lunes, 27 de junio de 2011

Notas para Epaminondas o Carta para Simón

Lola sabía quién era ese tal Epaminondas. Es que el episodio de la escuela fue demasiado fuerte, al punto de determinar un rumbo nuevo en su vida. Lo extraño de todo esto es, cómo podía ser posible que el muchacho, cambiase de nombre como si esto pudiese ser práctico. Claro, fue práctico a los fines de su propia personalidad en trance, nada más, pero comenzó a tener cierta trascendencia que lo obligó a repensar algunas cuestiones formales, aunque de formal no tiene demasiado.

La vieja docente se propuso dar con él y enfrentarlo con su nombre, nombrarlo Simón, sacarlo de su interior. En realidad no sabía por qué quería hacer eso, tal vez fuese porque se daba cuenta que al usar un pseudónimo, se preservaba de un mundo que le continuaba siendo sinuoso a su comprensión, como esos arroyos esquivos de las sierras cordobesas, que aparecen y desaparecen de la vista desde el camino. Por un lado, la rebeldía se le había presentado a Simón como una manera de liberarse, pero por otro lado era tan fuerte su represión, que lo mantenía aislado, prácticamente, del mundo externo y de sí mismo.

Las cosas no debían ser así y ella, que había descubierto la libertad gracias a él, tenía que hacer algo al respecto. Se decidió ir al bar del Turco; todo quedaba tan cerca, que no podía creer que ese hombre que había visto tantas veces, fuese quien había escrito la carta de amor del cinco veces viudo. Se acercó a Epaminondas, que estaba concentrado haciendo letras en el polvillo de la mesa y escribiendo algunas cosas en una servilleta. Se lo quedó mirando, tratando de descubrir rasgos reconocibles de su juventud pero, se dio cuenta que jamás había prestado real atención a su rostro. En la pesadilla, donde lo veía en la ventana, sabía que era él, en los sueños esas cosas se saben, pero no era la cara que estaba viendo. Ni demasiado vieja ni demasiado joven, un ser bastante inquietante, parecía sin edad. Casi sin canas ni arrugas, pero con gestos antiguos, por así decirlo. Un ser que parecía venido de otros tiempos. Se sintió tan extraña frente a Epaminondas… Decidió no decirle nada por el momento. Lo saludó con un “Buenas tardes.” Sin nombre. Le dijo que necesitaba escribir una carta, ni Epaminondas ni Simón parecieron reconocerla, pasaron muchos años y ella estaba muy cambiada. Hacía mucho que no usaba el cabello estirado con un rodete como remate, ni tenía esos lentes espantosamente intelectualoides de profesora reprimida, ni esa ropa de monasterio. Era una vieja canchera medio hippie, con el pelo canoso, largo y suelto, bastante revuelto; vestida con colores peleados entre sí y no le importaba que su amarillo chaleco le gritara groserías al rojo de su bufanda ni al verde de sus pantalones. Le importaba un pito, para ser claros.

A Epa le cayó bien la señora, aunque le escrutó el rostro también a ella, no dio muestras de reconocerla en lo absoluto. “Bueno, señor…” Continuó ella luego de saludarlo, suspendiendo la frase, como si no supiese con quién hablaba.

“Epaminondas”, agregó el, amablemente, a modo de presentación.

“Epaminondas”, repitió ella. Luego, fue directo al grano. Muchos años de docencia le dieron la oportunidad de planificar una estrategia para llegar al punto de una manera creativa y constructiva para el aprendizaje de ambos (ella creía que ambos aprenderían de ese nuevo encuentro). “Señor, Epaminondas, necesito una carta para alguien que hace mucho que no veo y que es muy importante que le diga lo que tengo para decir.”

“Dígame”

“Bueno, hace mucho, ya no recuerdo bien cuántos años hace y no sé si hace falta saberlo, luego lo veremos; tuve un alumno, que me dio una lección muy valiosa. El caso es que vivo sola y parezco una loca, según los vecinos, pero así fue como resolví la cuestión. No sabría si el detalle del episodio que cambió mi mentalidad, dándome la certeza de la muerte como una manera de aferrarme a la vida y demostrándome que los paradigmas están hechos para ser refutados o, al menos, cuestionados, será relevante tampoco para esto. Quisiera decirle a ese alumno, ya debe ser un señor mayor, que le agradezco mucho, mucho de verdad haberme enseñado eso siendo tan jovencito por aquellos años, pero es que no lo volví a ver y, es más, hasta dudo si vive o no.”

“Eso no me ayuda demasiado, si está muerto no la va a poder leer.”

“Usted no se preocupe.”

“¿Dónde vive?”

“No sé”

“¿Edad?”

“Ni idea.”

“Ideología, manera de pensar.”

“Tampoco”

“Apariencia”

“…”

“Bueno, al menos sabemos que le quiere dar las gracias”

“Mucho, sí.”

“¿Nombre?”

“Simón Pena Rechazata”

“¡…!”

Ahora Epaminondas se quedaba como pintado, era la estatua que tiene planeada el Turco para sentar en esa silla, con el atril al lado, cuando Epa desaparezca físicamente de este mundo. No sabía qué hacer en ese instante, no sabía qué decir tampoco, sintió vergüenza y una sensación rara, pocas veces le dieron las gracias por algo. Esa señora que tenía en frente era la profesora de Literatura de la escuela de los curas. La que por culpa de su rebeldía se había enloquecido provocando su expulsión. Quería darle las gracias. Ella a él, claro, y pedirle disculpas por tantos años perdidos que, a causa de su pacatería e intransigencia, le hizo acumular en su haber.

