La muerte suele ser un excelente negocio en este mundo, en el que reinan los vivos que le temen, los que no la respetan, los que se la apropian como si fuesen sus dueños naturales como una forma de dominación. Otros, andan por ahí sabiendo que la parca no es más que un parámetro para entender las cosas de la vida, los acontecimientos que sin solución de continuidad dependen de un tiempo que nos es ajeno. Epaminondas está marcado por la anacronía, la asincronía, la “acronología”, si se nos permite el término, acuñado en función de darle una descripción más precisa a lo que le sucede a nuestro personaje. Ningún texto recuperado de la bolsa de residuos que dejó en aquella casa, tiene una fecha escrita. En esa casa; en donde sucediese lo que él, ahora, comentó de este modo en una de las envolturas de sándwich de milanesa del Turco, ese que le recibe escritos a modo de pago, como canje por la comida, en ese simple y no muy higiénico bar frente al Gran Mercado. ¡Pero qué milanesas!
Volviendo a la idea que nos ocupa, porque no es cuestión de irse tanto por las ramas, para que el lector no se aburra, ni pierda el hilo de la investigación; escribió una tarde, respecto de lo que mucha gente vio como su muerte, lo siguiente: “Cornisa”
“Es bueno replantearse la manera de vivir la única vida que tenemos disponible para usar. Se usa una vez y se tira. Y se vive al borde de la cornisa; si no lográs el equilibrio, la caída es inminente y posiblemente fatal. Saber que sólo disponemos del presente debería ser la clave para romper con tantas estructuras. E inevitablemente, la muerte está ahí, diciéndonos a cada momento que no nos olvidemos de vivir.”
Simón Pena Rechazata, es quien formula las preguntas y Epaminondas las responde, un mecanismo de defensa que logró construir a costas de un gran esfuerzo de autodidacta. ¡Al fin respuestas!, se habrá alegrado cuando le dio curso a Epaminondas para que tomara su lugar en el mundo. ¡Por fin la retórica solamente como recurso estilístico literario y no como modo de recibir la vida! Un giro en los acontecimientos, oportuno, siempre en el momento preciso para comprenderlo. Y ahí, Epaminondas contestaba, sentado a la mesa que hizo propia por recomendación del dueño del local; un tipo previsor, pensaba que a futuro, una estatua de Epaminondas ocuparía esa silla, con un atril al lado que explicará algunos episodios fundamentales de su filosofía. El Turco, parece bruto, y no es tonto; guarda con mucho cuidado los papeles de Epaminondas, aunque comparte el contenido, conserva esos manuscritos originales como si tuviesen un valor incalculable. Uno de sus favoritos, es el siguiente: "La sabiduría se lleva bien con la experiencia. La intelectualidad carga con gran cuota de ignorancia. Sin experiencia no se alcanza la primera; la ignorancia hace al intelectual.” Esta nota le valió también un postre Vigilante, esos de dulce de batata y queso.
El Turco le tomó cariño a Epaminondas, pero fundamentalmente, respeto por lo que es, o lo que al menos él entiende que es: Un personaje al lado del mundo, que camina junto al giro de la Tierra y eso es lo que lo mantiene sin tiempo. Una teoría descabellada, y no es pelado el Turco, no; simplemente cree que existe una especie de dimensión desconocida en la mente de algunas personas, y Epaminondas era una de ellas.
En varias ocasiones tuvieron charlas interesantes, como cuando le contó lo sucedido en la casa donde mucha gente lo vio muerto. Claro, el Turco no lo conocía todavía y jamás se hubiese imaginado estar hablando con un resucitado. Pero Epaminondas se encargó de explicarle su teoría sobre la muerte y la vida, esa tarde en que escribió lo que transcribimos más arriba. Lo primero que hizo Simón fue tirar la pregunta: "¿Los años se van o vienen?”, pregunta que el Turco respondió con un sobrecogimiento de hombros, el labio inferior sobresaliendo del superior, con el pucho pegado del filtro, echando humo, como siempre. Pero no se dio por vencido, buscó una respuesta en su cerebro, en sus experiencias, no sin algún esfuerzo; y le dijo: “Mirá pibe, yo no shé shi vienen o shi van, pero que llegan, ponele la firma”, siempre con su particular manera de hablar, su tono de voz y sus pausas.
