser reconocido jamás por nadie. Por eso tampoco nunca editó nada de lo que escribió. Algunos de sus borradores fueron encontrados en una bolsa de residuos que utilizaba como almohada al momento de su deceso y el resto estaba oculto dentro del colchón junto a una foto de su amada.
Entre esos papeles hallados, estaba su ensayo: "Cosas de la convivencia", que no llegó a concluir pero del cual transcribimos el siguiente fragmento: "Siempre a destiempo, tuvimos que decirnos varias veces estas cosas. Sin sincronización. Si no eras vos era yo. Igual, pase lo que pase estarás siempre en mi mente. Pero esta canción tan simple, representa esos momentos; a veces de uno y a veces de la otra." Se sabe que se inspiró en el tema de Elvis Presley "You are always on my mind" y se lo dedicó a su propia y conflictiva pareja.
También se rescatan sus "Reflexiones sobre las moscas", "Se murió el ventilador" y "Cómo es posible que me guste escuchar a Gilda".
miércoles 5 de mayo de 2010
¿Caer o caerse?
Continuando con la investigación, hemos descubierto que Epaminondas era una persona -por así llamarlo- que tenía momentos de una brillantez espontánea, producto de sus largas noches de reflexión después de ver atentamente algún documental del History Channel o de la National Geografic, tal vez de Infinito y, por qué no, del Canal Rural.
Uno de estos episodios, surgió de su mente luego de ver y escuchar a Stephen Hawking hablando de su teoría del tiempo. Este brote de inspiración fue muy comentado en su entorno -conformado por don Crisóstomo Corbera, vecino y entusiasta lector de las mini obras de nuestro héroe y doña Gardenia Lopérgolo, matera incurable; ambos vecinos- quienes recordaron y recitaron al unísono la frase que fue recordada por mucho tiempo: "Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas empezaron a caer".
Previo recorrido comenzando con el exilio de Adán y Eva del Paraíso, a causa de una manzana del árbol de la sabiduría con la cual cayeron en la tentación por la serpiente; concluyó con el inmortal pensamiento que hemos mencionado que, como todos sabemos, también implica una manzana en el nudo de la cuestión. Nadie es capaz de hacer una interpretación unívoca sobre lo que quiso decir con esto, ya que en el papel donde fue encontrada finalmente la frase -luego de su fallecimiento- se veían borrosas dos letras al final de la palabra "caer", que definirían una línea de análisis: "se". Es decir: ¿caer o caerse?
Veámoslo de este otro modo entonces: "Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas empezaron a caerse". Frase de amplio espectro filosófico o chiste bien intencionado, el caso es que dio tela para cortar entre mate y mate con los vecinos.
Estas cosas tenía Epaminondas. El descubrimiento de si mismo a través de una frase simple y a la vez confusa; sea cual fuere, lo representa en todo su esplendor; lamentablemente él también cayó y se cayó cuando descubrió su ley. Ciénaga infame de sus escritos oscuros envueltos en bolsas de residuos, le sirvieron de cuna a la hora de volver al polvo; como si quisiera volver a nacer de polvo y letras. Volver a hacer de esos sentimientos bastardeados y ocultos, genuinos brotes de inspiración. Sólo un nuevo soplo de vida, nada más que uno le hubiese bastado. Eso dijeron don Crisóstomo y Gardenia mientras, al caer la tarde, llevaban sus sillas de regreso al comedor.
viernes 7 de mayo de 2010
Asombro; tal vez sorpresa no mencionada
Epaminondas no se daba cuenta de su verdadera situación en este mundo. Un mundo que lo cautivaba al mismo tiempo que lo ahogaba, lo castigaba y lo hundía. Más allá del tiempo y del espacio en el que la realidad lo había situado, lo que sí sabía muy bien es que debería, así como debió haber nacido en otra época; haber caído en el planeta Tierra, por ejemplo, en el futuro. Le pegó duro Hawking en sus últimos días de vida. El futuro le hubiese permitido obviar el pasado, lo cual lo hubiese llenado de alegría porque su vida le dolía demasiado. Claro que sin paradojas, un futuro limpio. Un futuro.
Ávido lector de obras de la literatura tanto universal como criolla, se sentía un poco el Ángel Gris o el Fantasma del barrio de Flores, o Dante cruzando por el infierno en vida. Posturas o imposturas ante las diversas situaciones que le ocupaban la existencia; reflejadas en otros textos tan dispares como la rebeldía de la precursora del punk o la certera poesía de Julia Prilutzky Farny; y tal vez, por qué no, las diversas novelas de propia gestión o recomendadas, excepto claro, las de Corín Tellado. Cuentos extensos y cortos, columnas y artículos de revistas, diarios y folletos de supermercado. Y hasta ahí todo bien; él creía eso al menos, hasta que vomitó su onceavo conejito. Quién lo hubiera dicho. Allá en el fondo de una de las bolsas en donde todos sus textos estaban en un bulto informe y arrugado, había diez conejitos que nadie había visto. Sí, la culpa la tuvo Julio desde el principio.
Triste tarea de retirar uno a uno los cuerpecitos peludos de esa bolsa grande sobre la cual yacía aún el cuerpo de Epaminondas. Estaban ahí en el fondo, junto con algunos inesperados papeles que los envolvían, roídos.
Alguien gritó en medio del murmullo de la gente que observaba con curiosidad la remoción de los restos: la cabeza de ese cuerpo inerte se había movido. Todos enmudecieron. Observaron callados y silenciosos. Inmóviles. En medio de los susurros que acompañaban la escena anterior nadie había oido el leve crepitar de la bolsa en que la cabeza reposaba. Un breve roer como el de una rata que trata de pasar desapercibida; un nuevo movimiento de la cabeza y un hocico rosado y rodeado de una blanca y brilante pelusa se asomó por el nudo deshecho. Movimientos laterales de naricita asomando al aire fresco, aunque un tanto viciado por el encierro y las consecuencias inevitables de ese cuerpo que se le hizo familiar. Asombro era la sensación general de los espectadores. La ternura no tuvo cabida en ellos durante los primeros instantes de luz nueva que ese pequeño ser, encerrado en una bolsa de residuos hasta ese momento, experimentaba al salir. Estáticos, lo vieron saltar sobre el cadáver y salir de la habitación, quizás buscando algunos tréboles que saciaran su hambre, o tal vez a encontrar una muerte rápida e inocente por desconocer que las ruedas infames lo aplastan todo sobre el pavimento.
lunes 10 de mayo de 2010
Heridas placenteras
Nadie sabía con certeza si la vida no le sonreía o él no le sonreía a la vida. Cuánta gente opinaba sobre Epaminondas y su final tan trágico como sorprendente por los detalles que rodearon su deceso y su transcurrir por este mundo. El conejo ha de haber continuado su vida, nadie se animó a atraparlo y quedó suelto por ahí.
Podría decirse que su completo ser era un solo detalle en sí mismo. Veamos. ¿A quién le importaba realmente lo que pensara o la manera en que él elaboraba sus pensamientos? Sí, era el loco lindo del barrio, como dijo un podólogo amigo del occiso dando en la tecla exacta para que la nota sonara fuerte y afinada en cuatro cuarenta.
Cierta ocasión en que ambos se encontraron para compartir cuestiones que no cambiarían en lo absoluto al mundo, encuentro pautado y escrupulosamente agendado para que el del podólogo tuviese tiempo en cantidad suficiente, ya que sabía que Epaminondas no se andaba con literalidades.
− Sacame el callo de la vida hermano.
Ahora sí. Se las vio feas aunque le resultó fácil darse cuenta de lo que estaba hablando su amigo; su profesión era justamente la que le permitía a sus pacientes caminar por la vida sin esos dolores insoportables que impiden dar los pasos con seguridad, incluso y aunque sea dar, simplemente, pasos. Se conocían desde pequeños, a pesar de las constantes mudanzas de Epaminondas de alguna manera sus vidas se fueron cruzando cumpliendo las leyes de la causalidad o casualidad según se lo prefiera.
Epaminondas se sacó la zapatilla, tuvo el cuidado de lavarse bien antes de salir, pero el adminículo protector de sus pies estaba sucio, por lo cual poco sirvió lavarse; aún así, el podólogo inició su trabajo con un rocío de alcohol y un toque de desinfectante perfumado.
Observó detenidamente la zona, tanteó el cayo, se rascó la cabeza y comenzó a raspar con la piedra pómez. Mientras tanto, el escritor hacía sus comentarios del caso; y su discurso comenzó por retomar algunas ideas que rondaban su mente y la estrujaban. El dolor, efectivamente, no le permitía caminar durante mucho tiempo por lo cual le quedaban siempre dos opciones: o decidirse a dar caminatas cortas, del punto A al punto B sin mayores riesgos; o bien, comenzar un camino que sería más largo, se detendría cada tanto a descansar y luego continuar, pero esto lo desviaba en realidad del punto de llegada. En cada descanso había una reflexión, un conocido, una charla y cambio de idea y… la meta le quedaba cada vez más lejos, más postergada y finalmente se quedaba en el punto B.
El caso es que el podólogo seguía raspando y, a pesar de su cuidadoso trabajo observó, no sin cierto pavor, que de la zona más delgada del callo se asomaba un pus amarillo casi amarronado. Levantó su vista para observar el rostro de Epaminondas, éste continuaba su discurso sobre las caminatas sin dar señales de dolor a pesar de que la piel comenzaba a abrirse y ese humor, poco a poco comenzó a fluir por la grieta reseca. Tenía un olor penetrante, nauseabundo se diría, un hálito mefítico difícil de disimular. Colocó algodón para absorber la mugre y recién ahí, cuando el fluido ya era incontenible, Epaminondas dejó de hablar. Se concentró en el dolor, comprobando su propio umbral de tolerancia, estoicamente; aunque al podólogo le pareció que lo disfrutaba, en silencio. Tal vez porque se imaginaba llegando a algún punto un poco más alejado del que había podido avanzar hasta ese momento, previendo que sin ese callo se animaría a metas más alejadas de su casa.
Debajo de esa dureza, había una vieja herida infectada, el podólogo se preguntaba cómo había podido sobrevivir su amigo con eso en el pie sin que su sangre se contaminara y la infección se dispersara por el resto de su cuerpo; la respuesta era un encapsulamiento que el propio organismo había utilizado como defensa. Cuando la podredumbre terminó de salir, quedó un raro hueco en la planta del pie. Decidió continuar raspando y romper esa cápsula, para que la carne comenzara a crecer en la zona vacía, pero sana.
− Asqueroso, ¿no? − Dijo Epaminondas.
− Bastante, para ser honesto, ¿sabías que esto estaba ahí?