Nada es más gratificante que saber que no se está tan equivocado, pero lo que no puede manejar Epaminondas es esta nueva situación que, en el fondo se la esperaba; no podía ser que toda la vida le durase su anonimato, y nuestras actitudes decantan en lo que en realidad buscamos. Alguien se iba a dar cuenta de quién era. Analicemos un poco la situación: Si uno desea que nadie lo reconozca, deberá al menos, disimular un poco más su presencia en determinados sitios. El problema de Simón era, justamente, que todavía no podía manejar sus emociones, su identidad; tan simple como eso. Había sido demasiado fuerte su adoctrinamiento como para que asumir su personalidad fuese algo normal; Simón se consideraba anormal, fuera del mundo; por eso de joven, la fogata se llevó sus textos a propio pedido del interesado y su boca dijo cosas que, aun siendo su verdad, creyó que eran cosas que a él lo incinerarían tal cual sus textos perdidos. En fin, nada y todo estaba claro, Simón ahora se enfrentaba a dos cosas fundamentalmente: seguir sosteniendo una pseudo mentira, o bien, inventar una y agregamos una más: decir la verdad. Poder decir “Yo soy quien dice esto” y ese “yo” que sea su verdadera identidad.

Por entre las patas de las mesas del boliche, Simón observó un movimiento. Apretó la vista para focalizar mejor. Debajo de una de las mesas, apareció un conejo, blanquísimo y saludable, con hocico rosado y ojos rojos como cerezas al Marraschino. El Turco lo vio también. Sigilosamente se le acercó y lo agarró de las orejas y las patas traseras.

“Tenemo ashado eshta nochie, tenemo.”

Ni Epa, ni Lola, refutaron la determinación.

lunes, 20 de junio de 2011

Según como se vea: La muerte es la vida sin tiempo

La muerte suele ser un excelente negocio en este mundo, en el que reinan los vivos que le temen, los que no la respetan, los que se la apropian como si fuesen sus dueños naturales como una forma de dominación. Otros, andan por ahí sabiendo que la parca no es más que un parámetro para entender las cosas de la vida, los acontecimientos que sin solución de continuidad dependen de un tiempo que nos es ajeno. Epaminondas está marcado por la anacronía, la asincronía, la “acronología”, si se nos permite el término, acuñado en función de darle una descripción más precisa a lo que le sucede a nuestro personaje. Ningún texto recuperado de la bolsa de residuos que dejó en aquella casa, tiene una fecha escrita. En esa casa; en donde sucediese lo que él, ahora, comentó de este modo en una de las envolturas de sándwich de milanesa del Turco, ese que le recibe escritos a modo de pago, como canje por la comida, en ese simple y no muy higiénico bar frente al Gran Mercado. ¡Pero qué milanesas!

Volviendo a la idea que nos ocupa, porque no es cuestión de irse tanto por las ramas, para que el lector no se aburra, ni pierda el hilo de la investigación; escribió una tarde, respecto de lo que mucha gente vio como su muerte, lo siguiente: “Cornisa”

“Es bueno replantearse la manera de vivir la única vida que tenemos disponible para usar. Se usa una vez y se tira. Y se vive al borde de la cornisa; si no lográs el equilibrio, la caída es inminente y posiblemente fatal. Saber que sólo disponemos del presente debería ser la clave para romper con tantas estructuras. E inevitablemente, la muerte está ahí, diciéndonos a cada momento que no nos olvidemos de vivir.”

Simón Pena Rechazata, es quien formula las preguntas y Epaminondas las responde, un mecanismo de defensa que logró construir a costas de un gran esfuerzo de autodidacta. ¡Al fin respuestas!, se habrá alegrado cuando le dio curso a Epaminondas para que tomara su lugar en el mundo. ¡Por fin la retórica solamente como recurso estilístico literario y no como modo de recibir la vida! Un giro en los acontecimientos, oportuno, siempre en el momento preciso para comprenderlo. Y ahí, Epaminondas contestaba, sentado a la mesa que hizo propia por recomendación del dueño del local; un tipo previsor, pensaba que a futuro, una estatua de Epaminondas ocuparía esa silla, con un atril al lado que explicará algunos episodios fundamentales de su filosofía. El Turco, parece bruto, y no es tonto; guarda con mucho cuidado los papeles de Epaminondas, aunque comparte el contenido, conserva esos manuscritos originales como si tuviesen un valor incalculable. Uno de sus favoritos, es el siguiente: "La sabiduría se lleva bien con la experiencia. La intelectualidad carga con gran cuota de ignorancia. Sin experiencia no se alcanza la primera; la ignorancia hace al intelectual.” Esta nota le valió también un postre Vigilante, esos de dulce de batata y queso.

El Turco le tomó cariño a Epaminondas, pero fundamentalmente, respeto por lo que es, o lo que al menos él entiende que es: Un personaje al lado del mundo, que camina junto al giro de la Tierra y eso es lo que lo mantiene sin tiempo. Una teoría descabellada, y no es pelado el Turco, no; simplemente cree que existe una especie de dimensión desconocida en la mente de algunas personas, y Epaminondas era una de ellas.

En varias ocasiones tuvieron charlas interesantes, como cuando le contó lo sucedido en la casa donde mucha gente lo vio muerto. Claro, el Turco no lo conocía todavía y jamás se hubiese imaginado estar hablando con un resucitado. Pero Epaminondas se encargó de explicarle su teoría sobre la muerte y la vida, esa tarde en que escribió lo que transcribimos más arriba. Lo primero que hizo Simón fue tirar la pregunta: "¿Los años se van o vienen?”, pregunta que el Turco respondió con un sobrecogimiento de hombros, el labio inferior sobresaliendo del superior, con el pucho pegado del filtro, echando humo, como siempre. Pero no se dio por vencido, buscó una respuesta en su cerebro, en sus experiencias, no sin algún esfuerzo; y le dijo: “Mirá pibe, yo no shé shi vienen o shi van, pero que llegan, ponele la firma”, siempre con su particular manera de hablar, su tono de voz y sus pausas.

