jueves, 30 de mayo de 2013

Liliput

El molinete de la entrada está torcido, agrietado, ya no gira. Lo recordaba más grande. Ya no podría subirme en él para jugar sentada en una de sus palas de madera como si fuese una calesita. Pero ahí estaba, quieto sobreviviente en Liliput. Ahora sé que todo era gigante cuando era una pequeña liliputiense en la isla de mi infancia. El tiempo acarrea con los recuerdos, los arranca como se arranca la hoja de un borrador escrito en un papel viejo. Era la espera feliz, giraba en ese molinete mientras esperaba que mi padre llegara del trabajo. Lo veía venir en su bicicleta inglesa y la gloria era correr a su encuentro, desempolvar un tramo del camino de tierra a todo lo que daban mis piernas –hoy sé que no era tan largo el trayecto, ni tan enorme la bicicleta, ni tan alto mi padre- y él me subía a la rodilla para que el pedaleo me devolviera a casa en un sube y baja. Y yo reía, siempre con la brisa dándome en la cara; subida a mi calesita o en el regazo de papá.

Volver después de treinta años a Liliput me derrumbó. Soy un gigante que no puede moverse entre tantos recuerdos concretos y ajados sin que alguno se rompa.

jueves, 23 de mayo de 2013

Tensión

Hay días que son tensos. Tensos como las cuerdas de un piano que para que suenen hay que golpearlas y para que lo que suene sea música hay que saber dónde y cómo golpear. Pero también hay que tener la emoción dispuesta. Hoy fue un día tenso como la banda de una gomera.

sábado, 18 de mayo de 2013

Saberes o sabores

Sabía que ella se sentaba en la cama a la noche con un libro en la falda y los ojos en otra parte; una bolsa de papas saladas a un costado, una servilleta y el mate. El libro era una excusa para evadirse de todo el día y muchas noches sin sentirse culpable por no hacer nada más que masticar algo. Pasaba las páginas como podría comerse las uñas. Por momentos miraba una página con aparente atención y sabía que nada de lo que estuviese ahí escrito iba a llegar más allá de la posibilidad de una imagen borrosa.

Porque el ruido cada día se hacía más intenso. Desde la caverna húmeda y tibia, entre los dientes y las muelas, se expandía el crepitar desacompasado de las papas crocantes hacia la semipenumbra, cuya luz se concentraba sobre el libro casi olvidado. Lo había escrito ella.

Ahora, por su mente pasaban los distintos sabores y sonidos de la comida chatarra. Ella sabía que estaba en la fosa, todavía tenía la pala con tierra en la mano y el paupérrimo arsenal con que había liquidado su cerebro. Ya no tenía más herramientas que esas. Ese libro era una porción de tiempo, un desgaste de letras –grafemas sin semántica-: una porquería, un chiquero literario y muchas papas fritas que le saben a otra cosa.

lunes, 6 de mayo de 2013

Pasado pisoteado

Me veo en esa foto que me tomaron hace diez años y sin embargo tenía veinte años más.

viernes, 3 de mayo de 2013

Íntima refutadora

-Si tuviese que elegir entre vivir o morir, elegiría una fecha definitiva. Morir es como dejarse llevar por la pesadez del sueño y tener cerca y a disposición una cama tendida y perfumada. Morir es una siesta después del último orgasmo pregonero del éxtasis. Y lo creo porque creo en mis sueños. Ya morí en dos accidentes de tránsito y de un balazo en la cabeza. Lo único que tuve que hacer fue cerrar los ojos y disfrutarlo.
-¡Cómo hablas al pedo!
-¿Por qué me decís eso?
-Porque si estuvieses en una situación real no sé si dirías lo mismo. Estoy segura de que te agarrarías a la vida a costa de lo que sea.
-A costa. Tengo que leer a un par de amigos.
-¿Y yo quién soy?
-¿Vos? Vos sos la refutadora de sueños.