Y Epaminondas efectivamente sabía que eso estaba ahí y algún día saltaría fuera de su cuerpo, porque cuando la herida comenzó, fue cuando escribió: “No existe mayor placer que el de rascarse una costrita en la piel. Esa cascarita hecha de uno mismo por una causa externa. Es un leve dolor que, al estimularlo, produce una complacencia comparada tan sólo con la acción de reventar una a una, las burbujas de aire de las bolsas para embalaje de artículos frágiles.” Y llevar esta filosofía a la práctica hizo efectivo el hecho de que esa herida se infectara quedando oculta en la carne, con una protección endurecida que, al caminar, era tremendamente dolorosa.
domingo 16 de mayo de 2010
Convicción, escepticismo y anacronismo
Parece ser que la vida de Epaminondas siempre rondaba sobre la misma historia de desencuentros, entre el tratar de ser feliz como se le ocurriese y al mismo tiempo sentirse respetado por ello. ¿Acaso nadie le creía? ¿O acaso nadie creía que pudiese ser coherente con alguno de sus pensamientos? Y también parece ser que murió sin saberlo a ciencia cierta.
Uno de sus seguidores, Crisóstomo Cordera, personaje que ya hemos mencionado aquí y que parece haber estado lo suficientemente cerca del escritor como para colaborar con datos valiosos para esta biografía, recuerda haber visto salir a la mujer de la cual supuestamente Epaminondas se había desenamorado; contra todos los pronósticos que aseguraban lo contrario.
La fotografía encontrada entre sus papeles, parece ser el testimonio de algo que también decidió preservar a su manera. Era ella o lo que ella representaba, o representó mientras duró. -Y le duró a ella-, según el vecino nos dijo mientras se rascaba el abultado abdomen con una mano y sorbía de la bombilla del mate que sostenía con la otra; sentado en su fiel silla y mirando hacia la nada, como recordando.
Ella era la imagen de un ideal que se había muerto hacía ya tiempo, llevándose consigo ese sentimiento que no se resignaba a dejar morir en él. Aunque estaba ahí, ya no sentía lo mismo por ella. Lo que lo movilizaba en un principio a continuar adelante con su vida fue perdiéndose poco a poco con el tiempo, la rutina, prioridades, acostumbramiento. Pero no fue fácil reconocerlo. Epaminondas tardó mucho tiempo en darse cuenta de que ese amor, por más que lo buscara ya no estaba donde debía o se suponía que debía estar. Es más, creyó que el amor era otra mentira a la cual la vida nos somete para hacernos sufrir de las maneras más atroces y eficazmente fatales.
¿Y cómo es que nuestro protagonista llegó a escribir desde sus “Loas al amor con tendencias enfermizas”, pasando por las “Prosas al supuesto amor recalcitrante”, para llegar a su máxima filosófica: “El amor es una jugarreta tendenciosa de nuestras propias debilidades, es un atentado al estado de calma, paz y sosiego que nos da la soledad cuando estamos bien con nosotros mismos; ergo, el amor no existe como sentimiento sublime, sino como una sublimación de nuestras propias carencias proyectadas en el otro”?
Quizás, tan drástico pensamiento lo mantuvo firme en la búsqueda de lo que en realidad permanecía dentro de él: ganas de volver a enamorarse.
Por eso tal vez nadie le creía, o al menos eso creía él. Su anónima novia no terminaba de creer que él le dijese la verdad acerca de que ya no estaba enamorado y se preguntaba cómo no podía amarla, si ella había hecho todo lo posible por demostrarle constantemente sus sentimientos. Pero de lo que no se dio cuenta, es que lo que ella creía que eran demostraciones de afecto, no lo eran para él. Muy por el contrario, Epaminondas recibía como sensación lo contrario a lo que ella creía dar. Y con el tiempo y a pesar de sus advertencias de que el amor se le terminaba y se le moría como a una flor con carencia de agua, aún así, seguía empecinada en demostrar su amor de la manera en que ella consideraba que debía ser; y no de la manera pegajosa y dependiente en que él la reclamaba. Equivocado o no en su manera de amar, a él se le murió el amor por ella, o tal vez la pasión o la idealización; no lo sabía.
A pesar de la confesión de desenamoramiento, ella insistía en no creer una sola palabra de lo que le decía, además de argumentar de mil maneras diferentes el por qué estaba equivocado en sus apreciaciones, en su errónea manera de interpretar sus actitudes hacia él, en su falta de objetividad para analizar las cosas, en su imposibilidad de olvidarse del pasado y empezar de nuevo ya que al fin, la mujer, de alguna manera reconoció no haber dado prioridad a sus reclamos de demostraciones de afecto. Diferentes prioridades, desencuentros en la forma de demostrar amor, historias e histerias guardadas durante mucho tiempo; acomodadas en la caja de Pandora que un día se abrió.
Ella encontró accidentalmente la llave de la caja de Pandora que Epaminondas tenía muy escondida, y no le fue fácil dominar lo que fue escapándose de ella cuando se alzó la tapa; al menos, en algún momento quedaría solamente la esperanza guardada allí.
En nuestro afán por ser lo más fieles posibles a esta historia, tratamos de investigar sobre el nombre de esta mujer a quien llamamos “ella”, y de otras maneras porque, hasta el momento, era un ser anónimo. Pero podemos ahora arriesgar un nombre posible, ya que en una de las discusiones de la cual fue testigo auricular el sedentario y atento don Crisóstomo, el escritor deslizó un nombre: Libertad; e inmediatamente después, ella salía de la casa.
Dispuesta a no resignar su convicción sobre el error en que Epaminondas insistía, presa de un enamoramiento que le haría tolerar cualquier desplante, Libertad, día tras día le insistía en ello con largos discursos y nuevas discusiones, a veces calmas y a veces no tanto; defendiéndose y atacando, aunque ambos usaban la misma estrategia. ¿Quién estaba en lo cierto? ¿Valía la pena tanto análisis? El caso es que uno de los dos planteaba que ya no amaba al otro, y el otro, el no amado, no le creía y sostenía que ya se le iba a pasar porque en realidad sí era amado por aquél. Epaminondas con su historia detrás; Libertad, con su vida hacia adelante. Ahora él necesitaba soledad y ella lo necesitaba a él; sin sincronismo tal vez en sus necesidades, ahora el tiempo a Epaminondas se le había detenido.
domingo 16 de mayo de 2010
Infancia de Epaminondas. Primeras pérdidas
Sabemos con absoluta certeza que, nuestro ambiguo sujeto de estudio, alguna vez fue niño. Y, por supuesto y para dar más rigor científico a la biografía que nos ocupa, nos trasladamos al barrio de sus primeros años para conocer el contexto físico y social que lo rodeaba. Las calles asfaltadas parecen ser el cambio más notorio, porque las zanjas están, las viejas construcciones con algunas modificaciones están. La ausencia de colores es lo que llama la atención. Una atmósfera antigua, sin aromas particulares, produce una sensación de tristeza y de nada a mismo tiempo. Los jóvenes parecen haberse esfumado, todos sus habitantes son de edad avanzada, de apariencia cansada y de hastío, a pesar de que no cambiarían esa vida por nada del mundo.
Nos entrevistamos con el señor Miguel Bragas –sí, reconocemos desde aquí la imperiosa necesidad que sentimos de cambiarle la identidad por respeto, pero el caballero lleva con orgullo su apellido- quien aún conserva su negocio, un almacén de barrio que, en sus buenas épocas daba la “yapa” y anotaba en la libreta del fiado. El pequeño Epaminondas iba a diario a buscar el pan, el vino y alguna otra cosa que no debían faltar en la casa. Dice haberlo conocido bien y que fue amigo de su propia hija, Alhelí Bragas –he aquí otra situación un tanto incómoda para nosotros, ya que, además, tenía grandes problemas gastrointestinales desde niña según lo comentado por su padre-
El problema que se nos presentó es que, aparentemente, el nombre no coincidía con el que él trató de recordar inútilmente. Pero por comentarios de Alhelí, que jugaba con él hasta que se mudaron, podría tratarse de la misma persona. De hecho la coincidencia está en los años en que vivió en ese barrio, luego se trasladaron a una ciudad cercana por un tiempo y más tarde volvieron a la misma casa, a la vuelta del almacén. Hablamos de una historia que le ocupó a Epaminondas desde su nacimiento hasta los ocho años, aproximadamente.
Conocer sobre algunas experiencias infantiles quizás arrojen luz sobre tan particular persona, tan anormal como cualquiera y tan normal como todas. Hubo muchas anécdotas de juegos, especialmente, pero lo que más nos llamó la atención fue la etapa vivida por el pequeño cuando antes de mudarse definitivamente del lugar, fallecieron sus abuelos maternos. Su madre, dio grandes muestras de dolor, por supuesto, pero difícilmente pudo manejarlo delante de él, quien no entendía demasiado qué sucedía realmente con ella.
En la vereda de en frente de su casa, vivía un señor que decía comunicarse con los muertos. Efectivamente, su casa tenía cuadros de un tal Pancho Sierra, un señor barbudo bastante tenebroso en su aspecto; y él lo sabía porque el médium le había prestado un libro a su mamá en donde estaba retratado el líder de la comunicación trascendental, transcorpórea, absolutamente inalámbrica; aunque parecía haber atado con alambre el pobre estado emocional de la mujer que se creía cuanta sarta de volátiles comunicaciones se le transmitían; sólo le costaba tiempo y un pequeño aporte a voluntad más la compra de algunas velas de colores y estampitas de diversos santos no muy conocidos. Época de grandes dudas para Epaminondas, a su mamá no le importaba nada más que hablar con la suya, a cualquier precio, y ninguna otra cosa. La veía llorar, desplomarse en la cama, se dio cuenta también que dejó de llamar mamá a su otra abuela para nombrarla justamente “abuela”, como él; y ya no la tuteaba a su suegra. Empezó a percibir en ella un vacío, un agujero que se le hacía insondable, que le negaba una sonrisa o una caricia o un abrazo; quizás algo de atención extra más allá de enviarlo solo a la escuela.
Antes de esos acontecimientos y salvando las distancias, Epaminondas ya había sufrido una gran frustración para con una pasión que había descubierto: el piano.
domingo 16 de mayo de 2010
Infancia de Epaminondas. El hombre del piano
Por aquellas épocas sus padres estaban muy bien de trabajo, salud y economía. Aunque tenían poco tiempo para él; sin embargo no lo pasaba mal jugando al aire libre, andando en bicicleta, y practicando otros juegos que lo mantenían entretenido a la corta edad de seis o siete años. Poseía una gran destreza motora, producto de un entorno que lo invitaba a treparse a los árboles, hacer piruetas de todo tipo en los distintos espacios que el enorme club en donde vivían le ofrecía. Sin embargo, había visto un piano muy de cerca, había escuchado su sonido directamente ejecutado en él y automáticamente se sintió tan atraído hacia ese instrumento que les dijo a sus padres que quería tener uno. Esto sucedió cuando fueron a cobrar el alquiler de la casa del barrio que habían dejado temporalmente y cuyos inquilinos poseían un piano de pared, oscuro, antiguo y lleno de teclas.