Epaminondas lo miró, y le dijo: “Por eso creo que es posible que la muerte sea una vida sin tiempo, pero no ‘la vida eterna’ de los santos, no; lisa y llanamente sin tiempo.” El escritor sin libros editados, cree que la muerte no depende de nada más que de la ausencia de vida: una ausencia que llega independientemente del paso de cualquier tiempo y se queda para siempre, o por un tiempo que no existe en este mundo, como para poder ponerle un nombre y por eso no lo tiene. Porque si no hay vida no hay tiempo. Tal vez esa sea la “acronología”, el tiempo del que dispone la muerte. “La verdad,” continuó Epaminondas, “los años no me vienen ni me van”.

“Me cambiashte la bocha, me cambiashte, pibe. Vo preguntaste shi van o vienen, no shi me vienen o me van a mí.” El Turco lo increpa.

“Ese es el punto, Turco, la cosa es que todo depende de nuestra percepción de las cosas. Las cosas no son como son, son lo que hacemos que sean. ¿Acaso existirían los años, si no los conociéramos como tales, como el lapso de tiempo que consta de doce meses y que despedimos y recibimos con tristeza y alegría, y una cuantas copas para calmar las penas?”

“Bueno, pibe, los año esisten, aunque no she shepa; o que vo no tenga el conocimiento que cada doce meshe pasa uno, no quiere deshi que no she no vengan enshima.”

“¿Y quién le dio esa forma al tiempo, Turco?”

“Supongamo que uno que no tenía otra cosha que asher.”

“Bueno, yo lo desarmo”

“Eshcribime eso, eshcribime”

Entonces, surgió esta explicación, sobre la manera de percibir las cosas, de las subjetividades que entran en juego en todo cuanto se percibe:

“Parece que a muchos les cuesta establecer la relación que guardan el tiempo, la vida y la muerte, desde la inversión de lo que se conoce como dado. Desde el punto de vista dado, no podemos ver a la muerte como la ausencia de tiempo. Sin embargo, si hacemos una transición entre ellos, la cosa es más simple: La vida está regida por el tiempo, la muerte es ausencia de vida, ausencia del tiempo percibido. ¿Pero qué pasa con las cosas concretas y que no tienen vida? Tienen cronología, la tienen, pero ¿de qué modo la obtienen?, de las subjetividades que las perciben y las crean. Cuando el hombre alcanza la objetivación de su ser en textos, en su arte, no existe ya el tiempo ni la cronología, porque estará todo él allí, sin estarlo; vivo y muerto al mismo tiempo, y dependerá, otra vez, de las subjetividades que lo perciban.”

Ahora entendemos que lo que vimos en aquella casa, no era lo que parecía, esta investigación estuvo a punto de ser desechada porque comenzó con un Epaminondas muerto, que vimos luego vivo. No pudimos ver que, a medida que sacábamos los textos de las bolsas de residuos, a medida que tratábamos de reconstruir su historia, él cobraba vida. Una forma de vida que él mismo está aprendiendo a vivir, sin tiempo, sin sincronía ni cronología. Una forma de vivir la muerte por el verdadero ser.

Todo esto nos lleva a su famoso cliché, que es retomado por algunos autores y locutores para enfatizar cuando algo no es lo que parece que deba ser: "No podemos ir por la vida dando por sentadas muchas cosas que, en realidad, se cayeron de culo." Creemos que se refiere a no juzgar lo que vemos, a la ligera, como algo dado para siempre porque deba ser así.

Acerca de “Sobre la falibilidad de los padres”

Simón, ahora sabemos su nombre, era un niño con una curiosidad y reflexión innatas, y siempre sintió que no era hijo de sus padres. Es bastante normal que los chicos, a determinada edad supongan que son adoptados; pero en Simón la cosa era muy fuerte. Era pequeño como para inferir cuestiones tales como tiempo de embarazo, o embarazo, directamente, como para buscar fotos de su madre en estado “interesante”; pero esa inquietud no se le pasaría hasta entrada la adolescencia, cuando sí fue capaz de deducir estas cosas.
Tan acostumbrado estaba a recibir preguntas como respuestas, que dudó si preguntar directamente a sus padres sobre su origen. Pero lo hizo, y le respondieron, claro, como correspondía y esperaba, siempre con preguntas retóricas que los dejaban en offside, tales como: ¿Para qué querés saber eso? ¿Quién te habrá metido esa idea en la cabeza? ¿Por qué no dejás de pensar en pavadas? ¿Cómo se te ocurren esas boludeces? Siempre fuera de juego a través de la estrategia parental, se cansó de las preguntas retóricas que recibía como respuesta, y así fue como Epaminondas nació. La duda, la incerteza, la ambigüedad marcaron su camino. ¿Quién era realmente? Era un ENORME signo de interrogación. A estas alturas, ya llevaba escritos varios textos, que no mostraba a nadie pero que sentía tan suyos y de todos. Quería mostrarlos, pero dudaba hacerlo ante la incertidumbre que llevaba en su ser. Textos que eran él, más que de él. Así es. Ya comenzaba a firmarlos como Epaminondas Chazarreta, el desconocido poco ilustre.

Parece que sus quince años fueron decisivos, sentía que era mayor, sentía que debería haber nacido en la época de sus padres, allá por los cuarenta; pero no sabía el por qué; y definitivamente comenzó a no interesarle el por qué de muchas cosas. En su texto “Sobre la falibilidad de los Padres”, escribía lo siguiente: "Entre dudas y certezas, prefiero la duda, porque me impulsa a un continuo aprendizaje, a la sorpresa ante la revelación de la respuesta; le da sentido a un futuro que siempre está llegando. Tener certezas solamente, le quitaría gracia a la vida."

Decidido a caminar como se le cantara el cántaro, de ahora en más, diría lo que pensase, sin reparar en las consecuencias; sin embargo, su inconsciente tomó un protagonismo que solamente repararía su podólogo amigo, la única amistad que logró conservar a lo largo de su vida, bastantes años después.

