Epaminondas anda caminando como si nada le hubiese pasado nunca. En realidad, como pasarle, no le pasó nada tan terrible, como para que se transforme en una historia tan especial. Era y es un tipo simple, un tipo a quien el tiempo se le pasó tan rápido, que no pudo reaccionar sino hasta los cincuenta años más o menos. Todos diríamos que demasiado tarde. Actualmente, Epaminondas, suele llegar tarde a casi todas partes; suele quedarse, eso sí, con la última palabra en cualquier conversación, porque ya no hay nadie para contestarle.
Era un tipo tan buenazo, que todos le pasaban por arriba, porque era el loco lindo, el buen tipo que se quedaba sin nada porque lo daba todo, especialmente en los sentimientos. Siempre trataba de entender a todo el mundo, hasta que se dio cuenta de que era el mundo el que no lo entendía a él. Ahí fue cuando reaccionó. Hemos llegado al punto crucial en donde nuestro personaje muere. No se murió por el calor, no se murió de amor, se murió de mierda acumulada durante años. Callado, a los golpes desde chico, esa mierda terminó por acumulársele en la cabeza, en el corazón, en el cuerpo; se veía sucio por todas partes. La autoestima destruida, el miedo a ser obsecuente con quien él sentía que era y que le habían enseñado que ése no era, las indecisiones eternas que lo torturaban porque no podía decidirse por nada, la necesidad de aceptación en el otro que lo hacía aferrarse a la persona que se le acercara, demostrándole algo de afecto.
Epaminondas, terminó superado por sus pensamientos, nunca sabía cuál pensamiento era el correcto, así que, cada vez que escribía alguno, lo metía adentro de una bolsa de basura. Y allí estaban todos acumulados, cuando lo encontraron sin vida, estaba arriba de todos sus papeles. Epaminondas siempre se había preguntado qué era eso de los conejos de Cortázar, en Carta a una señorita en París; una vez, se había atrevido a una interpretación propia, en la escuela, sobre qué representaban esos conejitos que el tipo del cuento vomitaba. La profesora lo sacó de la clase. Dijo que era un impertinente, desgraciado, que se creía mucho tratando de pensar distinto a los demás, mucho menos si pensaba diferente a ella. Y lo peor, según la profesora, era que le estaba faltando el respeto. "¡Irrespetuoso!", le gritaba, mientras lo empujaba hacia la puerta del salón, y le ordenaba que fuese a la dirección.
Efectivamente fue a ver al director, fue tanto el escándalo que se armó en la escuela, que los compañeros de Epaminondas se subían a los bancos, saltaban por todo el salón como conejos, justamente. Emponchados conejos de uniforme azul.
El director comenzó a indagar en el problema. Mandó a llamar a la docente que lloraba desconsoladamente, en medio del escándalo general; una de las monjas del colegio tomó su lugar en el aula y ella acudió al llamado. Antes de entrar, se limpió los mocos que le chorreaban, de verdad estaba muy mal la señora, que no era muy mayor, para nada, a lo sumo tendría la edad de Epaminondas cuando murió.
Estaba en tercer año y la profesora de literatura, tenía el discurso ya definido en cuanto a la interpretación de los textos: "Esto quiere decir tal cosa." "El autor se refería a que tal otra." "Con estas palabras el escritor simboliza a..." Y eso, a Epaminondas, le pareció siempre una paparruchada, es decir, puras estructuras que les servían a los intelectuales, para hacerse los dueños de la literatura y el pensamiento universal.
El director le preguntó, entonces, qué era lo que había dicho que la profesora se desgarraba la camisa, abotonada hasta el borde de la tráquea, se levantaba la pollera, dejando que se le vieran los calzones rosados, se sacaba las medias y le quedaban expuestas las piernas peludas; una verdadera escena bizarra. Simple y sencillamente, Epaminondas, le había dicho que los conejitos eran todos, de alguna manera, manifestaciones de la libertad, en ese personaje que no podía manejarla, porque se encontraba entrando a una sociedad cerrada por parámetros de orden establecidos, por el poder que reprime. Los vomitaba y los escondía, y estaba seguro de que, si los dejaba vivos, iban a terminar destruyendo el entorno, entorno del cual estaba convencido que era como debía ser; pulcro y ordenado. Por eso los mata y se mata, únicamente, si nunca manifestaba lo que le pasaba, si nadie descubría que esos conejos eran pensamientos de libertad y él moría, nadie podría culparlo por pensar diferente. Pero sin embargo, dejó esa carta, alguien lo sabía, en París.
El director inmediatamente lo expulsó de la escuela, también había comenzado a romperse la ropa, mientras lloraba a lágrima y moco tendido, tirado sobre la bonita alfombra de su despacho. La profesora, se le tiró encima al director y comenzaron a revolcarse en el piso. Epaminondas se retiró del lugar y ellos, docente y directivo, se amaron escandalosamente, ocultos en el cuarto, en medio del escarnio general del resto del estudiantado.
Por eso, creemos que Julio tuvo la culpa de la muerte de Epaminondas, sin embargo sabemos, que uno de los conejos que salieron de su bolsa de residuos, llena de papeles, anda vivo todavía por la ciudad.