Epaminondas se contuvo de correr hacia él, de presionar una a una esas enormes piezas amarillentas y negras que se ofrecían a la vista como una gran sonrisa de dientes gastados. Lo hubiese abrazado de haber podido, de hecho, pasaba a su lado rozándolo levemente con sus deditos mientras sus padres arreglaban cuestiones de la renta del inmueble. Luego de la ejecución de una pieza musical, ofrecida por la dueña del instrumento, quedó con los oídos y los ojos llenos de música y deseo.
Por primera vez les pedía algo a sus padres, un regalo monumental, mayúsculo, que le llenaba la vida, su corta existencia de niño. Y al fin llegó el día de reyes, el esperado, anhelado momento en que sus padres le darían lo que más deseaba en el mundo. Y al despertar encontró su minúsculo paquete, que también le permitiría hacer musiquita y jugar, un xilófono de juguete con doce chapitas de colores y dos palillos para ejecutarlas. Mientras sacaba de oído el Arroz con leche, el Feliz cumpleaños y otras piezas musicales para las que le faltaban sonidos coherentes golpeando una a una esas chapitas de colores diversos y brillantes; tenían auto nuevo.
Algunas cosas habrá aprendido Epaminondas por aquellos años perdidos, extraviados en el laberinto de su ser. Por empezar, comprendía que siempre había prioridades más importantes que sus necesidades y expectativas, por más fuertes y válidas que fuesen las necesidades de un hijo. Aprendió que sus sentimientos siempre podían postergarse, porque ya habría tiempo para atenderlos y además, eran cosas de chicos. Ya se le iba a pasar el entusiasmo.
Las necesidades emocionales y prioridades las deciden los padres sobre sus hijos.
Sin embargo, y dicho por su podólogo amigo, siempre le quedó pendiente una explicación clara sobre el significado de la muerte y aprender a tocar el piano, ya que de adolescente le compraron una guitarra criolla para que se deje de jorobar con lo del armatoste, total era un instrumento también y podía aprender igual, pero era tan dura y rústica que prefirió dejar el tema para siempre; y respecto de la muerte jamás se tocó el tema.
Quizás en base a estos episodios y otros muchos que desconocemos, descubrimos la fuente de su breve texto: “Sobre la falibilidad de los padres: una patada en el culo al futuro emocional personal y de relación de los propios hijos”. Intuimos, no sin fundamento, que además se sintió desprotegido, indefenso y en algún caso hasta rechazado por ser como era: un niño rebelde, de carácter fuerte y con grandes necesidades de afecto y atención.
domingo 16 de mayo de 2010
Infancia de Epaminondas. Hombre de letras
Había un desequilibrio bastante notorio entre la calidad de la atención que recibía de su padre respecto de la de su madre, quien lo acercó a las primeras letras al punto de que, sin darse cuenta, estaba leyendo y escribiendo a los cuatro años, antes de comenzar el colegio, además de iniciarse en el placer por la lectura. Eso fue sumamente importante para él, pero no le alcanzaba; las decisiones seguían perteneciendo al rango de los adultos protectores de manera que los temas eran cuidadosamente seleccionados según el criterio de la protección materna. Demasiado. Ella hizo lo que pudo y eso lo hizo bastante bien, hasta que Epaminondas salió al mundo y comenzó a conocer otro tipo de textos más atractivos a sus intereses. En algún momento el ritual de la lectura materna fue abandonado, en algún punto en particular ella decidió dejar de leerle, tal vez fue cuando Epaminondas comenzó a hacerle preguntas. Aparentemente ella creyó que lo único que hacía con esas cuestiones era interrumpirla, se enojó tal vez, se cansó de las interrupciones y lo dejó leyendo solo, los libros que le seguía comprando.
En un fragmento del texto antes mencionado “Sobre la falibilidad de los padres…”, encontramos una pequeña referencia al análisis que él hacía de “Los cien cuentos más bellos del mundo”, en los que había desde cuentos clásicos hasta las no menos clásicas fábulas de Esopo. Andersen, los hermanos Grimm y ese “Anónimo” sin apellido como Esopo, hasta que hizo el correspondiente traslado de sustantivo propio a adjetivo con ausencia del sustantivo al que modificaba: autor.
Pero volviendo al comentario sobre esos cuentos, Epaminondas analizaba la inseguridad a la que estaba expuesta Caperucita, la incestuosa relación de la Princesa Piel de Asno con su padre del cual se escondía, las mágicas soluciones a los problemas de la realidad, especialmente en casos de enamoramiento como el de Aladino, la crueldad de los padres de Hansel y Gretel, que los mandaban al bosque porque no les podían dar de comer; y ni hablar del pobre Pulgarcito, y también reflexionaba sobre el terror de esos niños que protagonizaban tantas aventuras, por suerte, con final feliz. Nada nuevo bajo el sol, pero el caso es que lo que le molestaba era esa falta de cuestionamiento en su madre y la decisión de abandonar la lectura en vez de darle las respuestas que él esperaba. Siempre tenía preguntas para hacer pero nunca una explicación para su sed de conocimiento y de reflexión. Pero era muy chico para saber algunas cosas y cuando creciese, ya se iba a enterar de muchas de ellas. Por lo tanto, los niños tenían derecho a permanecer callados, y a recibir preguntas como respuesta: ¿Para qué querés saber eso?, ¿otra vez con esas cosas?, ¿por qué no me escuchás?, ¿te vas a callar?; y muchas más como ésas.
Al crecer, cayó en la cuenta de que debía entrenarse para hacer lecturas entre líneas. Le costó bastante y aún de adulto debió someterse a la falsa comprensión de algo connotado para no quedar mal delante de alguien más sagaz y suspicaz.
domingo 10 de abril de 2011
Epaminondas anda caminando como si nada le hubiese pasado nunca. En realidad, como pasarle, no le pasó nada tan terrible, como para que se transforme en una historia tan especial. Era y es un tipo simple, un tipo a quien el tiempo se le pasó tan rápido, que no pudo reaccionar sino hasta los cincuenta años más o menos. Todos diríamos que demasiado tarde. Actualmente, Epaminondas, suele llegar tarde a casi todas partes; suele quedarse, eso sí, con la última palabra en cualquier conversación, porque ya no hay nadie para contestarle.
Era un tipo tan buenazo, que todos le pasaban por arriba, porque era el loco lindo, el buen tipo que se quedaba sin nada porque lo daba todo, especialmente en los sentimientos. Siempre trataba de entender a todo el mundo, hasta que se dio cuenta de que era el mundo el que no lo entendía a él. Ahí fue cuando reaccionó. Hemos llegado al punto crucial en donde nuestro personaje muere. No se murió por el calor, no se murió de amor, se murió de mierda acumulada durante años. Callado, a los golpes desde chico, esa mierda terminó por acumulársele en la cabeza, en el corazón, en el cuerpo; se veía sucio por todas partes. La autoestima destruida, el miedo a ser obsecuente con quien él sentía que era y que le habían enseñado que ése no era, las indecisiones eternas que lo torturaban porque no podía decidirse por nada, la necesidad de aceptación en el otro que lo hacía aferrarse a la persona que se le acercara, demostrándole algo de afecto.
Epaminondas, terminó superado por sus pensamientos, nunca sabía cuál pensamiento era el correcto, así que, cada vez que escribía alguno, lo metía adentro de una bolsa de basura. Y allí estaban todos acumulados, cuando lo encontraron sin vida, estaba arriba de todos sus papeles. Epaminondas siempre se había preguntado qué era eso de los conejos de Cortázar, en Carta a una señorita en París; una vez, se había atrevido a una interpretación propia, en la escuela, sobre qué representaban esos conejitos que el tipo del cuento vomitaba. La profesora lo sacó de la clase. Dijo que era un impertinente, desgraciado, que se creía mucho tratando de pensar distinto a los demás, mucho menos si pensaba diferente a ella. Y lo peor, según la profesora, era que le estaba faltando el respeto. "¡Irrespetuoso!", le gritaba, mientras lo empujaba hacia la puerta del salón, y le ordenaba que fuese a la dirección.
Efectivamente fue a ver al director, fue tanto el escándalo que se armó en la escuela, que los compañeros de Epaminondas se subían a los bancos, saltaban por todo el salón como conejos, justamente. Emponchados conejos de uniforme azul.
El director comenzó a indagar en el problema. Mandó a llamar a la docente que lloraba desconsoladamente, en medio del escándalo general; una de las monjas del colegio tomó su lugar en el aula y ella acudió al llamado. Antes de entrar, se limpió los mocos que le chorreaban, de verdad estaba muy mal la señora, que no era muy mayor, para nada, a lo sumo tendría la edad de Epaminondas cuando murió.
Estaba en tercer año y la profesora de literatura, tenía el discurso ya definido en cuanto a la interpretación de los textos: "Esto quiere decir tal cosa." "El autor se refería a que tal otra." "Con estas palabras el escritor simboliza a..." Y eso, a Epaminondas, le pareció siempre una paparruchada, es decir, puras estructuras que les servían a los intelectuales, para hacerse los dueños de la literatura y el pensamiento universal.
El director le preguntó, entonces, qué era lo que había dicho que la profesora se desgarraba la camisa, abotonada hasta el borde de la tráquea, se levantaba la pollera, dejando que se le vieran los calzones rosados, se sacaba las medias y le quedaban expuestas las piernas peludas; una verdadera escena bizarra. Simple y sencillamente, Epaminondas, le había dicho que los conejitos eran todos, de alguna manera, manifestaciones de la libertad, en ese personaje que no podía manejarla, porque se encontraba entrando a una sociedad cerrada por parámetros de orden establecidos, por el poder que reprime. Los vomitaba y los escondía, y estaba seguro de que, si los dejaba vivos, iban a terminar destruyendo el entorno, entorno del cual estaba convencido que era como debía ser; pulcro y ordenado. Por eso los mata y se mata, únicamente, si nunca manifestaba lo que le pasaba, si nadie descubría que esos conejos eran pensamientos de libertad y él moría, nadie podría culparlo por pensar diferente. Pero sin embargo, dejó esa carta, alguien lo sabía, en París.