Como decíamos antes, Epaminondas no tenía fecha de nacimiento exacta, sin edad cronológica, sabía que era más viejo de lo que sus años indicaban. En otro fragmento de ese texto, comentaba: “Los cuentos clásicos comienzan con el famoso ‘Había una vez...’ incierto comienzo para una historia con final feliz. Será cuestión de no haber nacido con certeza en el tiempo, como nacen esas historias, sino simplemente, haber nacido una vez.” Creemos que se adelantaba en el tiempo, con este párrafo tal vez anunciaba un no nacimiento, u otro nacimiento o, tal vez, su resurrección.

Epaminondas reconoce en ese texto diversas situaciones que derivaron en su necesidad de preservarse como un ser anónimo, sin cronología cierta; tal vez, esa necesidad tenga una relación intrínseca con el desconocimiento de su verdadero origen, no porque no lo supiese realmente sino por no reconocerlo como tal. Ante una duda existencial, recibía preguntas; es decir, siempre vomitaba boomerangs.

Epaminondas, desde muy pequeño, vivía un mundo de fantasía, como si fuese el hijo del protagonista de “La vida es bella”; en su casa no se hablaba de política, no se hablaba de sexo, no se hablaba de nada; excepto de lo que sus padres consideraban necesario como para la educación del muchachito. Un chico curioso, con evidente inclinación al pensamiento libre; cosa que a ellos les hubiese gustado que nunca ocurriese. Simón, para sus padres, debía ser operario, un trabajador del llano, con la escuela secundaria completa, eso sí, como cualquiera que quisiese vivir tranquilo y sin sobresaltos. Pero el chico permanentemente mostraba inclinaciones a la lectura, la escritura y diversas manifestaciones del arte, desdeñando la vida de consumo; un bohemio.

Abandonó el colegio luego de su expulsión, consecuencia de su nueva manera de encarar la vida, con el desacuerdo de sus padres, por supuesto, que lo obligaron a buscarse un trabajo “en serio”, no eso de andar escribiendo cosas bonitas que le pintaban un futuro hambriento, harapiento y de borrachín de bar. Epaminondas, consideraba al colegio como algo altamente frustrante en cuanto a sus expectativas. Decíamos que su característica era el pensamiento libre, desestructurado, o al menos tratando de liberarse de esas estructuras, de esos andamiajes defectuosos; y en la escuela se sentía atado, amordazado; hasta que se decidió a actuar en pos de su liberación. Según los demás, un rebelde. Según él, un subversivo, y bien contento con eso, no feliz, pero satisfecho.

Simón, cursó siempre en colegios privados católicos, y, por supuesto, hubo momentos en que le hubiese gustado ser cura, o al menos monaguillo, como para empezar con algo; pero en cuanto su cerebro comenzó a elaborar los contenidos de la catequesis, cotejándolos con el comportamiento de quienes se la enseñaban, comenzaron los conflictos.

En un primer momento, aceptaba el dogma, la doctrina, creyendo que era culpable de malos pensamientos. Posteriormente, en sus textos como Epaminondas -los escritos anteriores fueron incinerados por él- en “No te creo nada, no te creo más”, dejó este pensamiento: “La tentación encuentra siempre terreno fecundo en los espíritus libres, el pecado en cambio, necesita de espíritus atormentados", además, leemos: “El dios de los cristianos es una creación del hombre para poder encuadrar, como un orden dado por un ser superior, las diferencias e injusticias que el ser humano mismo impone entre sus congéneres. Chivo expiatorio de culpas, resignación ante las desigualdades, sometimiento conforme a una recompensa eterna. Dios no puede ni quiere, porque no existe. Dejo otras preguntas: Si el hombre desaparece de la faz de la tierra, ¿dios continúa existiendo? Teniendo en cuenta que quien posee razón es solamente el humano, y por lo tanto es quien posee la facultad de generar ideas y sostenerlas mientras tiene vida, si desaparece el último pensamiento humano sobre la tierra y con ello la idea de dios, ¿tendría sentido su permanencia eterna? ¿Seguiría existiendo? Pues la idea de mal está encarnada en el hombre.”

Estas reflexiones no fueron producto de un pensamiento mágico ni repentino, fueron años de sometimiento a un adoctrinamiento ilógico, en un contexto contradictorio a lo que promulgaba la fe. Epaminondas, efectivamente, vendió la cadenita con una cruz, que le había regalado su abuela, lo que, nuevamente, le generó un conflicto familiar que reflejó en otro de sus escritos: "¿Vendiste la crucecita de oro que te regaló la abuela?", donde dejó lo siguiente: "Símbolos que nadie entiende de nada sirven. Símbolos que interpretan pocos es soberbia. Lo simple no significa decadencia, es la capacidad de empatía que genera la humildad."

Como observamos, en este pequeño párrafo sintetizó la inutilidad de un ritual con símbolos que pocos interpretan, la estupidez de dar valor monetario a un metal usado en la representación de una doctrina que destaca la humildad y la pobreza como valores, además de perpetuar la idea de una muerte horrenda que sufrió tanta gente en épocas tan remotas, no solamente a Jesucristo.
Lo que sí rescató Simón, fue la idea de la muerte y la resurrección como metáforas de un gran cambio en la vida, pero eso no era necesario colgárselo al cuello, sino llevarlo a cabo en la práctica en cada uno que desease fervientemente, como él mismo dijo ahí mismo, en ese texto:

“Verdad, dad a ver.

Apertura de los ojos al propio ser.
Nada más que la verdad. Mía.
Subjetivamente sugestiva
objetivamente inexistente. Tuya.
Cualidad de la propia certeza,
percepción modelada. De ellos.
Tal vez nuestra.”

Invertir el discurso cristalizado, revela una apertura mental extraordinaria para dar vuelta los acontecimientos, que se presentan como resultado de lo dicho como rigor de verdad.
Todo eso tiene que ver con la falibilidad parental, hijos del discurso preexistente y universal; pero siempre hay una oveja negra que, además, bala en otro tono.

jueves, 16 de junio de 2011

¡Piedra libre a Epaminondas!

