El roce del calzado se hace áspero y rústico, como tratar de limarse las uñas con una lija gruesa. Y punza, con un pinchazo que cruza todo el ser hasta la coronilla; y es allí donde descubro que existe una relación estrecha entre los dedos de mis pies y las puntas de mis pelos.
Pero tengo que seguir andando, y ahí se me asoma esa lágrima contenida que me sale del pecho apretado, de mi garganta cerrada y del esfuerzo por evitar que mi rostro se desdibuje ya que no es una cara que pertenezca a un cuerpo afecto al estoicismo. No señor. Duele. Y duele en serio.