El director inmediatamente lo expulsó de la escuela, también había comenzado a romperse la ropa, mientras lloraba a lágrima y moco tendido, tirado sobre la bonita alfombra de su despacho. La profesora, se le tiró encima al director y comenzaron a revolcarse en el piso. Epaminondas se retiró del lugar y ellos, docente y directivo, se amaron escandalosamente, ocultos en el cuarto, en medio del escarnio general del resto del estudiantado.
Por eso, creemos que Julio tuvo la culpa de la muerte de Epaminondas, sin embargo sabemos, que uno de los conejos que salieron de su bolsa de residuos, llena de papeles, anda vivo todavía por la ciudad.
domingo 16 de mayo de 2010
Un tipo decidido, o más o menos, tal vez
¿Habrá muerto realmente de calor? Una causa que podríamos llamar natural, viéndolo con simpatía. Epaminondas yacía ya sobre la camilla que lo trasladaría hasta la morgue judicial. Era una persona joven y, aparte del callo, nadie sabía si padecía alguna enfermedad o afección que lo llevara a una muerte tan prematura; al fin y al cabo tenía cincuenta años nada más y físicamente representaba menos edad de la que en realidad tenía.
¿Habrá decidido su muerte? Tal vez, por no soportar las constantes presiones de Libertad recordándole a cada momento que él aún la amaba y no quería reconocerlo. Eso no parecía excusa suficiente para una decisión semejante. O tal vez era muy débil para terminar de decidir quién de ellos tenía razón. Y al no encontrar una salida en esa relación, encontró una salida para sí mismo. Al menos eso creía.
En muchas ocasiones había decidido dejarla, pero algo lo impulsaba a continuar con ella. Temor a lo desconocido, a lo que no pudiese conocer, a lo nuevo; no lo sabía. Hacerle daño era lo que menos quería, por supuesto, pero se daba cuenta que seguir con ella los dañaba a ambos. Epaminondas era un tipo fiel, sincero, demasiado sincero y con pocos pelos en la lengua para con ella. Si hubiese sido más hipócrita ella estaría feliz y él haciendo de las suyas buscando el amor que ya no encontraba en ella.
Pero ¿qué era lo que buscaba realmente? Creemos que lo que nuestro amigo buscaba en realidad era terminar con todo su pasado y comenzar de nuevo. De cero. Desde su familia hasta su relación con Libertad. Íntimamente creía que podía ser feliz, pero necesitaba borrar todo y estar solo; o bien haciendo lo que quisiera sin dar explicaciones a nadie. ¡Qué costumbre la de atarse a otro como si fuese una muleta! ¡Qué costumbre ésa de dejarse convencer por la insistencia del otro y hacerse carne de la idea de su incapacidad de decidir correctamente y ser siempre el que está equivocado!
El caso es que tomó su decisión, y ante los reclamos de su novia que no quería dejarlo, optaron por continuar disfrutando de una especie de amistad con derecho a roce. Y funcionó un tiempo. Poco. Tampoco le gustaba estar así aunque lo pasaban muy bien juntos. Pero apenas la cosa tomaba nuevamente visos de formalidad, todo comenzaba a ser como antes. No había caso. No había amor de una parte y había cierto egoísmo de la otra.
“El amor, para muchos, es un sentimiento que despierta el egoísmo más abyecto que se procura el bienestar propio a costas del otro amado. No piensa en el otro más que en función de mantenerlo cerca a cualquier precio, inclusive, la infelicidad de la otra persona. Ese amor es absolutamente egoísta, no le importa lo que el otro sienta mientras éste esté satisfecho con su objetivo alcanzado. Ese amor no sirve más que para satisfacerse a sí mismo, creyendo, además, en lo sublime de su obra que lo soporta todo para sostenerse en su meta.” Esto lo escribió Epaminondas tratando de explicarse la actitud de Libertad, e inmediatamente trasladaba ese comentario a su propia manera de sentir el amor: “Cuando ese sublime y a la vez carnal sentimiento nos atropella como una locomotora fuera de control, nos destroza para volver a armarnos como un rompecabezas de mil piezas, nos deja dando vueltas sobre un único eje: la persona amada; cuando esto sucede, el desprendimiento de uno mismo debe ser el arte por excelencia, una virtud que permita al otro sentirse seguro y en libertad de decidir si desea ser amado de esa forma y si es capaz de amar así. Ese amor es respetuoso de sí mismo y del otro, y se basa en la auto confianza y el feedback y no en el ataque a la autoestima, las necesidades y los sentimientos heridos. Ese amor se banca la libertad de elegir del otro y se satisface en la felicidad de aquél, no solamente en la de sí mismo.”
De cualquier manera seguía pensando en la posibilidad de que Libertad tuviese razón en cuanto a lo que él en realidad pensaba y sentía, es decir, que decía una cosa pero en realidad sentía otra, que estaba de alguna manera afectado por su historia y que debía resolver primero aquello en vez de romper con ella, que lo amaba y lo comprendía como nadie en el mundo jamás lo hizo y lo hará. Pero la decisión estaba tomada. Aunque comenzó a sentir algún temor que intentó tapar de alguna manera, para no volver atrás en su determinación.
Sí, él tenía una historia, por supuesto; pero lo que está claro es que la duda y la indeterminación, incluso la ambigüedad fueron las que la construyeron. Pero en base a los diversos datos que tenemos, no podemos definir a ciencia cierta si decidió quitarse la vida, si su muerte fue accidental e incluso, hasta el cuerpo que parece estar sin vida, en esa camilla, delante de nosotros, nos hace dudar de que realmente Epaminondas esté muerto. Quizás no sabe qué decidir, si seguir la luz o volverse y empezar de nuevo, a pesar de las apariencias.
jueves 17 de junio de 2010
¿Mito? ¿Leyenda? ¿Realidad?
Cosa extraña esta que relataremos a continuación; extraordinaria podría decirse ya que lejos estamos de creer en milagros. Sin embargo, el suceso nos dejó anonadados, se diría que hasta abatidos y sin habla. En medio del trabajo de investigación sobre la vida y la muerte de nuestro sujeto de estudio, resulta que Epaminondas, se nos apareció de pronto dejando miradas aterradas, desconcertadas. Devastación total. El trabajo perdió credibilidad o pasó a ser el relato de un mito viviente, un recuento de recuerdos de este poco ilustre hombre que esa tarde, mientras íbamos en búsqueda de nuevos testimonios, se presentó de cuerpo presente; así, sin más que un "buenas tardes" como si nada fuese. Y nada fue en realidad porque así como se nos presentó, se fue. Sin mayores explicaciones del caso.
Lo cierto es que ese día, la búsqueda estaba inspirada en una de sus frases sobre el amor, tomada de su escrito “Loas al amor con tendencias enfermizas” anteriormente mencionado, que dice lo siguiente: "¿Por qué los sentimientos nos joden el corazón? El caso es que la frialdad debe ser parte de cada una de nuestras entregas. Dominar los impulsos es todo un arte, dejarlos fluir también; controlar los celos es una lucha constante contra el egoísmo. Dejar libre lo que se ama, es en un acto de lógica conquista de una virtud. Pero duele, y el ibuprofeno no sirve para estas cosas."
Comenzábamos a creer en un suicidio, Epaminondas era... perdón, "es" un tipo que tenía sus momentos de brillantez reflexiva -ahora no lo sabemos con certeza-. Es más; no sabemos si continuar con este trabajo o comenzar de nuevo. O tal vez lo dejemos como está. Bueno, no lo tenemos claro todavía.
domingo 4 de julio de 2010
Reformulaciones de Epaminondas
En fin. Dejando atrás nuestra frustración por un trabajo desacreditado luego de la repentina aparición de Epaminondas, hacemos saber a los lectores que hemos decidido continuar con el seguimiento de este personaje que no tiene nada de particular, que no es ilustre, que es un desconocido, pero que ha experimentado algo digno de estudio; al menos es de nuestro interés. Lo vimos muerto. No estaba muerto. O tal vez murió y resucitó, hay testimonios de muchas personas que pasaron por la experiencia, lo cual no indica que así haya sucedido con él. Eso todavía está por verse. Pero lo interesante es que ya está dejando testimonios escritos, producto de sus nuevas experiencias en esta vida que lo sorprendió un poco perdido. Evidentemente está buscando ser. Eso simple y complicadamente. Ser. Y no es la publicidad de nada light -si se nos permite la referencia para despegarnos del bombardeo mediático-. Ser.
¿Qué nuevos pensamientos podremos conocer, habrá cambiado en algo su manera de pensar? ¿O acaso nunca pensó realmente?
Luego de su paso por un formidable bar, nos tomamos el atrevimiento de quedarnos con una nota escrita por él en el reverso de la cuenta, que decía: "No tengo un mango para pagarte, hermano, pero te dejo esto: 'Las manzanas y las personas no solamente caen por su peso, sino porque están maduras, listas para que la ley descubierta por Newton haga lo suyo'. De nada."
El mozo del bar estuvo a punto de salir de pique a buscarlo de los pelos pero logramos detenerlo a tiempo, para evitar una tragedia. En medio de los improperios -no justamente los de viernes santo- tratamos de demostrarle la importancia de ese papel, el valor intrínseco adquirido a través de esas palabras que Epaminondas dejaba como pago. Al mozo no le importó un zoquete. Le pagamos y fin del asunto.
jueves 16 de junio de 2011
¡Piedra libre a Epaminondas!
Epaminondas anda medio perdido, tratando de sobrellevar el tiempo en su cabeza. Esta situación lo hace pensar en qué será de su vida, así como es él, un tipo improductivo para el mundo. Aclaramos que esto último, la idea de la improductividad, viene del concepto capitalista que el pobre Epa ha internalizado y, de alguna manera, viene a jorobarle la existencia, porque le cuesta mucho asumir su mirada del mundo, como algo no dado para siempre. Es duro luchar en contra de la corriente, patear en el agua, tirar puñetazos o correr en las pesadillas; en fin, una lucha interna y externa que solamente pocas mentes lúcidas reconocen sin que les generen tantos cuestionamientos. De vez en cuando es bueno dejar que la corriente fluya y acompañar el rumbo apoyando el remo en la superficie del agua sin remarla tanto.
