Simón, ahora sabemos su nombre, era un niño con una curiosidad y reflexión innatas, y siempre sintió que no era hijo de sus padres. Es bastante normal que los chicos, a determinada edad supongan que son adoptados; pero en Simón la cosa era muy fuerte. Era pequeño como para inferir cuestiones tales como tiempo de embarazo, o embarazo, directamente, como para buscar fotos de su madre en estado “interesante”; pero esa inquietud no se le pasaría hasta entrada la adolescencia, cuando sí fue capaz de deducir estas cosas.
Tan acostumbrado estaba a recibir preguntas como respuestas, que dudó si preguntar directamente a sus padres sobre su origen. Pero lo hizo, y le respondieron, claro, como correspondía y esperaba, siempre con preguntas retóricas que los dejaban en offside, tales como: ¿Para qué querés saber eso? ¿Quién te habrá metido esa idea en la cabeza? ¿Por qué no dejás de pensar en pavadas? ¿Cómo se te ocurren esas boludeces? Siempre fuera de juego a través de la estrategia parental, se cansó de las preguntas retóricas que recibía como respuesta, y así fue como Epaminondas nació. La duda, la incerteza, la ambigüedad marcaron su camino. ¿Quién era realmente? Era un ENORME signo de interrogación. A estas alturas, ya llevaba escritos varios textos, que no mostraba a nadie pero que sentía tan suyos y de todos. Quería mostrarlos, pero dudaba hacerlo ante la incertidumbre que llevaba en su ser. Textos que eran él, más que de él. Así es. Ya comenzaba a firmarlos como Epaminondas Chazarreta, el desconocido poco ilustre.
Parece que sus quince años fueron decisivos, sentía que era mayor, sentía que debería haber nacido en la época de sus padres, allá por los cuarenta; pero no sabía el por qué; y definitivamente comenzó a no interesarle el por qué de muchas cosas. En su texto “Sobre la falibilidad de los Padres”, escribía lo siguiente: "Entre dudas y certezas, prefiero la duda, porque me impulsa a un continuo aprendizaje, a la sorpresa ante la revelación de la respuesta; le da sentido a un futuro que siempre está llegando. Tener certezas solamente, le quitaría gracia a la vida."
Decidido a caminar como se le cantara el cántaro, de ahora en más, diría lo que pensase, sin reparar en las consecuencias; sin embargo, su inconsciente tomó un protagonismo que solamente repararía su podólogo amigo, la única amistad que logró conservar a lo largo de su vida, bastantes años después.
Como decíamos antes, Epaminondas no tenía fecha de nacimiento exacta, sin edad cronológica, sabía que era más viejo de lo que sus años indicaban. En otro fragmento de ese texto, comentaba: “Los cuentos clásicos comienzan con el famoso ‘Había una vez...’ incierto comienzo para una historia con final feliz. Será cuestión de no haber nacido con certeza en el tiempo, como nacen esas historias, sino simplemente, haber nacido una vez.” Creemos que se adelantaba en el tiempo, con este párrafo tal vez anunciaba un no nacimiento, u otro nacimiento o, tal vez, su resurrección.
Epaminondas reconoce en ese texto diversas situaciones que derivaron en su necesidad de preservarse como un ser anónimo, sin cronología cierta; tal vez, esa necesidad tenga una relación intrínseca con el desconocimiento de su verdadero origen, no porque no lo supiese realmente sino por no reconocerlo como tal. Ante una duda existencial, recibía preguntas; es decir, siempre vomitaba boomerangs.
Epaminondas, desde muy pequeño, vivía un mundo de fantasía, como si fuese el hijo del protagonista de “La vida es bella”; en su casa no se hablaba de política, no se hablaba de sexo, no se hablaba de nada; excepto de lo que sus padres consideraban necesario como para la educación del muchachito. Un chico curioso, con evidente inclinación al pensamiento libre; cosa que a ellos les hubiese gustado que nunca ocurriese. Simón, para sus padres, debía ser operario, un trabajador del llano, con la escuela secundaria completa, eso sí, como cualquiera que quisiese vivir tranquilo y sin sobresaltos. Pero el chico permanentemente mostraba inclinaciones a la lectura, la escritura y diversas manifestaciones del arte, desdeñando la vida de consumo; un bohemio.
