sábado, 23 de abril de 2011

Solamente una ampolla

Si una zapatilla me saca una ampolla, me saca de mí. Si bien hay cosas peores en la vida que esa nimiedad pedestre, lo cierto es que duele casi tanto como un martillazo constante en el dedo más chiquito del pie a cada paso alternado. Ahora duele, ahora va a doler de nuevo; ahora dueeele y ah... otra vez; y así.
El roce del calzado se hace áspero y rústico, como tratar de limarse las uñas con una lija gruesa. Y punza, con un pinchazo que cruza todo el ser hasta la coronilla; y es allí donde descubro que existe una relación estrecha entre los dedos de mis pies y las puntas de mis pelos.
Pero tengo que seguir andando, y ahí se me asoma esa lágrima contenida que me sale del pecho apretado, de mi garganta cerrada y del esfuerzo por evitar que mi rostro se desdibuje ya que no es una cara que pertenezca a un cuerpo afecto al estoicismo. No señor. Duele. Y duele en serio.

martes, 19 de abril de 2011

XX (equis, equis): Sor Juanete

“Su afán de saber era tal que intentó convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre, puesto que las mujeres no podían acceder a ésta.”

Sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Ezequiel Adeodato Chávez, 1931.



En una conversación de amigas, confesé, que de adolescente, hubiese querido ser varón. Para mi asombro, una detrás de la otra, comenzaron a despacharse con que era cierto, que una sentía lo mismo que yo, que la otra pensaba que los varones tenían más libertad, una de ellas confesó haber disfrazado de mujer a un amigo para que lo dejaran entrar en su casa. La miramos de costado, eso era otra cosa.

Ahí nos dimos cuenta de que eso que sentíamos, tenía que ver con la escasa comunicación y mayor represión que sufríamos como mujeres, de parte de nuestras propias madres; ni hablar de los padres, cosa que era muy distinta para con los hijos varones, que solían llevarse las palmas, si tenían su primer relación sexual o se mandaban alguna picardía, y nosotras, el cachetazo garantizado y la reprobación durante años.

Apelando a conocimientos, más o menos relojeados, de algunas amigas más grandes o tías más liberadas, buscábamos respuestas medianamente piolas para cuestiones básicas de nuestras adolescentes vidas. Vidas que adolecían de certezas, especialmente sobre nuestra sexualidad y nuestra sensualidad. Eso nos obligó a caminar con un juanete existencial, que se iba agrandando a medida que transitábamos la vida; un flor de juanete, que para sacarlo, exige anestesia y entrar al quirófano.

Somos parte de una generación de “Sor Juanetes de la Cruz”, de esas que escondíamos los anticonceptivos en el rincón más oculto del dormitorio, que encarábamos la primera vez como un pecado nefasto, terrorífico aborto de la naturaleza que se llevaría el bien más preciado por la humanidad que era la virginidad. Sobrellevamos el juanete de una femineidad sometida todavía a censuras y reproches por cuestiones puramente naturales, tan naturales, como que algunos nacen varones, otras mujeres y otros eligen o definen su propia sexualidad cuando lo asumen.

Disparate absoluto era menstruar desde los nueve o diez años y enterarnos de lo que era una relación sexual a la edad de trece o catorce, ya cuando nuestro cuerpo estaba preparado para procrear desde hacía varios años antes. A escondidas lavábamos nuestra bombacha, sin saber por qué se manchaba. Temores, ignorancia, todavía existimos las mujeres que aprendimos a los golpes sobre estas cuestiones y tuvimos que remarla para tomar las riendas de nuestra vida. Mis XX queridas, estas cuestiones nos llevaron durante años al diván.