Entonces, piensa que, si lo que tiene son palabras; lo que quiere, es vivir de ellas. ¿Cuánta gente no puede escribir una nota, una carta, un comentario? Resulta, que por un comentario de esos que relojea, desde su interacción en la red social de los rostros, porque Epaminondas tiene una ventana cibernética al mundo en el refugio en el que vive de prestado, o por derecho adquirido, se enteró de que hay gente que ya ha estado incursionando en el terreno de las “epístolas ajenas”. Así que desde hace un tiempo comenzó a ofrecer con más énfasis sus servicios como escritor. Cartas, cartas de amor, de desengaños, de abandono o despedidas sin besos. Cartas de felicitaciones por logros obtenidos, cartas jurando fidelidad o infelicidad. En fin. Cantidad de cartas comenzó a escribir como modelos, más o menos estándar, para ganar tiempo por si le pedían muchas al mismo tiempo. Para mujeres y para hombres, en algunos casos arriesgando nombres y apodos comunes, como Susana, Lucía, Osito, Cielo Mío, Porota y Ñata. El eslogan: “Todo lo que no puedas expresar, Epaminondas te lo escribe, de puño y letra por si tenés mala caligrafía. Una carta artesanal no produce el mismo efecto que un papel tipeado.” Largo el eslogan, demasiado para decirlo rápidamente. Como el bunker lo trasladó al bar del Turco, éste le sugirió algo más práctico, más... “acesible al público”, como dice él: “Decilo como la gente, decilo; te lo escribe Epaminondas.”
Eso sí, sería necesaria la documentación adecuada, con fotos de la persona a quien se dirigiría, a menos que ya la conociese, pero básicamente algunos datos fundamentales como edad, contextura física, algún defecto que no permitiese usar algún texto que pudiese herir susceptibilidades, por supuesto. Como era el caso de un señor, que le encargó una carta para una mujer de la cual estaba enamorado, y a la que ya se le había declarado en reiteradas oportunidades, sin mayor fortuna que un rotundo y enfático “No”. Lola se llamaba, se llama, mejor dicho, porque no ha muerto aún hasta este momento. “Lola, como tarareo debajo de una llovizna de verano; Lola, Lola, Lola, Lola, como oleaje de deseos que se acercan y se pierden en la arena de tus negativas...” De este tenor fue la carta para esa mujer, no sin cerrar esa nueva declaración con un: “Sería capaz de matar por usted, por su amor y su compañía”. De cualquier manera, Epaminondas supo que no funcionó la carta porque hubo un detalle que el señor que se la encargó no le dijo: Había enviudado cinco veces en circunstancias poco claras. Algo así como el “Yiya Murano del barrio”, pero sin pruebas contundentes que lo enviaran a la cárcel. Otros decían que las mujeres morían porque era demasiada la presión que ejercía sobre ellas, con sus ciento veinte kilos de peso, las ahogaba al relajarse sobre ellas luego de tener sexo. Era un señor mayor a estas alturas, casado cinco veces; las mataba en la luna de miel, prueba suficiente de que soportaba estoicamente el sexo de pie en los zaguanes.
Pero, en fin, resulta ser que Epa, viene a descubrir que es un alguien de otro, o tal vez, esa voz que lo impulsa a continuar, sea su verdadero yo que quiere aparecer. Comenzó a creer que tal vez sea un heterónomo de ese que vive en él y por él, que no es su nombre aunque sí su verdadera identidad.
Sabemos desde el principio de la investigación, que quedó tambaleando en determinado momento, pero que continuó con este mito de Epaminondas el resucitado o tal vez no muerto; que el que se conoce no es su verdadero nombre, por eso costaba tanto conseguir testimonios certeros sobre ciertas etapas de su vida. Pero no es fácil ocultar para siempre lo que, o quien se es.
Una ex docente, vino a dar con el dato adecuado para descubrir la verdadera identidad de este personaje que nos ocupa, este loco lindo, inocentón y perdido del mundo pero hallado por la vida. Mujer de edad, tenía un enamorado, don Segismundo Flores, el cinco veces consecutivas viudo y, por eso mismo, continuamente rechazado por ella cuando le hacía propuestas amorosas. Aunque ella ya se consideraba vieja, no había por qué apurar el trámite para mirar pasar la gente por las suelas y tacos o por las coronillas, “Vaya a saber una qué le toca, si arriba o abajo”, decía.
El caso es que recibió una carta de Segismundo, de puño y letra según él mismo; pero ella, mujer experimentada, reconoció inmediatamente el trazo particular de una letra que nunca volvió a ver, hasta esa epístola. Consideró oportunas dos cosas: Rechazar nuevamente a Segismundo y guardar silencio sobre su observación. Sin perder tiempo, comenzó a investigar sobre el origen de esa carta. Buscó entre papeles viejos y halló una nota, de un alumno de uno de los terceros años por los cuales pasó dando clases de Literatura; nota que había decidido guardar por la peculiar frase que decía: “E pur, si muove”, frase que significa “y sin embargo se mueve”, dicha por Galileo Galilei durante su defensa ante la inquisición. Supuestamente, el sol giraba alrededor de la Tierra y éste tipo andaba diciendo que las cosas eran al revés... Pedazo de loco... Luego de pedir disculpas se descolgó con que “Sin embargo se mueve”.
Esa nota, se la había entregado luego de ser expulsado del colegio y luego de que ella perdiera su virginidad; aunque tiempo después vino a descubrir que no había perdido nada, sino que había ganado el estatus de Magdalena, entregándose a la libertad de amar y disfrutar del amor a su manera. Todo gracias a la rebeldía de un alumno y la frase de Galileo que le regaló, en el momento exacto. Ahí comprendió todo. Nunca más lo volvió a ver, a él ni a nadie más del colegio, porque decidió rehacer su vida luego de sus más de cuarenta años perdidos por el ejemplo de vida, comportamiento y virtud que la sociedad le había legado como mandato. Pero mujer era, hembra para más datos y decidió mudarse lejos de ahí.
La carta. La nota. Esa letra. “Es él”, se dijo. Ella le debía un agradecimiento, le debía su nueva vida y, al mismo tiempo, sentía que tenía que pedirle perdón, por su ceguera frente la lucidez de un muchachito, el joven demoledor del muro de una vida, signada por paradigmas y estructuras sociales que parecían de hierro. “Pero cómo era el nombre...” Pensaba mientras repasaba la carta y la nota, una y otra vez, recordando algunas cosas y tratando de recordar otras.
Le daba vergüenza ajena, preguntarle a su pretendiente quién le había escrito la declaración de amor, pero con tantos años perdidos y ganados, aprendió que le corresponde al otro remontar las consecuencias de una mentira; así que tomó el teléfono, llamó a Segismundo y obtuvo el nombre del autor, cuya oficina era una sucia mesa del bar del Turco: Epaminondas Chazarreta. Jamás había conocido a ningún Epaminondas personalmente. Pero le sonaba parecido a otro apellido que tenía en la punta de la lengua; tal vez, Don Flores se había confundido por cuestiones de memoria a corto plazo, que parece que, al fin y al cabo, tantas declaraciones no eran más que olvidos constantes y primeras veces.
Y así fue como se acostó con el nombre obtenido y el otro en la punta de la lengua, que no hay mejor manera de decirlo; aunque tal vez podría compararse con un casi orgasmo, esos que cuestan conseguir, pero cuyo deleite dura todo el proceso. Arrojó el nombre a la almohada; todo el mundo sabe que es mejor discutir las cosas con ella, antes que romperse la cabeza con elucubraciones y esfuerzos vanos; sin embargo en realidad el proceso viene dado por la relajación de las tensiones y la liberación de los estados de conciencia.
Soñó. Esa noche soñó con aquel día glorioso en que vio la cara de dios, en un carmesí testimonio que lacró su falda. Vio la gloria y la verdad de su “hembría” y comenzó a leer a Simone de Beauvoir. El director de la escuela, en ese sueño la rechazaba, luego de poseerla, y ella veía el rostro del muchacho detrás de la ventana del despacho, que observaba el rechazo. “¿Por qué me rechaza”, pensaba ella en el sueño, tratando de no vomitar conejos azules. Conejos que saltaban por todo el despacho, y el director que los pisoteaba, manchando la alfombra de sangre; pero en ese onírico suceso, algunos conejos explotaban y desaparecían y otros, se escapaban como resortes peludos detrás del muchacho que se alejaba de allí. “No me rechacen”, repetía en el sueño; “¿Por qué me rechaza? ¿Me rechaza? “. Así, se despertó, sudada, babeante y repitiendo “Rechaza, rechaza...” Y gritó: “¡Rechazata! ¡Ese es el apellido! Claro: Simón Da Pena Rechazata.” El nombre surgió de reordenar las letras, como un anagrama casi perfecto, excepto por una “r”, que obviamente debía agregar para que sonara como doble r vibrante en medio de dos vocales. “Te encontré, Simón Da Pena Rechazata, alias Epaminondas Chazarreta, tarde pero a tiempo.”
A todo esto, Epaminondas no tiene idea de lo que le espera, o de lo que debe esperar, o de la decisión que deberá tomar en cuanto esto se sepa.
Acerca de “Sobre la falibilidad de los padres”
Simón, ahora sabemos su nombre, era un niño con una curiosidad y reflexión innatas, y siempre sintió que no era hijo de sus padres. Es bastante normal que los chicos, a determinada edad supongan que son adoptados; pero en Simón la cosa era muy fuerte. Era pequeño como para inferir cuestiones tales como tiempo de embarazo, o embarazo, directamente, como para buscar fotos de su madre en estado “interesante”; pero esa inquietud no se le pasaría hasta entrada la adolescencia, cuando sí fue capaz de deducir estas cosas. Tan acostumbrado estaba a recibir preguntas como respuestas, que dudó si preguntar directamente a sus padres sobre su origen. Pero lo hizo, y le respondieron, claro, como correspondía y esperaba, siempre con preguntas retóricas que los dejaban en offside, tales como: ¿Para qué querés saber eso? ¿Quién te habrá metido esa idea en la cabeza? ¿Por qué no dejás de pensar en pavadas? ¿Cómo se te ocurren esas boludeces? Siempre fuera de juego a través de la estrategia parental, se cansó de las preguntas retóricas que recibía como respuesta, y así fue como Epaminondas nació. La duda, la incerteza, la ambigüedad marcaron su camino. ¿Quién era realmente? Era un ENORME signo de interrogación. A estas alturas, ya llevaba escritos varios textos, que no mostraba a nadie pero que sentía tan suyos y de todos. Quería mostrarlos, pero dudaba hacerlo ante la incertidumbre que llevaba en su ser. Textos que eran él, más que de él. Así es. Ya comenzaba a firmarlos como Epaminondas Chazarreta, el desconocido poco ilustre.
Parece que sus quince años fueron decisivos, sentía que era mayor, sentía que debería haber nacido en la época de sus padres, allá por los cuarenta; pero no sabía el por qué; y definitivamente comenzó a no interesarle el por qué de muchas cosas. En su texto “Sobre la falibilidad de los Padres”, escribía lo siguiente: "Entre dudas y certezas, prefiero la duda, porque me impulsa a un continuo aprendizaje, a la sorpresa ante la revelación de la respuesta; le da sentido a un futuro que siempre está llegando. Tener certezas solamente, le quitaría gracia a la vida."
