domingo, 21 de julio de 2013

Enajenados en Los Reartes

El invierno se destiñe en mis ojos cotidianos
pero ajena a la encomienda diaria y mezquina
me reencuentro con la fría policromía de la latencia,
del presuroso cauce que Heráclito envidiaría,
de los gigantes de apariencia estanca que ignoran a los horizontes llanos
-telón de fondo que se descuelga del cielo-
y abajo,
de los antiguos que antes los acompañaron y por despeñados siglos yacen
como rígidos miembros arrancados de los cuerpos vigilantes,
custodios del seseante curso interrumpido
por antiguas cumbres que el agua acaricia, golpea, esconde y revela.
Los destellos son de sol y de agua, de mica
de roca dispersa por vientos milenarios que arrastran y depositan; arena y polvo.

Me obligo a bajar los ojos al sendero,
quién sabe cuántos han pisado sobre otras huellas
hoy confundo estas imprimiendo las mías -palimpsesto de caminatas y embelesos-
ofende a la belleza mirar mis pasos tan humanos
porque la maravilla se queda en los resplandores de la corriente
que circula ajena a mi presencia
que hace su música con aleteos de patos y garzas que emprenden el vuelo y regresan,
que ríe con los perros que a los saltos ahuyentan a los emplumados e irrenunciables pescadores
que habla con la verdad de los frutos, hojas secas y semillas agitados en la espera
que aguarda a la primavera con trinos, chillidos y silbidos casi desnudos de cobijo verde.

Y la maravilla fue recuperar el aire y su aroma porque lo respiramos juntos,
fue entibiarnos hasta que las nubes platearon las latencias,
fue dejar cuatro huellas más, de ida y vuelta.
Recobramos los colores del canto que persiste en el paisaje y sus moradores
respetuosos del rocoso y acuático susurro, del silencio, de la noche que enciende a los astros.
Y es entonces cuando el brillo vuelve al cielo y a nuestros ojos cotidianos tan ajenos

enajenados en Los Reartes.


Los Reartes, julio del 2013