martes, 19 de abril de 2011

XX (equis, equis): Sor Juanete

“Su afán de saber era tal que intentó convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre, puesto que las mujeres no podían acceder a ésta.”

Sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Ezequiel Adeodato Chávez, 1931.



En una conversación de amigas, confesé, que de adolescente, hubiese querido ser varón. Para mi asombro, una detrás de la otra, comenzaron a despacharse con que era cierto, que una sentía lo mismo que yo, que la otra pensaba que los varones tenían más libertad, una de ellas confesó haber disfrazado de mujer a un amigo para que lo dejaran entrar en su casa. La miramos de costado, eso era otra cosa.

Ahí nos dimos cuenta de que eso que sentíamos, tenía que ver con la escasa comunicación y mayor represión que sufríamos como mujeres, de parte de nuestras propias madres; ni hablar de los padres, cosa que era muy distinta para con los hijos varones, que solían llevarse las palmas, si tenían su primer relación sexual o se mandaban alguna picardía, y nosotras, el cachetazo garantizado y la reprobación durante años.

Apelando a conocimientos, más o menos relojeados, de algunas amigas más grandes o tías más liberadas, buscábamos respuestas medianamente piolas para cuestiones básicas de nuestras adolescentes vidas. Vidas que adolecían de certezas, especialmente sobre nuestra sexualidad y nuestra sensualidad. Eso nos obligó a caminar con un juanete existencial, que se iba agrandando a medida que transitábamos la vida; un flor de juanete, que para sacarlo, exige anestesia y entrar al quirófano.

Somos parte de una generación de “Sor Juanetes de la Cruz”, de esas que escondíamos los anticonceptivos en el rincón más oculto del dormitorio, que encarábamos la primera vez como un pecado nefasto, terrorífico aborto de la naturaleza que se llevaría el bien más preciado por la humanidad que era la virginidad. Sobrellevamos el juanete de una femineidad sometida todavía a censuras y reproches por cuestiones puramente naturales, tan naturales, como que algunos nacen varones, otras mujeres y otros eligen o definen su propia sexualidad cuando lo asumen.

Disparate absoluto era menstruar desde los nueve o diez años y enterarnos de lo que era una relación sexual a la edad de trece o catorce, ya cuando nuestro cuerpo estaba preparado para procrear desde hacía varios años antes. A escondidas lavábamos nuestra bombacha, sin saber por qué se manchaba. Temores, ignorancia, todavía existimos las mujeres que aprendimos a los golpes sobre estas cuestiones y tuvimos que remarla para tomar las riendas de nuestra vida. Mis XX queridas, estas cuestiones nos llevaron durante años al diván.

Las que decidimos no repetir la historia, optamos por informar de manera natural a nuestros hijos sobre todo esto. Nosotras como madres de mujeres y varones. El conocimiento debe ser mutuo, somos corresponsables en una relación, la anticoncepción y todo cuanto implique una pareja; de gays o no, acá la problemática pasa por conocer nuestro propio cuerpo y el del otro, en la conciencia sobre lo que nos pasa por dentro y por fuera a lo largo de la vida y en estar preparados para ser felices con lo que natura nos da.