Decidido a caminar como se le cantara el cántaro, de ahora en más, diría lo que pensase, sin reparar en las consecuencias; sin embargo, su inconsciente tomó un protagonismo que solamente repararía su podólogo amigo, la única amistad que logró conservar a lo largo de su vida, bastantes años después.
Como decíamos antes, Epaminondas no tenía fecha de nacimiento exacta, sin edad cronológica, sabía que era más viejo de lo que sus años indicaban. En otro fragmento de ese texto, comentaba: “Los cuentos clásicos comienzan con el famoso ‘Había una vez...’ incierto comienzo para una historia con final feliz. Será cuestión de no haber nacido con certeza en el tiempo, como nacen esas historias, sino simplemente, haber nacido una vez.” Creemos que se adelantaba en el tiempo, con este párrafo tal vez anunciaba un no nacimiento, u otro nacimiento o, tal vez, su resurrección.
Epaminondas reconoce en ese texto diversas situaciones que derivaron en su necesidad de preservarse como un ser anónimo, sin cronología cierta; tal vez, esa necesidad tenga una relación intrínseca con el desconocimiento de su verdadero origen, no porque no lo supiese realmente sino por no reconocerlo como tal. Ante una duda existencial, recibía preguntas; es decir, siempre vomitaba boomerangs.
Epaminondas, desde muy pequeño, vivía un mundo de fantasía, como si fuese el hijo del protagonista de “La vida es bella”; en su casa no se hablaba de política, no se hablaba de sexo, no se hablaba de nada; excepto de lo que sus padres consideraban necesario como para la educación del muchachito. Un chico curioso, con evidente inclinación al pensamiento libre; cosa que a ellos les hubiese gustado que nunca ocurriese. Simón, para sus padres, debía ser operario, un trabajador del llano, con la escuela secundaria completa, eso sí, como cualquiera que quisiese vivir tranquilo y sin sobresaltos. Pero el chico permanentemente mostraba inclinaciones a la lectura, la escritura y diversas manifestaciones del arte, desdeñando la vida de consumo; un bohemio.
Abandonó el colegio luego de su expulsión, consecuencia de su nueva manera de encarar la vida, con el desacuerdo de sus padres, por supuesto, que lo obligaron a buscarse un trabajo “en serio”, no eso de andar escribiendo cosas bonitas que le pintaban un futuro hambriento, harapiento y de borrachín de bar. Epaminondas, consideraba al colegio como algo altamente frustrante en cuanto a sus expectativas. Decíamos que su característica era el pensamiento libre, desestructurado, o al menos tratando de liberarse de esas estructuras, de esos andamiajes defectuosos; y en la escuela se sentía atado, amordazado; hasta que se decidió a actuar en pos de su liberación. Según los demás, un rebelde. Según él, un subversivo, y bien contento con eso, no feliz, pero satisfecho.
Simón, cursó siempre en colegios privados católicos, y, por supuesto, hubo momentos en que le hubiese gustado ser cura, o al menos monaguillo, como para empezar con algo; pero en cuanto su cerebro comenzó a elaborar los contenidos de la catequesis, cotejándolos con el comportamiento de quienes se la enseñaban, comenzaron los conflictos.
En un primer momento, aceptaba el dogma, la doctrina, creyendo que era culpable de malos pensamientos. Posteriormente, en sus textos como Epaminondas -los escritos anteriores fueron incinerados por él- en “No te creo nada, no te creo más”, dejó este pensamiento: “La tentación encuentra siempre terreno fecundo en los espíritus libres, el pecado en cambio, necesita de espíritus atormentados", además, leemos: “El dios de los cristianos es una creación del hombre para poder encuadrar, como un orden dado por un ser superior, las diferencias e injusticias que el ser humano mismo impone entre sus congéneres. Chivo expiatorio de culpas, resignación ante las desigualdades, sometimiento conforme a una recompensa eterna. Dios no puede ni quiere, porque no existe. Dejo otras preguntas: Si el hombre desaparece de la faz de la tierra, ¿dios continúa existiendo? Teniendo en cuenta que quien posee razón es solamente el humano, y por lo tanto es quien posee la facultad de generar ideas y sostenerlas mientras tiene vida, si desaparece el último pensamiento humano sobre la tierra y con ello la idea de dios, ¿tendría sentido su permanencia eterna? ¿Seguiría existiendo? Pues la idea de mal está encarnada en el hombre.”
Estas reflexiones no fueron producto de un pensamiento mágico ni repentino, fueron años de sometimiento a un adoctrinamiento ilógico, en un contexto contradictorio a lo que promulgaba la fe. Epaminondas, efectivamente, vendió la cadenita con una cruz, que le había regalado su abuela, lo que, nuevamente, le generó un conflicto familiar que reflejó en otro de sus escritos: "¿Vendiste la crucecita de oro que te regaló la abuela?", donde dejó lo siguiente: "Símbolos que nadie entiende de nada sirven. Símbolos que interpretan pocos es soberbia. Lo simple no significa decadencia, es la capacidad de empatía que genera la humildad."
Como observamos, en este pequeño párrafo sintetizó la inutilidad de un ritual con símbolos que pocos interpretan, la estupidez de dar valor monetario a un metal usado en la representación de una doctrina que destaca la humildad y la pobreza como valores, además de perpetuar la idea de una muerte horrenda que sufrió tanta gente en épocas tan remotas, no solamente a Jesucristo.
Lo que sí rescató Simón, fue la idea de la muerte y la resurrección como metáforas de un gran cambio en la vida, pero eso no era necesario colgárselo al cuello, sino llevarlo a cabo en la práctica en cada uno que desease fervientemente, como él mismo dijo ahí mismo, en ese texto:
“Verdad, dad a ver.
Apertura de los ojos al propio ser.
Nada más que la verdad. Mía.
Subjetivamente sugestiva
objetivamente inexistente. Tuya.
Cualidad de la propia certeza,
percepción modelada. De ellos.
Tal vez nuestra.”
Invertir el discurso cristalizado, revela una apertura mental extraordinaria para dar vuelta los acontecimientos, que se presentan como resultado de lo dicho como rigor de verdad.
Todo eso tiene que ver con la falibilidad parental, hijos del discurso preexistente y universal; pero siempre hay una oveja negra que, además, bala en otro tono.
La muerte suele ser un excelente negocio en este mundo, en el que reinan los vivos que le temen, los que no la respetan, los que se la apropian como si fuesen sus dueños naturales como una forma de dominación. Otros, andan por ahí sabiendo que la parca no es más que un parámetro para entender las cosas de la vida, los acontecimientos que sin solución de continuidad dependen de un tiempo que nos es ajeno. Epaminondas está marcado por la anacronía, la asincronía, la “acronología”, si se nos permite el término, acuñado en función de darle una descripción más precisa a lo que le sucede a nuestro personaje. Ningún texto recuperado de la bolsa de residuos que dejó en aquella casa, tiene una fecha escrita. En esa casa; en donde sucediese lo que él, ahora, comentó de este modo en una de las envolturas de sándwich de milanesa del Turco, ese que le recibe escritos a modo de pago, como canje por la comida, en ese simple y no muy higiénico bar frente al Gran Mercado. ¡Pero qué milanesas!
Volviendo a la idea que nos ocupa, porque no es cuestión de irse tanto por las ramas, para que el lector no se aburra, ni pierda el hilo de la investigación; escribió una tarde, respecto de lo que mucha gente vio como su muerte, lo siguiente: “Cornisa”
“Es bueno replantearse la manera de vivir la única vida que tenemos disponible para usar. Se usa una vez y se tira. Y se vive al borde de la cornisa; si no lográs el equilibrio, la caída es inminente y posiblemente fatal. Saber que sólo disponemos del presente debería ser la clave para romper con tantas estructuras. E inevitablemente, la muerte está ahí, diciéndonos a cada momento que no nos olvidemos de vivir.”
Simón Pena Rechazata, es quien formula las preguntas y Epaminondas las responde, un mecanismo de defensa que logró construir a costas de un gran esfuerzo de autodidacta. ¡Al fin respuestas!, se habrá alegrado cuando le dio curso a Epaminondas para que tomara su lugar en el mundo. ¡Por fin la retórica solamente como recurso estilístico literario y no como modo de recibir la vida! Un giro en los acontecimientos, oportuno, siempre en el momento preciso para comprenderlo. Y ahí, Epaminondas contestaba, sentado a la mesa que hizo propia por recomendación del dueño del local; un tipo previsor, pensaba que a futuro, una estatua de Epaminondas ocuparía esa silla, con un atril al lado que explicará algunos episodios fundamentales de su filosofía. El Turco, parece bruto, y no es tonto; guarda con mucho cuidado los papeles de Epaminondas, aunque comparte el contenido, conserva esos manuscritos originales como si tuviesen un valor incalculable. Uno de sus favoritos, es el siguiente: "La sabiduría se lleva bien con la experiencia. La intelectualidad carga con gran cuota de ignorancia. Sin experiencia no se alcanza la primera; la ignorancia hace al intelectual.” Esta nota le valió también un postre Vigilante, esos de dulce de batata y queso.
El Turco le tomó cariño a Epaminondas, pero fundamentalmente, respeto por lo que es, o lo que al menos él entiende que es: Un personaje al lado del mundo, que camina junto al giro de la Tierra y eso es lo que lo mantiene sin tiempo. Una teoría descabellada, y no es pelado el Turco, no; simplemente cree que existe una especie de dimensión desconocida en la mente de algunas personas, y Epaminondas era una de ellas.
En varias ocasiones tuvieron charlas interesantes, como cuando le contó lo sucedido en la casa donde mucha gente lo vio muerto. Claro, el Turco no lo conocía todavía y jamás se hubiese imaginado estar hablando con un resucitado. Pero Epaminondas se encargó de explicarle su teoría sobre la muerte y la vida, esa tarde en que escribió lo que transcribimos más arriba. Lo primero que hizo Simón fue tirar la pregunta: "¿Los años se van o vienen?”, pregunta que el Turco respondió con un sobrecogimiento de hombros, el labio inferior sobresaliendo del superior, con el pucho pegado del filtro, echando humo, como siempre. Pero no se dio por vencido, buscó una respuesta en su cerebro, en sus experiencias, no sin algún esfuerzo; y le dijo: “Mirá pibe, yo no shé shi vienen o shi van, pero que llegan, ponele la firma”, siempre con su particular manera de hablar, su tono de voz y sus pausas.
