
¿Por qué no quiero dejarte? No encuentro una respuesta que se pueda considerar de buen juicio, sensata o lógica. Quizás sea una hedonista sin remedio que pone por delante de tu vileza, el placer de encenderte con mi fuego. No lo sé.
Sí, claro que me dañas germen de mi desaliento; pero no es sólo tu culpa. Tan culpable es mi costumbre insana y sensual de acariciarte con mis labios y extraer de ti aquello que poco a poco te deshace; para elevarlo en una exhalación liberadora con la embriaguez de tu etérea entrega.
Sin darme cuenta me has comprometido a ser tu esclava, para continuar con tu afanosa destrucción, pero aun así me deleito en tu perjuicio.
¡Sí, cuánto me dañas, lo sé! Pero no quiero dejarte, Philip.
Sin darme cuenta me has comprometido a ser tu esclava, para continuar con tu afanosa destrucción, pero aun así me deleito en tu perjuicio.
¡Sí, cuánto me dañas, lo sé! Pero no quiero dejarte, Philip.