Recién comienza el año y es probable que ya estemos hablando solas, me refiero a esa manera que tenemos de interactuar con nosotras mismas y con las cosas –objetos y situaciones- que nos rodean en el momento preciso en que estamos acomodando, limpiando, buscando, guardando, etc. Antiguamente, ver a una persona hablar sola, así como al aire, a la nada, era señal de un enloquecimiento notorio y/o inminente. Hoy es diferente. Solemos establecer comunicación con nuestras actividades de maneras diversas, tal vez, poner en voz alta nuestros pensamientos nos confirmen, de alguna manera, que aceptamos nuestra propia compañía. Muchas veces lo que decimos anuncia la siguiente acción a realizar, por ejemplo: “Voy a sacar esto que no sirve más, lo tiro a la basura… No, mejor lo guardo por si me sirve más adelante… Para qué guardo todo esto que después me queda viejo, no, sí, sí, mejor lo tiro porque me lo regaló mi ex suegra para qué lo quiero…” Y así, cosas por el estilo que nos confirman en nuestra propia compañía. No hay nada de malo en descubrirse dialogando (por así decirlo, porque en realidad es un monólogo interior exteriorizado) con nuestras propias resistencias, el problema realmente comienza cuando lo que en realidad hacemos es protestar todo el tiempo, lo cual funciona como disparador para quienes nos rodean; vale decir, salen disparados, hartos de escucharnos renegar sin solución de continuidad frente a lo que tenemos que hacer con ganas o al menos con cariño, che, que no es poco. Aunque eso no es lo mismo que nuestro encuentro dialógico personal con nosotras mismas, no es igual la protesta que ir anunciando lo que vamos a hacer o, tal vez, ir describiendo las acciones en el mismo instante en que las vamos ejecutando: “Voy a poner la leche en la heladera”, decimos mientras abrimos la puerta del freezer (que en español significa congelador) y nos quedamos pensando a dónde dejamos la llave cuando entramos, por lo cual la leche termina en la bandeja de las verduras, si tenemos suerte y no la dejamos al lado del teléfono, que es el lugar donde dejás la llave cuando entrás, y a la llave la encontrás, luego de intensa búsqueda, en la heladera.
Pensemos por un momento, por varios momentos, que es preferible amigarse con las cosas o directamente ignorarlas, como a la pelusa debajo de la cama o el ropero, como las telarañas detrás de la cocina, como los monólogos de las suegras o el nido de avispas que cuelga del tanque de agua; pero eso sí, no estamos en camino a la locura, estamos, muchas veces, muy solas.