Epaminondas lo miró, y le dijo: “Por eso creo que es posible que la muerte sea una vida sin tiempo, pero no ‘la vida eterna’ de los santos, no; lisa y llanamente sin tiempo.” El escritor sin libros editados, cree que la muerte no depende de nada más que de la ausencia de vida: una ausencia que llega independientemente del paso de cualquier tiempo y se queda para siempre, o por un tiempo que no existe en este mundo, como para poder ponerle un nombre y por eso no lo tiene. Porque si no hay vida no hay tiempo. Tal vez esa sea la “acronología”, el tiempo del que dispone la muerte. “La verdad,” continuó Epaminondas, “los años no me vienen ni me van”.
“Me cambiashte la bocha, me cambiashte, pibe. Vo preguntaste shi van o vienen, no shi me vienen o me van a mí.” El Turco lo increpa.
“Ese es el punto, Turco, la cosa es que todo depende de nuestra percepción de las cosas. Las cosas no son como son, son lo que hacemos que sean. ¿Acaso existirían los años, si no los conociéramos como tales, como el lapso de tiempo que consta de doce meses y que despedimos y recibimos con tristeza y alegría, y una cuantas copas para calmar las penas?”
“Bueno, pibe, los año esisten, aunque no she shepa; o que vo no tenga el conocimiento que cada doce meshe pasa uno, no quiere deshi que no she no vengan enshima.”
“¿Y quién le dio esa forma al tiempo, Turco?”
“Supongamo que uno que no tenía otra cosha que asher.”
“Bueno, yo lo desarmo”
“Eshcribime eso, eshcribime”
Entonces, surgió esta explicación, sobre la manera de percibir las cosas, de las subjetividades que entran en juego en todo cuanto se percibe:
“Parece que a muchos les cuesta establecer la relación que guardan el tiempo, la vida y la muerte, desde la inversión de lo que se conoce como dado. Desde el punto de vista dado, no podemos ver a la muerte como la ausencia de tiempo. Sin embargo, si hacemos una transición entre ellos, la cosa es más simple: La vida está regida por el tiempo, la muerte es ausencia de vida, ausencia del tiempo percibido. ¿Pero qué pasa con las cosas concretas y que no tienen vida? Tienen cronología, la tienen, pero ¿de qué modo la obtienen?, de las subjetividades que las perciben y las crean. Cuando el hombre alcanza la objetivación de su ser en textos, en su arte, no existe ya el tiempo ni la cronología, porque estará todo él allí, sin estarlo; vivo y muerto al mismo tiempo, y dependerá, otra vez, de las subjetividades que lo perciban.”
Ahora entendemos que lo que vimos en aquella casa, no era lo que parecía, esta investigación estuvo a punto de ser desechada porque comenzó con un Epaminondas muerto, que vimos luego vivo. No pudimos ver que, a medida que sacábamos los textos de las bolsas de residuos, a medida que tratábamos de reconstruir su historia, él cobraba vida. Una forma de vida que él mismo está aprendiendo a vivir, sin tiempo, sin sincronía ni cronología. Una forma de vivir la muerte por el verdadero ser.
Todo esto nos lleva a su famoso cliché, que es retomado por algunos autores y locutores para enfatizar cuando algo no es lo que parece que deba ser: "No podemos ir por la vida dando por sentadas muchas cosas que, en realidad, se cayeron de culo." Creemos que se refiere a no juzgar lo que vemos, a la ligera, como algo dado para siempre porque deba ser así.
Notas para Epaminondas o Carta para Simón
Lola sabía quién era ese tal Epaminondas. Es que el episodio de la escuela fue demasiado fuerte, al punto de determinar un rumbo nuevo en su vida. Lo extraño de todo esto es, cómo podía ser posible que el muchacho, cambiase de nombre como si esto pudiese ser práctico. Claro, fue práctico a los fines de su propia personalidad en trance, nada más, pero comenzó a tener cierta trascendencia que lo obligó a repensar algunas cuestiones formales, aunque de formal no tiene demasiado.
La vieja docente se propuso dar con él y enfrentarlo con su nombre, nombrarlo Simón, sacarlo de su interior. En realidad no sabía por qué quería hacer eso, tal vez fuese porque se daba cuenta que al usar un pseudónimo, se preservaba de un mundo que le continuaba siendo sinuoso a su comprensión, como esos arroyos esquivos de las sierras cordobesas, que aparecen y desaparecen de la vista desde el camino. Por un lado, la rebeldía se le había presentado a Simón como una manera de liberarse, pero por otro lado era tan fuerte su represión, que lo mantenía aislado, prácticamente, del mundo externo y de sí mismo.
Las cosas no debían ser así y ella, que había descubierto la libertad gracias a él, tenía que hacer algo al respecto. Se decidió ir al bar del Turco; todo quedaba tan cerca, que no podía creer que ese hombre que había visto tantas veces, fuese quien había escrito la carta de amor del cinco veces viudo. Se acercó a Epaminondas, que estaba concentrado haciendo letras en el polvillo de la mesa y escribiendo algunas cosas en una servilleta. Se lo quedó mirando, tratando de descubrir rasgos reconocibles de su juventud pero, se dio cuenta que jamás había prestado real atención a su rostro. En la pesadilla, donde lo veía en la ventana, sabía que era él, en los sueños esas cosas se saben, pero no era la cara que estaba viendo. Ni demasiado vieja ni demasiado joven, un ser bastante inquietante, parecía sin edad. Casi sin canas ni arrugas, pero con gestos antiguos, por así decirlo. Un ser que parecía venido de otros tiempos. Se sintió tan extraña frente a Epaminondas… Decidió no decirle nada por el momento. Lo saludó con un “Buenas tardes.” Sin nombre. Le dijo que necesitaba escribir una carta, ni Epaminondas ni Simón parecieron reconocerla, pasaron muchos años y ella estaba muy cambiada. Hacía mucho que no usaba el cabello estirado con un rodete como remate, ni tenía esos lentes espantosamente intelectualoides de profesora reprimida, ni esa ropa de monasterio. Era una vieja canchera medio hippie, con el pelo canoso, largo y suelto, bastante revuelto; vestida con colores peleados entre sí y no le importaba que su amarillo chaleco le gritara groserías al rojo de su bufanda ni al verde de sus pantalones. Le importaba un pito, para ser claros.
A Epa le cayó bien la señora, aunque le escrutó el rostro también a ella, no dio muestras de reconocerla en lo absoluto. “Bueno, señor…” Continuó ella luego de saludarlo, suspendiendo la frase, como si no supiese con quién hablaba.
“Epaminondas”, agregó el, amablemente, a modo de presentación.
“Epaminondas”, repitió ella. Luego, fue directo al grano. Muchos años de docencia le dieron la oportunidad de planificar una estrategia para llegar al punto de una manera creativa y constructiva para el aprendizaje de ambos (ella creía que ambos aprenderían de ese nuevo encuentro). “Señor, Epaminondas, necesito una carta para alguien que hace mucho que no veo y que es muy importante que le diga lo que tengo para decir.”
“Dígame”
“Bueno, hace mucho, ya no recuerdo bien cuántos años hace y no sé si hace falta saberlo, luego lo veremos; tuve un alumno, que me dio una lección muy valiosa. El caso es que vivo sola y parezco una loca, según los vecinos, pero así fue como resolví la cuestión. No sabría si el detalle del episodio que cambió mi mentalidad, dándome la certeza de la muerte como una manera de aferrarme a la vida y demostrándome que los paradigmas están hechos para ser refutados o, al menos, cuestionados, será relevante tampoco para esto. Quisiera decirle a ese alumno, ya debe ser un señor mayor, que le agradezco mucho, mucho de verdad haberme enseñado eso siendo tan jovencito por aquellos años, pero es que no lo volví a ver y, es más, hasta dudo si vive o no.”
“Eso no me ayuda demasiado, si está muerto no la va a poder leer.”
“Usted no se preocupe.”
“¿Dónde vive?”
“No sé”
“¿Edad?”
“Ni idea.”
“Ideología, manera de pensar.”
“Tampoco”
“Apariencia”
“…”
“Bueno, al menos sabemos que le quiere dar las gracias”
“Mucho, sí.”
“¿Nombre?”
“Simón Da Pena Rechazata”
“¡…!”
Ahora Epaminondas se quedaba como pintado, era la estatua que tiene planeada el Turco para sentar en esa silla, con el atril al lado, cuando Epa desaparezca físicamente de este mundo. No sabía qué hacer en ese instante, no sabía qué decir tampoco, sintió vergüenza y una sensación rara, pocas veces le dieron las gracias por algo. Esa señora que tenía en frente era la profesora de Literatura de la escuela de los curas. La que por culpa de su rebeldía se había enloquecido provocando su expulsión. Quería darle las gracias. Ella a él, claro, y pedirle disculpas por tantos años perdidos que, a causa de su pacatería e intransigencia, le hizo acumular en su haber.
Nada es más gratificante que saber que no se está tan equivocado, pero lo que no puede manejar Epaminondas es esta nueva situación que, en el fondo se la esperaba; no podía ser que toda la vida le durase su anonimato, y nuestras actitudes decantan en lo que en realidad buscamos. Alguien se iba a dar cuenta de quién era. Analicemos un poco la situación: Si uno desea que nadie lo reconozca, deberá al menos, disimular un poco más su presencia en determinados sitios. El problema de Simón era, justamente, que todavía no podía manejar sus emociones, su identidad; tan simple como eso. Había sido demasiado fuerte su adoctrinamiento como para que asumir su personalidad fuese algo normal; Simón se consideraba anormal, fuera del mundo; por eso de joven, la fogata se llevó sus textos a propio pedido del interesado y su boca dijo cosas que, aun siendo su verdad, creyó que eran cosas que a él lo incinerarían tal cual sus textos perdidos. En fin, nada y todo estaba claro, Simón ahora se enfrentaba a dos cosas fundamentalmente: seguir sosteniendo una pseudo mentira, o bien, inventar una y agregamos una más: decir la verdad. Poder decir “Yo soy quien dice esto” y ese “yo” que sea su verdadera identidad.
Por entre las patas de las mesas del boliche, Simón observó un movimiento. Apretó la vista para focalizar mejor. Debajo de una de las mesas, apareció un conejo, blanquísimo y saludable, con hocico rosado y ojos rojos como cerezas al Marraschino. El Turco lo vio también. Sigilosamente se le acercó y lo agarró de las orejas y las patas traseras.
“Tenemo ashado eshta nochie, tenemo.”
Ni Epa, ni Lola, refutaron la determinación.
