miércoles, 26 de septiembre de 2012

Canto que rueda


Aislado reafirmé cada idea
desgarrando
los muros de la celda,
-ironía de una antigua playa-
desmoroné arena y canto rodado
para velar hasta tu amanecer.

Afuera
estabas,
esperando.


Sobreviví.

Mis palabras cautivas fueron pan
panacea en el encierro,
y se fugaron
-camisas cómplices-
textos libres
aleteando en texturas.


Esperanza
espera
y un símbolo, hija,
de un canto que rueda
debajo de tu almohada.




Este poema es un muy pobre (pobre por mi escaso talento) y humilde homenaje que escribí basada en lo que me movilizó conocer algo de la historia de Mauricio Rosenkof. Les dejo un enlace para que puedan conocerlo un poco más. Este poema tiene que ver con una de las anécdotas que él cuenta de su encierro, aunque no para reflejar el horror de lo que él pasó, sino la gran enseñanza que de ello, el autor y nosotros, debemos rescatar.

Mauricio Rosenkof


lunes, 24 de septiembre de 2012

Re-recuerdos


“La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está
en saber elegir lo que debe olvidarse.”

Roger Martin du Gard (1881-1958)
Novelista francés, Nobel de Literatura en 1937

Alguna vez me di cuenta de que a medida que relataba mis recuerdos, se iban borrando de mi memoria. Perdí muchos. Sin embargo, permanecieron esas sensaciones corporales que dependían del tipo de emociones que me generaban. Pecho apretado, corazón inflamado, boca del estómago comprimida.
Por eso, hace poco había decidido que no contaría nada más sobre mi pasado, experiencias,  solamente para no perder más memorias, nada más que por eso. No es bueno ir por la vida sin tener nada que recordar.
Pero desde el momento en que dejé de contar sucesos, episodios y anécdotas, me di cuenta de que, los que me quedaban, ya no me servían de mucho. Se estaban apelmazando. Entonces, reflexioné que no es bueno ir por la vida teniendo que guardar, para siempre y para uno mismo, los recuerdos, el pasado, la experiencia. Eso es doloroso.
Así que ya no me preocupo por esas memorias que se van cuando las entrego a la vida. Simplemente, procuro contarlas a oídos que no solamente oyen sino que escuchan y las recupero preguntando, buscando e insistiendo en que me digan lo que acabo de decir, entonces las tomo y las vuelvo a guardar para reiniciar el ciclo.
A veces retornan con algunos cambios, pero no me importa demasiado. Las lijo un poco, les paso algo de barniz, las lustro y las acomodo. Quedan más bonitas que antes y hasta parecen recuerdos de otros.
Si alguna no regresa, mi cuerpo las recordará en el pecho, en el corazón y en la boca del estómago, y no sabré el por qué.



