El quebracho resiste, con leves gemidos, el paso de hierro de la fortaleza; recordando que es tan fuerte, como el bramido estrepitoso que lo aplasta.
En la trocha vibra, presintiendo el aplastamiento inminente e inevitable; aguanta, soporta y se queja sin sentido para nadie; nadie lo oye a él sino al coloso que transita su trayecto, poderoso trueno de nube inventada.
Era, él mismo, la fuerza y la resistencia, la vida con él y sobre él, que nacía, crecía y moría, mientras permanecía como testigo hospitalario de su transcurso.
En la chimenea, los alaridos del quebracho, rompen la barrera de la transmutación, generando la energía en movimiento; para entregarse a su destino, diseminándose en el flujo volátil del camino, luego de haber pasado por el fuego.
Debajo del estruendo, que todo lo aplasta, está aquello que lo sostiene.