miércoles, 5 de mayo de 2010

¿CAER O CAERSE?

Continuando con la investigación, hemos descubierto que Epaminondas era una persona -por así llamarlo- que tenía momentos de una brillantez espontánea, producto de sus largas noches de reflexión después de ver atentamente algún documental del History Channel o de la National Geografic, tal vez de Infinito y, por qué no, del Canal Rural.
Uno de estos episodios, surgió de su mente luego de ver y escuchar a Stephen Hawking hablando de su teoría del tiempo. Este brote de inspiración fue muy comentado en su entorno -conformado por don Crisóstomo Corbera, vecino y entusiasta lector de las mini obras de nuestro héroe y doña Gardenia Lopérgolo, matera incurable; ambos vecinos- quienes recordaron y recitaron al unísono la frase que fue recordada por mucho tiempo: "Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas empezaron a caer".
Previo recorrido comenzando con el exilio de Adán y Eva del Paraíso, a causa de una manzana del árbol de la sabiduría con la cual cayeron en la tentación por la serpiente; concluyó con el inmortal pensamiento que hemos mencionado que, como todos sabemos, también implica una manzana en el nudo de la cuestión. Nadie es capaz de hacer una interpretación unívoca sobre lo que quiso decir con esto, ya que en el papel donde fue encontrada finalmente la frase -luego de su fallecimiento- se veían borrosas dos letras al final de la palabra "caer", que definirían una línea de análisis: "se". Es decir: ¿caer o caerse?
Veámoslo de este otro modo entonces: "Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas empezaron a caerse". Frase de amplio espectro filosófico o chiste bien intencionado, el caso es que dio tela para cortar entre mate y mate con los vecinos.
Estas cosas tenía Epaminondas. El descubrimiento de si mismo a través de una frase simple y a la vez confusa; sea cual fuere, lo representa en todo su esplendor; lamentablemente él también cayó y se cayó cuando descubrió su ley. Ciénaga infame de sus escritos oscuros envueltos en bolsas de residuos, le sirvieron de cuna a la hora de volver al polvo; como si quisiera volver a nacer de polvo y letras. Volver a hacer de esos sentimientos bastardeados y ocultos, genuinos brotes de inspiración. Sólo un nuevo soplo de vida, nada más que uno le hubiese bastado. Eso dijeron don Crisóstomo y Gardenia mientras, al caer la tarde, llevaban sus sillas de regreso al comedor.