Esa mañana comenzó el acabose; aunque parezca contradictoria, semejante afirmación es absolutamente real, porque lo que comenzó como un simple momento televisado, una presentación que debía ser una más de las tantas, se diría que terminó en un caos controlado sin final posible. Aclaremos esto; un final eterno, suspendido en el aire real más allá del aire televisado y todavía no se ha encontrado la manera de terminarlo definitivamente.
El estudio de televisión era un espiedo gigantesco cuyo calor manaba de los cañones de luz, de los seguidores cuyos haces enceguecen a su objetivo, paradoja de quien se muestra y no ve; y aunque las dimensiones del recinto son de un tamaño considerable, para la cantidad de personas que estábamos ahí adentro esperando que nos diesen la orden de “aire”, era insuficiente. Aunque ya estoy acostumbrado al terrible calor que se soporta cuando el aire acondicionado no funciona bien, me rompe soberanamente los kiwis, ya arrastrados por el piso, además de chamuscados, que el encargado del mantenimiento acate las órdenes de ahorrar energía y disminuya la frecuencia de encendido para bajar la temperatura. Él cuida su laburo pero no la salud de los que nos asamos de a poco acá adentro. No quiero ni pensar lo que sentían los músicos mientras esperaban para ponerse a tocar, y a tocar en serio, los cables cruzaban por debajo del escenario hasta la consola del director, parece que lo que querían lograr era el primer videoclip del grupo tocando sin playback. Les debían quemar los instrumentos en las manos. Parecían tipos piolas, un poco estrafalarios, hacen rock y usan trajes, no sé, no me cierra la idea pero bue, tienen demasiados fanáticos como para encontrarle un defecto a la imagen que dan, no arriesgaría un comentario negativo, aunque fuese constructivo, en medio y ni siquiera a espaldas de esa turba fanatizada, embelesada, expectante. El mutismo del público es lo que más aterra, eso es a lo que más se teme, igual que los silencios de los psicópatas al acecho, la calma que precede a la ira de Zeus.
Antes de que ese día llegara escuché algunos temas de estos chicos, nos habían avisado que venían con una semana de anticipación, aparentemente tenían la agenda hasta la jeta de giras, entrevistas y presentaciones como ésta; son buenos, muy buenos. Pero el fanatismo que veo en el público me supera, como me superó la estúpida decisión de salir al aire con tanta gente en el estudio, no sé, se me ocurre que no fue buena la idea del productor. Pero yo soy un pinche, nada más que un camarógrafo que obedece las órdenes del director.
Desde que comenzaron a tocar, el galpón tuvo que ser ampliado. Se pensó en la posibilidad de cerrarlo herméticamente hasta que los músicos dejaran de ejecutar sus instrumentos y cantar, pero no hubiese sido muy humano ni piadoso final. Lo que se hizo fue procurar que la energía eléctrica jamás sufriese una interrupción para que la música siguiese sonando y una gran pared de durlock dividió el escenario, con todas esas personas incluidas, para separarlos del resto de las actividades que se siguen realizando normalmente acá adentro. Lo único que mejoraron fue el tema de la temperatura en ese sector, los músicos eran corderos acorralados por el público, quedaron en medio de esos monstruos que habían generado con su música y que esperaban el final del tema para abalanzarse sobre ellos y devorárselos tal vez; una multitud antropófaga a la espera de hacer algo con ellos, fagocitarlos, degustarlos, llevarse un trozo de cada uno, un mechón de cabello o un dedo; un zapato o un ojo.
Los del grupo se dieron cuenta de la situación cuando, casi terminando el tema, varias personas se acercaron corriendo, demasiado cerca, muy cerca; detrás de las primeras fanáticas se abalanzaron todos, todos absolutamente los rodearon y se quedaron así, como están ahora, sin corear Hey Jude porque les habían dicho que estuviesen en silencio para que la grabación no se arruinara. Así, esperan el final de la canción, demasiado larga como para un simple, más todavía para un long play de vinilo. Por supuesto dejé de enfocar la cara del cantante cuando sus ojos se desencajaron y los gestos del llanto, que desfiguran el rostro, afectaron la fotogenia. Se nos dio la orden de corte al cabo de varias horas de un agotador y repetitivo estribillo.
Lo que más me jode la existencia es que, además del calor que sigue haciendo en el trabajo, no logro sacarme de la cabeza el naaaaa, na, na, nananana… He-ey Jude. Pero uno se acostumbra, es una linda canción.