
Todos acordamos, una vez que nos damos la cabeza contra la pared, que nadie cambia en realidad. Y esto es así: Los que cambiamos somos los que nos damos cuenta de que el otro no cambia; justamente por eso nos damos cuenta; porque cambiamos.
Algunas reflexiones, algo de humor, algo de nostalgia, algunos personajes que viven acá, cuentos, poesía, cosas que nos pasan, o no, porque nunca se sabe cuando es ficción o cuando es realidad.

Cuando uno encuentra las personas exactas para compartir los momentos, los deseos, la personalidad, la vida misma; nos damos cuenta de que todo sufrimiento previo fue en vano. La felicidad llega de la mano de esos seres que aportan y no quitan, que se entregan a tu entrega y que entienden, que te hacen creer de nuevo en lo que habías resignado como perdido o ya inexistente; tanto en la amistad como en el amor de una pareja.
Ayer soñé que te buscaba en una estación de trenes. Recorría el andén con gran ansiedad por verte pero te vi finalmente en una ventanilla, listo para partir. Te llamé, gritando, pero no me oías, mirabas al frente como quien no espera más que la partida. Y no me viste. Y el tren partía sin mí. Y yo corrí al lado del vagón, desesperada, pero nada pude hacer. No me viste. La angustia casi me gana, pero solamente fue un sueño; justamente después de haberte dicho que te amo.

Trato de escribir algo coherente. Por partes pude ir armando un texto, ese que forma mi vida. Papeles, esperados o no; papeles sueltos de noche y de día, de madrugadas insomnes y de pasados pensados como grotescos. Partes de una desarmada obra que recién comienzo a visualizar: puzzle de piezas sin formas que se van modelando para encajar en el sitio justo de mi memoria. La imagen cobra algo de lucidez. Y pruebo, sin técnicas que me faciliten los extremos ni los límites porque no sé cómo estarán delineados.