Epaminondas anda medio perdido, tratando de sobrellevar el tiempo en su cabeza. Esta situación lo hace pensar en qué será de su vida, así como es él, un tipo improductivo para el mundo. Aclaramos que esto último, la idea de la improductividad, viene del concepto capitalista que el pobre Epa ha internalizado y, de alguna manera, viene a jorobarle la existencia, porque le cuesta mucho asumir su mirada del mundo, como algo no dado para siempre. Es duro luchar en contra de la corriente, patear en el agua, tirar puñetazos o correr en las pesadillas; en fin, una lucha interna y externa que solamente pocas mentes lúcidas reconocen sin que les generen tantos cuestionamientos. De vez en cuando es bueno dejar que la corriente fluya y acompañar el rumbo apoyando el remo en la superficie del agua sin remarla tanto.
Entonces, piensa que, si lo que tiene son palabras; lo que quiere, es vivir de ellas. ¿Cuánta gente no puede escribir una nota, una carta, un comentario? Resulta, que por un comentario de esos que relojea, desde su interacción en la red social de los rostros, porque Epaminondas tiene una ventana cibernética al mundo en el refugio en el que vive de prestado, o por derecho adquirido, se enteró de que hay gente que ya ha estado incursionando en el terreno de las “epístolas ajenas”. Así que desde hace un tiempo comenzó a ofrecer con más énfasis sus servicios como escritor. Cartas, cartas de amor, de desengaños, de abandono o despedidas sin besos. Cartas de felicitaciones por logros obtenidos, cartas jurando fidelidad o infelicidad. En fin. Cantidad de cartas comenzó a escribir como modelos, más o menos estándar, para ganar tiempo por si le pedían muchas al mismo tiempo. Para mujeres y para hombres, en algunos casos arriesgando nombres y apodos comunes, como Susana, Lucía, Osito, Cielo Mío, Porota y Ñata. El eslogan: “Todo lo que no puedas expresar, Epaminondas te lo escribe, de puño y letra por si tenés mala caligrafía. Una carta artesanal no produce el mismo efecto que un papel tipeado.” Largo el eslogan, demasiado para decirlo rápidamente. Como el bunker lo trasladó al bar del Turco, éste le sugirió algo más práctico, más... “acesible al público”, como dice él: “Decilo como la gente, decilo; te lo escribe Epaminondas.”

Eso sí, sería necesaria la documentación adecuada, con fotos de la persona a quien se dirigiría, a menos que ya la conociese, pero básicamente algunos datos fundamentales como edad, contextura física, algún defecto que no permitiese usar algún texto que pudiese herir susceptibilidades, por supuesto. Como era el caso de un señor, que le encargó una carta para una mujer de la cual estaba enamorado, y a la que ya se le había declarado en reiteradas oportunidades, sin mayor fortuna que un rotundo y enfático “No”. Lola se llamaba, se llama, mejor dicho, porque no ha muerto aún hasta este momento. “Lola, como tarareo debajo de una llovizna de verano; Lola, Lola, Lola, Lola, como oleaje de deseos que se acercan y se pierden en la arena de tus negativas...” De este tenor fue la carta para esa mujer, no sin cerrar esa nueva declaración con un: “Sería capaz de matar por usted, por su amor y su compañía”. De cualquier manera, Epaminondas supo que no funcionó la carta porque hubo un detalle que el señor que se la encargó no le dijo: Había enviudado cinco veces en circunstancias poco claras. Algo así como el “Yiya Murano del barrio”, pero sin pruebas contundentes que lo enviaran a la cárcel. Otros decían que las mujeres morían porque era demasiada la presión que ejercía sobre ellas, con sus ciento veinte kilos de peso, las ahogaba al relajarse sobre ellas luego de tener sexo. Era un señor mayor a estas alturas, casado cinco veces; las mataba en la luna de miel, prueba suficiente de que soportaba estoicamente el sexo de pie en los zaguanes.

Pero, en fin, resulta ser que Epa, viene a descubrir que es un alguien de otro, o tal vez, esa voz que lo impulsa a continuar, sea su verdadero yo que quiere aparecer. Comenzó a creer que tal vez sea un heterónomo de ese que vive en él y por él, que no es su nombre aunque sí su verdadera identidad.

Sabemos desde el principio de la investigación, que quedó tambaleando en determinado momento, pero que continuó con este mito de Epaminondas el resucitado o tal vez no muerto; que el que se conoce no es su verdadero nombre, por eso costaba tanto conseguir testimonios certeros sobre ciertas etapas de su vida. Pero no es fácil ocultar para siempre lo que, o quien se es.

Una ex docente, vino a dar con el dato adecuado para descubrir la verdadera identidad de este personaje que nos ocupa, este loco lindo, inocentón y perdido del mundo pero hallado por la vida. Mujer de edad, tenía un enamorado, don Segismundo Flores, el cinco veces consecutivas viudo y, por eso mismo, continuamente rechazado por ella cuando le hacía propuestas amorosas. Aunque ella ya se consideraba vieja, no había por qué apurar el trámite para mirar pasar la gente por las suelas y tacos o por las coronillas, “Vaya a saber una qué le toca, si arriba o abajo”, decía.

El caso es que recibió una carta de Segismundo, de puño y letra según él mismo; pero ella, mujer experimentada, reconoció inmediatamente el trazo particular de una letra que nunca volvió a ver, hasta esa epístola. Consideró oportunas dos cosas: Rechazar nuevamente a Segismundo y guardar silencio sobre su observación. Sin perder tiempo, comenzó a investigar sobre el origen de esa carta. Buscó entre papeles viejos y halló una nota, de un alumno de uno de los terceros años por los cuales pasó dando clases de Literatura; nota que había decidido guardar por la peculiar frase que decía: “E pur, si muove”, frase que significa “y sin embargo se mueve”, dicha por Galileo Galilei durante su defensa ante la inquisición. Supuestamente, el sol giraba alrededor de la Tierra y éste tipo andaba diciendo que las cosas eran al revés... Pedazo de loco... Luego de pedir disculpas se descolgó con que “Sin embargo se mueve”.