Epaminondas lo miró, y le dijo: “Por eso creo que es posible que la muerte sea una vida sin tiempo, pero no ‘la vida eterna’ de los santos, no; lisa y llanamente sin tiempo.” El escritor sin libros editados, cree que la muerte no depende de nada más que de la ausencia de vida: una ausencia que llega independientemente del paso de cualquier tiempo y se queda para siempre, o por un tiempo que no existe en este mundo, como para poder ponerle un nombre y por eso no lo tiene. Porque si no hay vida no hay tiempo. Tal vez esa sea la “acronología”, el tiempo del que dispone la muerte. “La verdad,” continuó Epaminondas, “los años no me vienen ni me van”.
“Me cambiashte la bocha, me cambiashte, pibe. Vo preguntaste shi van o vienen, no shi me vienen o me van a mí.” El Turco lo increpa.
“Ese es el punto, Turco, la cosa es que todo depende de nuestra percepción de las cosas. Las cosas no son como son, son lo que hacemos que sean. ¿Acaso existirían los años, si no los conociéramos como tales, como el lapso de tiempo que consta de doce meses y que despedimos y recibimos con tristeza y alegría, y una cuantas copas para calmar las penas?”
“Bueno, pibe, los año esisten, aunque no she shepa; o que vo no tenga el conocimiento que cada doce meshe pasa uno, no quiere deshi que no she no vengan enshima.”
“¿Y quién le dio esa forma al tiempo, Turco?”
“Supongamo que uno que no tenía otra cosha que asher.”
“Bueno, yo lo desarmo”
“Eshcribime eso, eshcribime”
Entonces, surgió esta explicación, sobre la manera de percibir las cosas, de las subjetividades que entran en juego en todo cuanto se percibe:
“Parece que a muchos les cuesta establecer la relación que guardan el tiempo, la vida y la muerte, desde la inversión de lo que se conoce como dado. Desde el punto de vista dado, no podemos ver a la muerte como la ausencia de tiempo. Sin embargo, si hacemos una transición entre ellos, la cosa es más simple: La vida está regida por el tiempo, la muerte es ausencia de vida, ausencia del tiempo percibido. ¿Pero qué pasa con las cosas concretas y que no tienen vida? Tienen cronología, la tienen, pero ¿de qué modo la obtienen?, de las subjetividades que las perciben y las crean. Cuando el hombre alcanza la objetivación de su ser en textos, en su arte, no existe ya el tiempo ni la cronología, porque estará todo él allí, sin estarlo; vivo y muerto al mismo tiempo, y dependerá, otra vez, de las subjetividades que lo perciban.”
Ahora entendemos que lo que vimos en aquella casa, no era lo que parecía, esta investigación estuvo a punto de ser desechada porque comenzó con un Epaminondas muerto, que vimos luego vivo. No pudimos ver que, a medida que sacábamos los textos de las bolsas de residuos, a medida que tratábamos de reconstruir su historia, él cobraba vida. Una forma de vida que él mismo está aprendiendo a vivir, sin tiempo, sin sincronía ni cronología. Una forma de vivir la muerte por el verdadero ser.
Todo esto nos lleva a su famoso cliché, que es retomado por algunos autores y locutores para enfatizar cuando algo no es lo que parece que deba ser: "No podemos ir por la vida dando por sentadas muchas cosas que, en realidad, se cayeron de culo." Creemos que se refiere a no juzgar lo que vemos, a la ligera, como algo dado para siempre porque deba ser así.