viernes, 26 de abril de 2013

Placebus



Un fama espera en la puerta del ascensor y observa el cartel que dice: Prioridad embarazadas, coches con bebés, niños pequeños, discapacitados y ancianos. Se queda esperando y piensa que no hay ni embarazadas, ni gente con bebés en sus cochecitos ni discapacitados, ni ancianos que quieran subir.
Un cronopio llega, se detiene frente al ascensor, lee el cartel y observa alrededor. Encuentra la escalera y sube cada escalón siguiendo las instrucciones de Cortázar mientras recita un poema de Oliverio Girondo.

viernes, 12 de abril de 2013

Formalidades


Después del papelón que pasé en la reunión de ex alumnos del año pasado, lo presento así como suena, simple y limpiamente Luis.
¿Cómo dar un nombre diferente al estado civil que la jurisprudencia bautizó con un cacofónico concubinato y luego -más amable y técnicamente- unión de hecho, para registrar que somos muchos más que dos los que hemos decidido cohabitar y amancebarnos bajo el mismo techo, considerándolo hogar, sin tener papeles que avalen la convivencia? Pregunta larga, como largas fueron mis cavilaciones sobre el mejor modo de definir mi estado civil o sentimental, sin que sonara a discurso de leguleyo, mientras nos dirigíamos en auto al salón de fiestas.
Pensaba en que no me gusta presentarlo como pareja, aunque suelo hacerlo; porque es un vocablo con varias acepciones que no dan cuenta de los sentimientos. Es ambigua, no define con precisión la relación.  Pensaba en marido, como para cerrar el caso omitiendo la falta de papeles. Pensaba en conviviente, pero también la rechazo por sonoridad, extensión y porque no es explícita en cuanto a la relación sexual que nos une. Pensaba en compañero, pero sonaba muy de militancia.
Por un momento lo envidié, a él, que manejaba ajeno a mis reflexiones y dudas. Si él me presentara como su mujer, no quedaría mal, es aceptable de alguna manera por convención,  costumbre y machismo solapado ya que con papeles sería efectivamente su mujer; y porque de hecho soy mujer, nada por ahora indica que este estado cambiará. Pero yo, de ninguna manera le diría mi hombre; suena a sujetada, me deja como si fuera su adoradora, lo eleva a una estatura de macho potente y envidiable ejemplar único, el elegido, EL hombre; de hecho él tampoco por el momento cambiará de estado. Parece que nombrarlo así tiene un peso adicional exagerado.
Seguíamos en el trayecto y yo continuaba perseguida por la idea de ser original. No decir mi concubino como si no me importara lo antiestético de esa palabra, ni mi esposo, ni mi pareja, ni mi conviviente, ni mi unido de hecho, ni mancebo que en femenino es concubina –con la inferioridad de estatus respecto de esposa- y en masculino es muchacho u hombre soltero –lo cual no faltaría a la verdad-. Ya comenzaba a enojarme conmigo misma y con mi idioma que no tenía o al menos no se usa una palabra que sí existe en otros idiomas con todo su significado. Pero acá no.
En todo caso, lo que sucede es que me importa que se sepa la relación que tenemos. Tuve la idea de esperar a que alguien más me presentara primero a su relación, su acompañante. Y en eso, llegamos.
Desde la puerta eché un vistazo general: nadie, ninguno fue acompañado. Entendí mal la invitación. Me enojé más todavía por ser tan despistada. Empecé a tartamudear, trataba de explicarle la confusión a Luis pero entendió la situación de inmediato. Me di cuenta de que no me había preocupado por si me veía más vieja que las demás. No sabía si había siliconas, lipoaspiraciones, cirugías de rostro o tratamientos ortomoleculares; porque yo, nada de eso, apenas me tiño el pelo. Estábamos en la entrada del salón y se acercó uno de mis ex compañeros de escuela. Quise presentarlos, pero estaba tildada.
Mi ex compañero me reconoció de inmediato, hacía veinte años que no nos veíamos. Me saludó efusivo, le devolví el saludo y me quedé mirándolos sin poder hablar. Ellos se dieron la mano y se presentaron:
-Adrián.
-Luis.
Así de simple.