Esa nota, se la había entregado luego de ser expulsado del colegio y luego de que ella perdiera su virginidad; aunque tiempo después vino a descubrir que no había perdido nada, sino que había ganado el estatus de Magdalena, entregándose a la libertad de amar y disfrutar del amor a su manera. Todo gracias a la rebeldía de un alumno y la frase de Galileo que le regaló, en el momento exacto. Ahí comprendió todo. Nunca más lo volvió a ver, a él ni a nadie más del colegio, porque decidió rehacer su vida luego de sus más de cuarenta años perdidos por el ejemplo de vida, comportamiento y virtud que la sociedad le había legado como mandato. Pero mujer era, hembra para más datos y decidió mudarse lejos de ahí.

La carta. La nota. Esa letra. “Es él”, se dijo. Ella le debía un agradecimiento, le debía su nueva vida y, al mismo tiempo, sentía que tenía que pedirle perdón, por su ceguera frente la lucidez de un muchachito, el joven demoledor del muro de una vida, signada por paradigmas y estructuras sociales que parecían de hierro. “Pero cómo era el nombre...” Pensaba mientras repasaba la carta y la nota, una y otra vez, recordando algunas cosas y tratando de recordar otras.

Le daba vergüenza ajena, preguntarle a su pretendiente quién le había escrito la declaración de amor, pero con tantos años perdidos y ganados, aprendió que le corresponde al otro remontar las consecuencias de una mentira; así que tomó el teléfono, llamó a Segismundo y obtuvo el nombre del autor, cuya oficina era una sucia mesa del bar del Turco: Epaminondas Chazarreta. Jamás había conocido a ningún Epaminondas personalmente. Pero le sonaba parecido a otro apellido que tenía en la punta de la lengua; tal vez, Don Flores se había confundido por cuestiones de memoria a corto plazo, que parece que, al fin y al cabo, tantas declaraciones no eran más que olvidos constantes y primeras veces.

Y así fue como se acostó con el nombre obtenido y el otro en la punta de la lengua, que no hay mejor manera de decirlo; aunque tal vez podría compararse con un casi orgasmo, esos que cuestan conseguir, pero cuyo deleite dura todo el proceso. Arrojó el nombre a la almohada; todo el mundo sabe que es mejor discutir las cosas con ella, antes que romperse la cabeza con elucubraciones y esfuerzos vanos; sin embargo en realidad el proceso viene dado por la relajación de las tensiones y la liberación de los estados de conciencia.

Soñó. Esa noche soñó con aquel día glorioso en que vio la cara de dios, en un carmesí testimonio que lacró su falda. Vio la gloria y la verdad de su “hembría” y comenzó a leer a Simone de Beauvoir. El director de la escuela, en ese sueño la rechazaba, luego de poseerla, y ella veía el rostro del muchacho detrás de la ventana del despacho, que observaba el rechazo. “¿Por qué me rechaza”, pensaba ella en el sueño, tratando de no vomitar conejos azules. Conejos que saltaban por todo el despacho, y el director que los pisoteaba, manchando la alfombra de sangre; pero en ese onírico suceso, algunos conejos explotaban y desaparecían y otros, se escapaban como resortes peludos detrás del muchacho que se alejaba de allí. “No me rechacen”, repetía en el sueño; “¿Por qué me rechaza? ¿Me rechaza? “. Así, se despertó, sudada, babeante y repitiendo “Rechaza, rechaza...” Y gritó: “¡Rechazata! ¡Ese es el apellido! Claro: Simón Da Pena Rechazata.” El nombre surgió de reordenar las letras, como un anagrama casi perfecto, excepto por una “r”, que obviamente debía agregar para que sonara como doble r vibrante en medio de dos vocales. “Te encontré, Simón Da Pena Rechazata, alias Epaminondas Chazarreta, tarde pero a tiempo.”

A todo esto, Epaminondas no tiene idea de lo que le espera, o de lo que debe esperar, o de la decisión que deberá tomar en cuanto esto se sepa.

martes, 14 de junio de 2011

Reflexiones, dichos, comentarios y otras yerbas, propias del Ánfora Etrusca - IV

* "El cerebro tiene sus maneras de procesar los datos y también sus tiempos para expresarlos. Algunos no tienen esa suerte y se quedan con sus neuronas envueltas en plástico para que no se les arruinen."

* "Entre dudas y certezas, prefiero la duda, porque me impulsa a un continuo aprendizaje, a la sorpresa ante la revelación de la respuesta; le da sentido a un futuro que siempre está llegando. Tener certezas solamente, le quitaría gracia a la vida." Epaminondas Chazarreta.

* "Como una tejedora de textos, tejo discursos preexistentes como si fueran nuevos. Mi idioma es el hilado, fino o grueso y mi estilo es el punto, que le dará el aspecto distintivo a cada prenda. Textos artesanales."

* “En el B-612, debajo del baobab que no puede ser, tal vez te espere una espina en una rosa, dulce y manipuladora; pero que te mostrará la tierra de lejos. Te dirá que allí, tan distante, está su alma. No se la lleves, es tuya.”

* “Hoy me pasó un tsunami por arriba, me revolcó un tornado, me caí a un pozo ciego, salí comiendo helado. Todavía estoy un poco contracturada, pero más tranquila.”

viernes, 10 de junio de 2011

Audio de los Micros XX (equis equis) en Malas Compañías

Como parte de la serie XX multimedial: Blog, Planeta Baigorria edición impresa y radio. Si canal 2 hace alguna propuesta, ahí vamos como Tita y Sueyro.