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Recopilación de textos de Epaminondas Chazarreta
martes 23 de febrero de 2010
Reflexiones sobre las moscas
Pequeñas manchas empetroladas, histéricas, turbulentas. Vacilantes pero decididas al tornarse firmes en el detestable objetivo que apetecen: mi plácido reposo.
No parece haber motivo alguno para su esmerado empeño, nada aquí debería ser de su interés inmediato; sin embargo, vibrantes y sordas, se obstinan en alterar a Morfeo en su intento por seducirme.
¡Ah! Circundantes monstruos evasivos a mis embestidas ciegas y poco certeras, parecen huir aterradas de mis zarpas y esparcirse en el espacio; sólo para regresar triunfantes cuando mi sereno amante intenta nuevamente su conquista.
viernes 19 de marzo de 2010
Se murió el ventilador
Hipnótico, en su pretenciosa empresa por revolucionar el aire que me circunda, gira sus aspas lentamente preguntándose con insistencia: -¿Qué, qué, qué..?- Sólo ese lamento quiebra el sigilo con el que lo observo y adivino, entonces, su agonía.
Extraña margarita de escasos pétalos, pende monótona en un vano alarde de frescura: -Qué, qué, qué...- continúa su queja. Corola raleada; me quiere mucho, poco y nada. Parsimoniosas revoluciones sin revueltas.
Y yo lo miro. Y lo escucho. Y me adormezco sosteniendo la esperanza de que ese aire que promete atravesarlo sea viento al fin.
Pero lo veo morir de a poco y a medida que se acerca su aciago desenlace, persiste en sostener su vocecita dilatando sus silencios, y recita de este modo una elegía monocorde en su nombre: -Que, eh... que, eh... que,eh... Que.-
Y yo sigo sin dormir, lamentándome por la prometida brisa que nunca fue, habiendo sido testigo de un deceso inoportuno y elevando insolentes voces blasfemas en medio del mismísimo infierno.
miércoles 8 de septiembre de 2010
Loas al amor con tendencias enfermizas
Tu corazón abrasa mi existencia; mis sentimientos, que sucumben a tu fuego, quedan chamuscados sin que me quede la leve esperanza de renacer como la tan nombrada Ave Fénix.
¿Por qué los sentimientos nos joden el corazón? El caso es que la frialdad debe ser parte de cada una de nuestras entregas. Dominar los impulsos es todo un arte, dejarlos fluir también; controlar los celos es una lucha constante contra el egoísmo. Dejar libre lo que se ama, es en un acto de lógica conquista de una virtud. Pero duele, y el ibuprofeno no sirve para estas cosas.
El amor, para muchos, es un sentimiento que despierta el egoísmo más abyecto que se procura el bienestar propio a costas del otro amado. No piensa en el otro más que en función de mantenerlo cerca a cualquier precio, inclusive, la infelicidad de la otra persona. Ese amor es absolutamente egoísta, no le importa lo que el otro sienta mientras éste esté satisfecho con su objetivo alcanzado. Ese amor no sirve más que para satisfacerse a sí mismo, creyendo, además, en lo sublime de su obra que lo soporta todo para sostenerse en su meta.
Cuando ese sublime y a la vez carnal sentimiento nos atropella como una locomotora fuera de control, nos destroza para volver a armarnos como un rompecabezas de mil piezas, nos deja dando vueltas sobre un único eje: la persona amada; cuando esto sucede, el desprendimiento de uno mismo debe ser el arte por excelencia, una virtud que permita al otro sentirse seguro y en libertad de decidir si desea ser amado de esa forma y si es capaz de amar así. Ese amor es respetuoso de sí mismo y del otro, y se basa en la auto confianza y el feedback y no en el ataque a la autoestima, las necesidades y los sentimientos heridos. Ese amor se banca la libertad de elegir del otro y se satisface en la felicidad de aquél, no solamente en la de sí mismo.
Hielo y fuego, ambos queman. Agua y tierra, nacer y morir. El aire, el más propicio elemento para el arte de amar.
miércoles 22 de diciembre de 2010
La lengua es de todos
Estuve paseando por internet y me encontré con fervientes defensores de "dejen la lengua como está", "para qué me maté estudiando las normas ortográficas si ahora las cambian" o "esto es el acabose". En respuesta a la cátedra de filología que viene dando y dando una señorita, mientras hace su descanso entre la aguja ganchillo y el bordado y luego de dar vuelta de cabeza una vez más su estampita de San Antonio, me vi obligado a dejar un comentario que copio más abajo.
Según el diccionario de la Real Academia Española, "la Filología es la ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos"; he aquí lo importante: "la cultura se manifiesta en su lengua y en su literatura", no al revés. Entonces escribí:
"Es bueno que la lengua se acerque a las personas y no que permanezca elevada en las esferas de lo inalcanzable solamente para el deleite de unos pocos privilegiados."
"La lengua ... es un bien común, un derecho de todos. Estúdiala, eso es bueno, pero hacerla accesible no implica su decadencia, implica que cada vez más personas acceden al universo discursivo sin temores, sin miedo a ser llamados ignorantes."
Todavía no sé qué va a contestar, tal vez termine de tejer su centro de mesa antes, dará su última puntada a la rosa rococó del mantelito que regalará para las fiestas y ponga de cabeza la estatuilla de San Antonio. Por lo pronto, que deje de poner de cabeza el orden de las cosas: La cultura se manifiesta en su lengua, no es la lengua la que se manifiesta en su cultura.
Tengo algo más para decirle después de leer cuando ella escriba, que seguro lo va a hacer y largo y tendido; es que el apropiarse de la lengua de todos arrogándose el derecho de dejarla inmóvil, es apropiarse de la libertad de cada cultura de tener vida propia manifestada en su lengua. No se trata de degradar la lengua, se trata de evolucionar, como lo ha hecho hasta ahora.
Pero los dinosaurios existen, me doy cuenta. Me fui y volví y siguen existiendo.
martes 28 de diciembre de 2010
Mi primera nota virtual. Epaminondas Chazarreta
Bueno, creo que tardaré demasiado en acostumbrarme al teclado. Soy un tipo de servilleta y papeles sueltos, y también de mesas con polvillo. De vez en cuando dejo algo anotado en algún bar perdido por ahí, son esas cosas que me salen escribir cuando me vienen esas ganas de decir algo que no puedo hablar. Algunos ya me están diciendo que es una pena dejar lo que escribo por ahí, pero sé que hay alguien que los va juntando. Caramba, qué diferente es esto de apretar un cuadradito de plástico, porque siempre fui del manuscrito. Qué se yo. Tocar el papel, olerlo, aunque cuando es el papel que envuelve el sánguche de milanesa se complica buscar un rincón que no esté transparente. Pero me gusta olerlo. Qué asqueroso. Debe ser por eso que siempre ando solo. Solo sin acento.
domingo 9 de enero de 2011
Buen provecho. Epaminondas Chazarreta
El Turco es un tipo especial, es el que prepara los mejores sandwichs de milanesa de la zona, aunque no se anda fijando en higienes exageradas. Yo no me preocupo porque si ya me morí una vez, qué me hace una vez más; pero hasta ahora no pasó nada y son los más ricos y enormes "sanguches", como los llama él. El pan es una varilla enorme, la parte al medio y le pasa una pincelada de mayonesa, le pone huevo, tomate, lechuga, tres fetas de queso y dos de paleta cocida. Mientras tanto mete la milanesa en la freidora y ahí debe estar el secreto del sabor y la adicción que me genera. Algunos coinciden en que la particularidad reside en las gotas de sudor que caen de su cabeza, pasan por el pecho y usan el abultado vientre como trampolín hacia el aceite; pero, como dice él mismo: "El calor te mata todo lo bichio, manducate eshte sanguche que no te dan má gana de morfar ashta dentro de do día, mínimo."
Al comúnmente llamado "familiar de milanesa", lo envuelve en papel, ese tipo de papel que se usa en los paquetes de las fiambrerías, un poco grisáceo y grueso, papel que es bastante absorbente y en el cual suelo escribir las palabras con las cuales le pago por su servicio. Lo mío es canje o le doy lástima, pero lo bueno es que tengo comida a cambio de mi esfuerzo intelectual. Me doy cuenta de que cada vez me cuesta más encontrar una zona del envoltorio que me sirva para escribir, porque el aceite lo deja transparente y el Turco no es de andar mezquinando en fluido. Entonces me trae el paquete, bien prolijo y me dice: "Sha stá el sanguche, dishfrutalo hermano".
Comerse semejante zapatilla no es tarea tan fácil de empezar y mucho menos de terminar, porque es tan alto que una mordida no lo abarca; y el problema que tengo es que al tipo le gusta escuchar mi "provecho" cuando lo termino, y eso me lleva más o menos unos noventa minutos; calculado. Parece que escuchar eructar a sus comensales le genera gran satisfacción por la tarea realizada. Mientras me mira comer, tiene el pucho en la boca y un ojo medio cerrado por el humo del cigarrillo que sube por el costado, en realidad siempre anda con el pucho prendido incluso mientras cocina y prepara los panes y las demás cosas. Cuando mira, cruza sus brazos sobre el abdomen, cabeza en alto; esperando.
Cuando termino de deglutir el último mordisco, siento cómo el gas se me va acumulando a la altura de la garganta y expulsarlo suele ser grotesco, pero alivia los malestares. El ruido puede controlarse por lo general, pero tengo que hacerlo notar; tiene que ser sonoro y saludable. Pero ayer, justamente le comenté, como quien no quiere la cosa, que era medio grasa eso de andar eructando así, y ahí, el Turco, se sacó la colilla de la boca para hablar, generalmente no lo hace, y me dio clases de sabiduría popular. Me dijo: "La grasha, para mucha gente e como decirte que so un tipo ordinario; y yo digo que ashí como la grasha deja trassparente al papel, también a la persona la hace trassparente. ¿Me entendé?" Y yo lo entiendo al Turco; un tipo transparente.
¡Berp!
martes 22 de febrero de 2011
Cortitos de Epaminondas.
* "A veces uno mismo tiene que darse también una mano para salir del pozo. Pero es importante 'querer' salir y no vivir de la compasión de los demás. Es duro, pero es la manera de seguir con la vida que nos quede a disposición. Vivir lamentándose, o vivir." Comentario sobre el poema Mano emparedada, en Facebook.
* "Hemos compartido debates en torno a estas cuestiones, querido amigo, y he llegado a la conclusión de que soy porque esta lengua existe y existo por esta lengua que hoy se enrrolla. El papel de ortógrafo me impresiona un poco, en lo personal, no logro dibujar un ano ni siquiera con un compás." Comentario en Facebook sobre cuestiones de ortografía