Las que decidimos no repetir la historia, optamos por informar de manera natural a nuestros hijos sobre todo esto. Nosotras como madres de mujeres y varones. El conocimiento debe ser mutuo, somos corresponsables en una relación, la anticoncepción y todo cuanto implique una pareja; de gays o no, acá la problemática pasa por conocer nuestro propio cuerpo y el del otro, en la conciencia sobre lo que nos pasa por dentro y por fuera a lo largo de la vida y en estar preparados para ser felices con lo que natura nos da.

domingo, 10 de abril de 2011

La rebeldía de Epaminondas

Epaminondas anda caminando como si nada le hubiese pasado nunca. En realidad, como pasarle, no le pasó nada tan terrible, como para que se transforme en una historia tan especial. Era y es un tipo simple, un tipo a quien el tiempo se le pasó tan rápido, que no pudo reaccionar sino hasta los cincuenta años más o menos. Todos diríamos que demasiado tarde. Actualmente, Epaminondas, suele llegar tarde a casi todas partes; suele quedarse, eso sí, con la última palabra en cualquier conversación, porque ya no hay nadie para contestarle.

Era un tipo tan buenazo, que todos le pasaban por arriba, porque era el loco lindo, el buen tipo que se quedaba sin nada porque lo daba todo, especialmente en los sentimientos. Siempre trataba de entender a todo el mundo, hasta que se dio cuenta de que era el mundo el que no lo entendía a él. Ahí fue cuando reaccionó. Hemos llegado al punto crucial en donde nuestro personaje muere. No se murió por el calor, no se murió de amor, se murió de mierda acumulada durante años. Callado, a los golpes desde chico, esa mierda terminó por acumulársele en la cabeza, en el corazón, en el cuerpo; se veía sucio por todas partes. La autoestima destruida, el miedo a ser obsecuente con quien él sentía que era y que le habían enseñado que ése no era, las indecisiones eternas que lo torturaban porque no podía decidirse por nada, la necesidad de aceptación en el otro que lo hacía aferrarse a la persona que se le acercara, demostrándole algo de afecto.

Epaminondas, terminó superado por sus pensamientos, nunca sabía cuál pensamiento era el correcto, así que, cada vez que escribía alguno, lo metía adentro de una bolsa de basura. Y allí estaban todos acumulados, cuando lo encontraron sin vida, estaba arriba de todos sus papeles. Epaminondas siempre se había preguntado qué era eso de los conejos de Cortázar, en Carta a una señorita en París; una vez, se había atrevido a una interpretación propia, en la escuela, sobre qué representaban esos conejitos que el tipo del cuento vomitaba. La profesora lo sacó de la clase. Dijo que era un impertinente, desgraciado, que se creía mucho tratando de pensar distinto a los demás, mucho menos si pensaba diferente a ella. Y lo peor, según la profesora, era que le estaba faltando el respeto. "¡Irrespetuoso!", le gritaba, mientras lo empujaba hacia la puerta del salón, y le ordenaba que fuese a la dirección.

Efectivamente fue a ver al director, fue tanto el escándalo que se armó en la escuela, que los compañeros de Epaminondas se subían a los bancos, saltaban por todo el salón como conejos, justamente. Emponchados conejos de uniforme azul.

El director comenzó a indagar en el problema. Mandó a llamar a la docente que lloraba desconsoladamente, en medio del escándalo general; una de las monjas del colegio tomó su lugar en el aula y ella acudió al llamado. Antes de entrar, se limpió los mocos que le chorreaban, de verdad estaba muy mal la señora, que no era muy mayor, para nada, a lo sumo tendría la edad de Epaminondas cuando murió.

Estaba en tercer año y la profesora de literatura, tenía el discurso ya definido en cuanto a la interpretación de los textos: "Esto quiere decir tal cosa." "El autor se refería a que tal otra." "Con estas palabras el escritor simboliza a..." Y eso, a Epaminondas, le pareció siempre una paparruchada, es decir, puras estructuras que les servían a los intelectuales, para hacerse los dueños de la literatura y el pensamiento universal.