Malas compañías, de lunes a viernes, de 10:30 a 12:00, en Radio City, Granadero Baigorria, Santa Fe, Argentina. Los micros, solamente los viernes.


Patricia Ferreyra



Javier Minetti



Link: Micro 1 en Malas Compañías  XX ¡Es Niña! Viernes 3 de junio 2011

Link: Micro 2 en Malas Compañías  XX: Las que fuimos y ya no somos... Viernes 10 de junio 2011

Link: Micro 3 en Malas Compañías  XX: Sor Juanetes. Viernes 17 de junio 2011

Link: Micro 4 en Malas Compañías   XX: Guardar silencio o cuidar palabras. Viernes 1º de julio 2011

Link: Micro 5 en Malas Compañías   XX: Delimitando tiempos y espacios. Viernes 8 de julio 2011

Link: Micro 6 en Malas Compañías   XX: Las ventajas de tener sexo frecuente. Viernes 15 de julio 2011

Link: Micro 7 en Malas Compañías   XX: Las mujeres y el fútbol.  Viernes 22 de julio 2011

Link: Micro 8 en Malas Compañías   XX: Honestidad masculina. Viernes 29 de julio 2011

Link: Micro 9 en Malas Compañías    XX: El gran piropeador. Viernes 5 de agosto 2011

Link: Micro 10 en Malas Compañías  XX: Día del Orgasmo Femenino o...? Viernes 12 de agosto 2011

Link: Micro 11 en Malas Compañías  XX: Cuadradillos y soledad Viernes 19 de agosto 2011

Link: Micro 12 en Malas Compañías  XX: Segismundo y Elmira; dos hermanos Viernes 26 de agosto 2011

Link: Micro 13 en Malas Compañías XX: Madres solas Viernes 9 de setiembre 2011

Link: Micro 14 en Malas Compañías XX: Viaje en colectivo y recuerdos de primavera Viernes 16 de setiembre 2011

Link: Micro 15 en Malas Compañías XX: Soy lo que soy, quien soy. ¿Dónde estoy? Viernes 30 de setiembre 2011

Link: Micro 16 en Malas Compañías XX: Gran Hermana la TV. Viernes 7 de octubre 2011

Link: Micro 17 en Malas Compañías XX: Desnudos y poder. Viernes 14 de octubre 2011

Link: Micro 18 en Malas Compañías XX: Desmitificando cuentos de princesas. Viernes 21 de octubre 2011

Link: Micro 19 en Malas Compañías XX: ¿Qué quiere una mujer?. Viernes 4 de noviembre 2011

Link: Micro 20 en Malas Compañías XX: Nuestro Manifiesto. Viernes 11 de noviembre 2011

Link: Micro 21 en Malas Compañías XX: Debajo de un bigote. Viernes 18 de noviembre 2011

Link: Micro 23 en Malas Compañías XX: Cierre del ciclo 2011 Jueves 29 de diciembre 2011

lunes, 6 de junio de 2011

Situaciones de gente recontra común

Granadero Baigorria, como toda localidad que se precie de tal, tiene vecinos añosos, que pueden contar historias de su vida, de cuando las cosas no eran lo que son. Pero este no es el caso. Este es un caso puntual, con gente antigua de la zona pero capturados en una situación actual. Si vienen, seguro los pueden conocer.

Cada una de las cuadras de la Avenida Vietti se caracteriza por contar con vecinos que viven allí desde que esa calle no era como lo que hoy vemos como una avenida bien cuidada, con cantero central, con plantas ornamentales y, fundamentalmente viviendas, en lo que antes eran campos con árboles frutales. La antigua avenida de la que estoy hablando, calle de tierra, marcaba el límite entre barrio Los Naranjos y El Haras. Pero desde hace un tiempo, se han unido bajo una misma denominación; tal vez porque lo que allí había eran árboles frutales, cítricos para más datos y no un haras con equinos cuidados y pitucos listos para jugar Pato o Polo.

Vecinos viejos, antiguos diría, de cuando se podían ver las islas y las vías desde la Ruta 11; de cuando había que ir a buscar el agua potable a las canillas de las esquinas, sobre la avenida principal. De algunos de esos vecinos, se trata este episodio.

CUANDO LA QUEJA TE AQUEJA

Difícil es soportar a una persona que todo el tiempo se queja. Soy capaz de entender cuando un dolor físico tortura, a veces hasta cuando molesta, puede llegar a movilizarme tal vez; pero no me banco la queja que se emite a modo de “no tengo nada para decir y por eso me quejo”. Ese es un tema crucial por el que se comienza a transitar llegando a los albores de la tercera edad.

Uno de los típicos quejidos de jubilado que no tiene nada que hacer, que está aburrido, que está solo, en la puerta de la casa, sentado en la reposera y que observa, desde su trono, una cabeza que se mueve detrás de la ventana de la cocina. Piensa. Se olvida lo que pensaba y se levanta, de curioso, aunque sabe que es la esposa que está cocinando para el mediodía.

Ahí va. Nadie le habla. Apoya las manos en los posabrazos del sillón de tiras plásticas coloridas, junto a un sonido que se parece a un suspiro con mezcla de gruñido, para decir algo, mientras echa una rápida ojeada a ver si lo escuchan mientras se levanta. Y arranca con el “ayayayayayyy”, observando furtivamente detrás de los bifocales, detrás de la ventana de la cocina, esa cabeza que no da acuse de recibo, concentrada en la comida.

La reposera es liviana, de caño hueco, plegable. Cada movimiento requiere un sonido; o bien gutural, o bien el incansable, cansado y cansador “ayayayayayyy”, potenciado con un suspiro. Así va cerrando la reposera, la levanta y la entra a la cocina.

La cabeza que observaba desde afuera y que con curiosidad fisgoneaba, no es más que la confirmación de lo cotidiano que, por cotidiano y para darle algo de misterio, sin tener más en qué pensar; teñía de duda por saber si era o no era la persona que él pensaba que sería. Sí, claro, era la esposa pelando las papas para el almuerzo, en un silencio agradable, cómodo para el descanso cerebral.