Abandonó el colegio luego de su expulsión, consecuencia de su nueva manera de encarar la vida, con el desacuerdo de sus padres, por supuesto, que lo obligaron a buscarse un trabajo “en serio”, no eso de andar escribiendo cosas bonitas que le pintaban un futuro hambriento, harapiento y de borrachín de bar. Epaminondas, consideraba al colegio como algo altamente frustrante en cuanto a sus expectativas. Decíamos que su característica era el pensamiento libre, desestructurado, o al menos tratando de liberarse de esas estructuras, de esos andamiajes defectuosos; y en la escuela se sentía atado, amordazado; hasta que se decidió a actuar en pos de su liberación. Según los demás, un rebelde. Según él, un subversivo, y bien contento con eso, no feliz, pero satisfecho.
Simón, cursó siempre en colegios privados católicos, y, por supuesto, hubo momentos en que le hubiese gustado ser cura, o al menos monaguillo, como para empezar con algo; pero en cuanto su cerebro comenzó a elaborar los contenidos de la catequesis, cotejándolos con el comportamiento de quienes se la enseñaban, comenzaron los conflictos.
En un primer momento, aceptaba el dogma, la doctrina, creyendo que era culpable de malos pensamientos. Posteriormente, en sus textos como Epaminondas -los escritos anteriores fueron incinerados por él- en “No te creo nada, no te creo más”, dejó este pensamiento: “La tentación encuentra siempre terreno fecundo en los espíritus libres, el pecado en cambio, necesita de espíritus atormentados", además, leemos: “El dios de los cristianos es una creación del hombre para poder encuadrar, como un orden dado por un ser superior, las diferencias e injusticias que el ser humano mismo impone entre sus congéneres. Chivo expiatorio de culpas, resignación ante las desigualdades, sometimiento conforme a una recompensa eterna. Dios no puede ni quiere, porque no existe. Dejo otras preguntas: Si el hombre desaparece de la faz de la tierra, ¿dios continúa existiendo? Teniendo en cuenta que quien posee razón es solamente el humano, y por lo tanto es quien posee la facultad de generar ideas y sostenerlas mientras tiene vida, si desaparece el último pensamiento humano sobre la tierra y con ello la idea de dios, ¿tendría sentido su permanencia eterna? ¿Seguiría existiendo? Pues la idea de mal está encarnada en el hombre.”
Estas reflexiones no fueron producto de un pensamiento mágico ni repentino, fueron años de sometimiento a un adoctrinamiento ilógico, en un contexto contradictorio a lo que promulgaba la fe. Epaminondas, efectivamente, vendió la cadenita con una cruz, que le había regalado su abuela, lo que, nuevamente, le generó un conflicto familiar que reflejó en otro de sus escritos: "¿Vendiste la crucecita de oro que te regaló la abuela?", donde dejó lo siguiente: "Símbolos que nadie entiende de nada sirven. Símbolos que interpretan pocos es soberbia. Lo simple no significa decadencia, es la capacidad de empatía que genera la humildad."
Como observamos, en este pequeño párrafo sintetizó la inutilidad de un ritual con símbolos que pocos interpretan, la estupidez de dar valor monetario a un metal usado en la representación de una doctrina que destaca la humildad y la pobreza como valores, además de perpetuar la idea de una muerte horrenda que sufrió tanta gente en épocas tan remotas, no solamente a Jesucristo.
Lo que sí rescató Simón, fue la idea de la muerte y la resurrección como metáforas de un gran cambio en la vida, pero eso no era necesario colgárselo al cuello, sino llevarlo a cabo en la práctica en cada uno que desease fervientemente, como él mismo dijo ahí mismo, en ese texto:
“Verdad, dad a ver.
Apertura de los ojos al propio ser.
Nada más que la verdad. Mía.
Subjetivamente sugestiva
objetivamente inexistente. Tuya.
Cualidad de la propia certeza,
percepción modelada. De ellos.
Tal vez nuestra.”
Invertir el discurso cristalizado, revela una apertura mental extraordinaria para dar vuelta los acontecimientos, que se presentan como resultado de lo dicho como rigor de verdad.
Todo eso tiene que ver con la falibilidad parental, hijos del discurso preexistente y universal; pero siempre hay una oveja negra que, además, bala en otro tono.