domingo, 23 de septiembre de 2012

El viejo ya se murió


Los velorios son entretenidos cuando uno no conoce tanto al muerto y a sus deudos y cuando el fallecido bien muerto está. En este caso, nos conocemos todos. Todos coincidimos en que ya debía morir y que era despreciable; eso nos habilitó para contar cuentos sobre borrachos o levantes de viudas. Estoy acá por mi mujer, porque era su tatarabuelo y porque tengo una cuenta pendiente con el viejo.
La vejez de ese hombre era directamente proporcional a la suma de sus maldades, sus secretos inconfesables y su mal carácter. Siempre tuve la impresión de que el tipo había hecho un pacto con el diablo. Sospeché aún más cuando vi un daguerrotipo, una especie de fotografía muy antigua que encontré en su casa. Miré la firma, “G. Ibarra – 1843”. Tenía el mismo aspecto que el que yo le conocía. ¿Era él o era el padre? La familia me confirmó que era él. Pregunté la edad del viejo en esa fecha, para hacer mis cálculos. Según sus parientes,  tendría dieciocho o veinte años. Trataron de explicarme que antiguamente las personas parecían más viejas. Noté, por el tono, que era mejor no preguntar más, porque mi mujer –que en aquel momento era mi novia- tres veces me dijo que lo que ella veía en el daguerrotipo era un muchachito y que el viejo era un pedazo de carne que todavía podía hablar. Y que me dejara de jorobar. Sin embargo, yo lo veía bastante lozano, vivaz y locuaz. Abandoné el tema para no tener problemas con mi mujer y su parentela. Siempre fui un tipo racional y sensato. ¿Todos veían a un jovencito en la foto y a un viejo en la realidad, menos yo? Parecía una confabulación contra mi lucidez.
Son las tres de la madrugada y yo acá adentro. El frío en la calle me disuade de salir pero mi ansiedad está pegando alaridos  y cada cartel de Prohibido Fumar la estimula más. Están en la cocina, en el baño, en todas partes: “Fumar puede matarte”. Paradójico aviso justamente en una sala velatoria. “Prohibido fumar”. Podría prender un pucho al lado del muerto y nadie se molestaría, mucho menos el cadáver. El olor tan denso de las flores taparía el del humo, de hecho, prefiero el olor del cigarrillo y no un floreado dolor de cabeza. Llueve y no hay galerías en los patios ni toldo en la vereda. El velorio termina a las once de la mañana y recién son las cinco. Los carteles de prohibido fumar se multiplican, crecen, se alimentan de mis ganas. No logro, aunque sea, dormitar un poco. Parece que ya no llueve. El viejo no vale tanto sacrificio. Mi vicio, sí.
Afuera hace frío. Con torpeza manipulo el encendedor y por fin, la primera pitada en catorce horas. Solté, relajado, las primeras argollitas de humo y se apagaron las luces de la calle. El silencio, el brillo de la calle húmeda, las sombras. Me animo a una breve caminata por la cuadra. Tanteo mis bolsillos y saco la llave del auto, la aprieto con fuerza. Siento algunas palpitaciones. Oigo pasos y miro hacia atrás. Es un perro que está mojado y helado. No voy a ir hasta la esquina. Mejor vuelvo. Las luces de la calle se vuelven a encender.
En la sala el tufo ya es insoportable. La gente conversa entre dientes. Nadie llora. El llanto suele ser una muestra de amor por el ser querido que se va para siempre. En este caso, o nadie lo quiere o temen que vuelva, como ya pasó un par de veces. Lo que esperamos acá, es cerciorarnos de que su ida sea definitiva, tal vez porque todos tenemos alguna deuda con él y queremos definitivamente saldarla.

Segunda parte

Cuando comenzaba mi noviazgo,  me quedé un par de días en la casa de la familia de mi mujer. Me dieron un cuarto que usaban para guardar cosas viejas. Ahí fue donde encontré el daguerrotipo.
No podía dormir. Los truenos y el viento terminaron de desvelarme. Salí al balcón a fumar. El cielo se estaba despejando luego de una típica tormenta de verano. Respiré hondo para disfrutar del olor de la tierra luego de la lluvia. Esa madrugada la luna llena fue una cómplice perfecta. Apenas brilló la brasa con la primera chupada, se cortó la luz. Quedé ahí, iluminado por esa incandescencia extraña y natural. Me sentí algo intimidado en esa casa tan enorme y normanda, tapizada de plantas trepadoras y enredaderas que terminaban en cascada sobre la baranda de los balcones. En medio de esa tenue luminosidad hubo un susurro de ramas y hojas. Las ramas se estiraron hacia abajo, como si alguien estuviese probando su resistencia. Un gato, pensé. Otra vez noté el movimiento, el ruido y las tiras de enredadera que se estiraban. Me asomé curioso a la baranda llamando al animalito chasqueando los dedos y susurrando.
-Gatooo, gatooo…-  y la cara del viejo se me apareció de pronto como salida del aire.
-¡Caraj…!- Me ahogué con el humo en un grito incompleto. Mi corazón era un solo de timbal.
-Shhh- resopló. Vi sus ojos. -No grités que soy yo.
¡Qué iba a gritar si hasta tuve que hacer fuerza para no cagarme encima, viejo de mierda! Y así como apareció, se desvaneció. Noté un vaho sudoroso, agrio de alcohol, de amoníaco como de bestia salvaje y un empalagoso perfume barato de mujer. Las luces se volvieron a encender. Apagué la colilla en una maceta. Respiré hondo unas cuantas veces. Tosí. El aroma de las plantas y ozono me tranquilizaron. Cuando el pecho dejó de golpearme, entré al dormitorio. Frente a mí, el hombre del daguerrotipo parecía que iba envejeciendo un poco más. Miré para todas partes, descolgué el cuadro y lo escondí.
Nunca lo comenté con nadie. ¿Quién iba a creer que un viejo como de ciento cincuenta años fuese capaz de semejante proeza? Si volvía a insinuar lo de la imagen a alguien de la familia o  que había visto cómo le cambiaban los rasgos, iba a terminar en un loquero. Ese secreto me tortura desde hace treinta años. Eso, se lo debo al viejo.
Juro que la imagen continuó cambiando todo este tiempo y que el viejo se mantuvo siempre igual. ¿Ideas mías? No lo creo. Siempre fui un tipo racional.
La mañana transcurre en mora, entre entumecimientos, hormigueos en las piernas y ansiedad.
Al fin las once de la mañana. En un rato van a cerrar el cajón. Voy al auto a buscar el daguerrotipo. Lo guardé todos estos años, esperando este momento. Miro el retrato por última vez, antes de dejarlo en el cajón. Un jovencito de unos dieciocho o veinte años me clava la mirada. Mi mujer me mira con un dejo de alivio. Al fin, el viejo ya se murió. Descansemos en paz.

