sábado, 9 de julio de 2011

Hehehehe, slurp

Para mi hermana Marisa.

Con mi hermanita jugábamos mucho de cachorritos. Nos dejaban sueltos en el exterior de la casa, que era enorme, claro; vivíamos en un club y había muchísimo terreno para correr sin peligros. Nos gustaba hacer muchas cosas, porque nos metíamos en el frontón, en las canchas de tenis, en el campo de golf, hasta nos animamos unas cuantas veces a meternos en la piscina. Varias de esas incursiones fueron violentamente reprimidas a ojotazos, no entiendo la discriminación si la gente también deja sus pelos en el agua. Así que nos abocamos, precisamente uno de esos días de piscina, a jugar entre las hamacas, sube y bajas y el tobogán. ¡Eso era excelente! Todo lleno de arena para nosotros y lleno de chicos que nos mimaban; ¡qué buenas épocas! Acá, donde vivimos ahora tenemos que tener un cuidado bárbaro para salir a la calle porque está lleno de autos y tenemos que esperar que nos saquen a pasear, con la correa, e ir hasta la plaza. Extraño la libertad que tenía en el club. ¡Allá estaba lleno de árboles! ¡Era un felpudo infinito de césped, verde y esponjoso! Yo tenía mi árbol favorito, pero como varón, me correspondía poner los límites a nuestro territorio así que TODOS los árboles de los alrededores tenían mi olor inconfundible. Pero la arena... el arenero de los juegos... suavecito y tibio en invierno era tan tentador que me resultaba imposible no dejar mis excrementos ahí. Todo un drama, aparentemente.

"Colo, ¡Colo!", me sacaban de vuelo cuando me veían, yo trataba de taparlo, la vi a la gata haciéndolo pero ella es viva... No sé cómo hace para que no se den cuenta que ella también defeca ahí mucho más que yo, y después me echan toda la culpa. Mi hermana, Coca; como habrán observado somos Coca y Colo; los gatos se llaman Fernet y Branca... En fin, para qué voy a comentar algo sobre eso; el caso es que definitivamente, para ciertos casos en que se requiere discreción, me gustaría ser gato. Son tan independientes, sigilosos, astutos... Nosotros somos más atolondrados y quedamos en evidencia todo el tiempo. Un poco de bronca les tengo porque nunca logré treparme al ceibo en donde terminaba la carrera persecutoria. Me cansaba de ladrarles, los amenazaba con comerles la comida y hacerlos morir de hambre, después les prometía que no les iba a hacer nada; pero ellos no bajaban nunca. ¡Claro! Ni problema se hacían por la comida, si todo el tiempo se la pasaban cazando pajaritos, esos que a mí me picoteaban la cabeza. Soy medio gil, o buenudo, como dice la mamá de Pablito, mi amo, ella dice que no soy bueno del todo ni bol... no me acuerdo, pero me dice buenudo.

Lindas épocas, después de todo. Pero como estaba comentando, mi hermana Coca era la que inventaba las nuevas formas de juego. Ella era y sigue siendo la cabeza pensante en momentos en que no tenemos nada que hacer, y esto es casi todo el tiempo entre comer, tomar agua y dormir. No andamos de vigilantes, para nada. Para eso los trajeron a Red y a Bull; sí, ya sé... tampoco vale la pena mencionar acá lo habilidosos que son para ponernos nombres; ellos son los que meten miedo, dos enormes bull dogs que hasta nos retan a nosotros, se abusan porque somos dos caniches, pero que no se hagan los vivos, porque yo sé muy bien dónde morder y que les duela, y muuucho. Hehehehe, el caso es que Coca se había dado cuenta de una cosa: Cuando íbamos a jugar al tobogán, los chicos nos levantaban y nos ponían arriba de todo y nos largaban por la rampa, uno de ellos, desde abajo nos atajaba. ¡Guau, era lo más! Pero ella, atrevida, osada y un poco irresponsable, no quiso que la atajaran así que cuando estaba deslizándose en sus cuatro patas hacia abajo rumbo a los brazos de algún niño se le ocurrió ladrarle y mostrarle los dientes con mucha bravura ¡Hahahaha! ¡Es terrible Coca! Y el chico se asustó y la dejó pasar de largo... Fffffuuuuaaaássss, puf. A la arena y de trompa; se hizo un silencio sordo. Yo me quedé atónito y me acerqué a olerla y a ver si se había lastimado para lamerle las heridas. Coca no se movía. Lo que pude ver primero es que su vientrecito se agitaba mucho, mucho como si se estuviese ¡riendo! ¡Qué bárbara! Levantó la cabeza y empezó a los gritos: "¡Hahahaha! ¡Guauuu! ¡Grruauuu! ¡Otra vez!" Y la vi muy decidida, subiendo los escalones del tobogán, llegar hasta arriba de todo, mirar la arena con decisión y de nuevo fffffuuuuaaaássss, puf. Ahí me animé yo también, qué tanto, los sacamos a los chicos de ahí, bueno, la verdad es que se acercaron chicos y grandes pero no para usar el juego sino para vernos y divertirse con nosotros.

Extraño el club. Ahora nos aburrimos bastante en esta casa, que tiene patio de cemento y macetas. Ahora me cortan las uñas para que no raye el piso de madera y no me puedo trepar a ningún lado. Fernet y Branca más o menos la llevan mejor porque se saltan el tapial. Se trepan por las plantas y se van quién sabe a dónde. Yo quiero volver al club.