El director le preguntó, entonces, qué era lo que había dicho que la profesora se desgarraba la camisa, abotonada hasta el borde de la tráquea, se levantaba la pollera, dejando que se le vieran los calzones rosados, se sacaba las medias y le quedaban expuestas las piernas peludas; una verdadera escena bizarra. Simple y sencillamente, Epaminondas, le había dicho que los conejitos eran todos, de alguna manera, manifestaciones de la libertad, en ese personaje que no podía manejarla, porque se encontraba entrando a una sociedad cerrada por parámetros de orden establecidos, por el poder que reprime. Los vomitaba y los escondía, y estaba seguro de que, si los dejaba vivos, iban a terminar destruyendo el entorno, entorno del cual estaba convencido que era como debía ser; pulcro y ordenado. Por eso los mata y se mata, únicamente, si nunca manifestaba lo que le pasaba, si nadie descubría que esos conejos eran pensamientos de libertad y él moría, nadie podría culparlo por pensar diferente. Pero sin embargo, dejó esa carta, alguien lo sabía, en París.

El director inmediatamente lo expulsó de la escuela, también había comenzado a romperse la ropa, mientras lloraba a lágrima y moco tendido, tirado sobre la bonita alfombra de su despacho. La profesora, se le tiró encima al director y comenzaron a revolcarse en el piso. Epaminondas se retiró del lugar y ellos, docente y directivo, se amaron escandalosamente, ocultos en el cuarto, en medio del escarnio general del resto del estudiantado.

Por eso, creemos que Julio tuvo la culpa de la muerte de Epaminondas, sin embargo sabemos, que uno de los conejos que salieron de su bolsa de residuos, llena de papeles, anda vivo todavía por la ciudad.

jueves, 7 de abril de 2011

Será cuando amanezca

Abrir enlace en una nueva pestaña para escuchar y acompañar la lectura: Esotérico Reedit - Álbum 'Spirit' - Intérprete y autor, Roland Blondeau -


¿Será arriesgado
dejar que
hablen mis mañanas
rancias?

¿Será aceptable
soltarlos y que fluyan
sin promesas
los mediotemores al alba?

Cuando amanezca
el licor
en los poros borrachos,
el tabaco
residual del encierro
será.

Será en fluidos secos,
testigos que reposarán
un tiempo más
dibujando escenas
del paraíso.

Será hasta el próximo
sucederse de horas
en que el ocaso
advierta a la madrugada.

Será hasta que cese
de batir sus alas
el viento que nos separa.

Será hasta que el miedo
indómito perezca.

Será cuando amanezca.

Golpeará la luz
en el marco de tu aliento
sin saberlo.
Se colará
se abrirá paso
entre tinieblas y neblinas
tóxicas, evasivas.
Estiletes que dan muerte
a la noche
que hieren las promesas
y las dejan agónicas
en tu garganta.

Para que sea.
Para que fluya.
Para que viva.

Será hasta que cese
de batir sus alas
el viento que nos separa.

Será hasta que el miedo
indómito perezca.

Será cuando amanezca.



Sobre Roland Blondeau, autor e intérprete de la música que acompaña este post.

Espíritu. Roland Blondeau. 2006
Roland Blondeau nació en Buenos Aires, Argentina, el 28 de Julio de 1959. Baterista autodidacta, aunque las circunstancias lo llevaron a interpretar diversos instrumentos como guitarra, bajo y teclados. Compuso su trabajo con la participación de músicos de la talla de Roberto Pettinato interpretando su saxofón soprano, en el tema 'Disfrutá el Viaje'; Hernán Maldonado, guitarra, en 'En una Tarde de Viaje' y "Brigitte" Bozzi, quien puso su voz y risas en 'El Único Viaje'.
Formó su primera banda '60 Libras' junto a Hernán 'Bichi' Maldonado y su hermano Guy J. Blondeau, banda con la que realizaron  varios conciertos.
Su primer disco solista, 'Espíritu', de música ambientalista y relax, lo grabó en su propio estudio en el año 2006 con arreglos e ingeniería de sonido propios. Para más información y acceder a más temas de este autor, hacé click sobre la imagen.