¿Qué hace ese cuerpo tirado en el patio de mi casa? Un cuerpo, como estampado boca abajo, en el césped que debería estar cortado prolijamente. Desde el paño fijo de vidrio del comedor, que da al fondo, veo el bulto alargado, no muy voluminoso, de costado.
Cuatro de la tarde. Enero. Afuera, calor y sol pleno; adentro, aire acondicionado. El perro está adentro, la perra también, los dos patas para arriba sobre la frescura de las baldosas. Ninguno ladró o no los escuché.
La puerta la dejo cerrada.
Parece que tiene puesto un sacón azul, aunque está tan cubierto de polvo que de un primer vistazo se me hizo marrón. Desde acá veo un detalle dorado en el hombro, una estrella como una charretera; un dorado acorde al color de su cabello enrulado.
Por el frente no entró, estoy segura, es imposible que hubiese podido entrar sin forzar la puerta, sin pasar a mi lado. En realidad parece como si hubiese saltado el alambrado pero con tan mala suerte -o poca destreza- de tropezar y caer de cara al piso. Pero todo está intacto, en su lugar de siempre, nada roto ni afuera ni adentro.
Si lo dejo ahí y está muerto va a empezar a hacer olor. Si está vivo se va a deshidratar. No sé si lo que quedó abajo de la cabeza es una estola, algo de piel que le rodea el cuello como una cola de zorro.
No se mueve.
Si no está muerto, lo parece. La gata maúlla, me mira, me busca. También está adentro; como el perro, como la perra, como yo.
Parece que es muy delgado, liviano. Podría ser un chico alto, un adolescente. Podría ser una chica alta, una adolescente de cabello corto, enrulado y gualdo.
Veo una soga como un rayo de sol vivo que pende del cielo. En la punta tiene un abultamiento con dos púas. Aunque ajustando la vista, parece una cabeza de serpiente. Se mueve como serpiente. Me mira como tal. Abre la boca, me muestra los colmillos y los clava en la caña de una de las botas a la altura del tobillo, y como si se tratara de esos juegos mecánicos que atrapan muñecos del fondo de un cubo transparente, lo sube, cabeza abajo, brazos colgando, del tapado azul se desprende el polvo y le tapa la cabeza cuando se da vuelta. La cola peluda, la estola o lo que sea la tiene colgando del cuello. Lo pierdo del campo visual.
Veo una soga como un rayo de sol vivo que pende del cielo. En la punta tiene un abultamiento con dos púas. Aunque ajustando la vista, parece una cabeza de serpiente. Se mueve como serpiente. Me mira como tal. Abre la boca, me muestra los colmillos y los clava en la caña de una de las botas a la altura del tobillo, y como si se tratara de esos juegos mecánicos que atrapan muñecos del fondo de un cubo transparente, lo sube, cabeza abajo, brazos colgando, del tapado azul se desprende el polvo y le tapa la cabeza cuando se da vuelta. La cola peluda, la estola o lo que sea la tiene colgando del cuello. Lo pierdo del campo visual.
Me animo a salir. Miro al cielo, el sol a pleno todavía, el calor marea. En el patio quedó como un pozo, no muy profundo. Y una rosa -yo no tengo rosal- aplastada. Vaya una a saber qué pasó.