Él enciende el televisor. Con el volumen altísimo, ella, en evidente estado de ensimismamiento o costumbre, en medio de los quejidos y reclamos que le inquirían “¿Dónde está el control, que lo prendo de ahí al aparato y cambio el canal con el control, al control lo dejan en cualquier lado y después no lo encuentro la puta que lo parió a dónde mierda lo pusieron estas chinitas que cada vez que vienen… Acá está, qué porquería mirá que apreto y no anda se le terminan las pilas que no duran nada cada vez las cosas las hacen para que se rompan enseguida cada vez duran menos, esta mierda…”

El televisor anuncia: “Sorteo de la Quiniela Nacional… (Aquí silencio)… Sortear”

Él, nuevamente al ataque: “La puta quelorreparió no puede ser que juego el cuarenta y uno y sale el catorce, no ves no pego una que suerte de mierda…”

El televisor continúa luego de todo el sorteo: “El sindicato de trabajadores de Metrovías cancelan las ventanillas en protesta…”

Él, otra vez a su queja: “¡Qué hijos de puta!” (Aquí es bueno saber que en Granadero Baigorria no hay trabajadores de Metrovías y la medida no afecta en lo absoluto al movimiento en kilómetros a la redonda, ya que no hay subtes ni trenes eléctricos así que más bien es una puteada solidaria con los porteños; y sigue) “¡Por cualquier cosa están cortando todo, que se pongan a laburar que se pongan!”

La cabeza que ahora está de este lado de la ventana, permanece gacha. En un lapso tan corto de tiempo, pasó de la calma y sosiego a la serie de quejas y puteadas consecutivas más inflamantes de ovarios jamás observada y escuchada. Esas manos que pelan las papas, al mismo tiempo las comprimen, las gastan, las asesinan. Esas manos tiemblan, mientras el escenario de la ensoñación diurna, que trata de evadirse de esa realidad, imagina al sucio pela papas clavado en la yugular de ese hombre.

“Otra vez papas, ya me canso de comer siempre lo mismo” Otra vez al ataque. “Será posible que esta enfermedad de mierda me joda la vida, tengo que comer esa porquería todos los días lo mismo que vida de mierda la puta madre que lo reparió.” Y se vuelve a sentar, con el correspondiente “Ayayayayyyyy” potenciado con un “¿Te hacés unos mates?

La cabeza, gacha. Solamente se produce un deslizamiento de los globos oculares hacia el objetivo, la fuente de la que emana esa negatividad y pesimismo manchada de mal humor: El marido. La mujer lo imagina ahogado con el mate de calabaza y con la bombilla abriéndosele paso por la tráquea. Ahora, recién ahora comienza a girar la cabeza. Deja la diminuta y comprimida papa, y arroja el pela papas adentro de la bacha de la mesada, que emite un hueco sonido metálico de alerta, violencia contenida.

El marido siente unas espuelas que se le clavan en las sienes, se sabe observado, no es ingenuo. La mira. Se levanta del sillón, en silencio, y pregunta: “¿Te saco la ropa que tenés tendida?

La mujer, con el rostro de gestos ausentes, de vacaciones diría, se limita a contestarle con un leve asentimiento de cabeza, con los ojos fijos en él.

“Después me preparo el mate, viejita. Seguí no más con lo tuyo, seguí no más.” Apagó la tele, y salió a buscar la ropa. No tengo dudas de que también se preparó el mate y, posiblemente, le haya cebado alguno a su mujer.

viernes, 3 de junio de 2011

Lo que mata es la ansiedad

No, no digas nada, ya sé… Te quedaste dormido. No te preocupes amorcito, estoy bien, mientras esperaba escuchaba a Richar Jona; él sí sabe cómo tratar a las mujeres.

No, no. Te dije que no digas nada, ya sé. Estás cansado por el trabajo, un día largo sí. Bueno, mirá, ya sé que no venís y por eso me llamaste. No, no me lo dijiste pero lo deduzco, si me llamás a esta hora es porque ya no venís, es así, seguro que es así, para qué me vas a andar explicando una cosa que se cae de madura.

No te gastes en excusarte, pero quiero que sepas que me arreglé al pedo para vos, porque si yo me arreglo es para vos y no para otro, y me hacés esto.

¡No, no te dejo hablar porque cada vez que te dejo hablar me envolvés en tus redes y caigo como una pelotuda y te digo que yo no soy ninguna pelotuda, sabés? A esta hora tenías que estar acá y me estás llamando para darme alguna excusa de mierda de por qué no podés venir.

Pará, pará un poco. Sos vos el que llamaste y me vas a escuchar porque si llamaste es para que me escuches ahora y no después; yo no tendré una cinturita privilegiada… Sí, tengo esa grasita tipo salvavidas y panza, pero calculo que cuando me conociste no te importaba y, además, ya sabías mi edad como para hacerme sufrir ahora porque te llevo diez años; eso no te importó cuando me invitaste a salir y tuvimos sexo de una manera desenfrenada y salvaje.

¡Te dije que no digas nada, porque no es la primera vez que me hacés esto de dejarme esperando!, y cuando tardás y llamás es porque no vas a venir; y seguro que es porque ya no me querés, o no te resulto atractiva como antes. Claaaro, el señor es un pendejo al lado mío y ahora está arrepentido y no me lo puede decirrrr. ¿Qué; me viste alguna cana? ¡Por vos me tiño! ¡Por vos! Porque sos más joven que yo y es un papelón que se me vean las canas que me hacen más vieja… Pero claro, a vos no te importa mi sacrificio por mantenerme linda para vos… ¡Porque lo hago por vos! A algunos hombres no les interesan mis canas, ni mi panza, ni mi edad, ni…

¿Eh?

Ah, bueno, sí, entiendo. Ahora me acuerdo que no anda el timbre. Subí.