
Se desprenden las caretas, tapujos sórdidos o inocentes reflejos que al discurso acuden sin dudar para dejar en evidencia la intimidad. No y no, afirman una identidad que no termina de asumirse, una reafirmación de lo dicho como no dicho. "No voy a decirte que moriré de soledad si te vas", pero se dijo, se pensó, se teme. "No voy a decirte que no soy nada sin vos", pero se ha dicho sin más.
El discurso trata de ponerse máscaras, pero desnuda cada vez más lo que intenta ocultar.
El discurso trata de ponerse máscaras, pero desnuda cada vez más lo que intenta ocultar.