En Alejandría ( La otra cara de la historia)


Biblioteca de Alejandría, hace demasiado tiempo y antes de su incendio.
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Escena 1

Secretaria: (A Ptolomeo III) -Ptolo, hace un rato te buscaba alguien por el puesto de bibliotecario.

Ptolomeo III: -¿Quién era?

Secretaria: -Eratóstenes.

Ptolomeo III: -¿Tóstenes?

Secretaria: -ERAtóstenes.

Ptolomeo III: -No tengo ningún CV de Tóstenes.

Secretaria: -¡Que era ERAtóstenes, Ptolo!

Ptolomeo III: -Meo, Ptolo meo, no quiero que sospechen nada entre nosotros con tanta confianza.

Secretaria: -OK. Pero buscá el CV. ERAtóstenes, buscalo así... Mejor te lo busco yo.

Ptolomeo III: -Tóstenes... No me suena.

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Escena 2 (Final cantado)


Secretaria: (Enciende un cigarrillo, se arroja sobre una silla. Soliloquio) -¡Ah, Ptolomeo, cuanto te veo me me... (Se interrumpe. Entra Ptolomeo III)

Ptolomeo III: -Te tengo dicho que no fumes acá.

Secretaria: -Pufff, ni que semejante edificio se fuese a prender fuego.

Ptolomeo III: -¿Lo viste a Tóstenes?

Secretaria: -¡ERA! tóstenes, Ptolo.

Ptolomeo III: -Como sea. Desde que lo contratamos, en vez de atender los préstamos de libros se la pasa en el jardín plantando palitos.

Secretaria: -Dice que está midiendo la tierra, lo que pasa es que hay poco laburo acá, la gente cada vez lee menos.

Ptrolomeo III: -Ese muchacho no va a llegar a ningún lado así. Mirá. (Le muestra su reloj de muñeca, un reloj de sol diminuto.) No tiene agujas, sin pilas... Dice que es ecológico. Cada vez que quiero saber la hora mejor que no esté nublado.

Secretaria: -Tenele paciencia, es un poco excéntrico.

Ptolomeo III: -Y vos apagá el pucho.

Secretaria: -OK. Ok. (Soliloquio) -Es tan lindo cuando se enoja... (Esconde el cigarrillo mal apagado en un cajón del escritorio).



jueves, 20 de septiembre de 2012

Magra Ana (Anagrama)

Risa es asir el sitio a donde irás
feliz.
Río al oír
ríe donde iré,
magra Ana.

martes, 18 de septiembre de 2012

Cautiva de la tormenta

Demasiado llanto en las ventanas que me separan de este gris parejo y despiadado. Ya no es rumor, es rugido que me deja cautiva frente a lo cotidiano. Azotados entre la desgarrada cortina que no eligió donde caer, los perennes verdes me advierten que aún no es tiempo de retar al viento.

Ahora, los árboles ostentan su débil disfraz de aparente diamantina; los pinos con diáfanos rosarios engarzados, los sauces con argéntea puntilla. Clima gris salpicado por Seurat.

Los sauces renuevan sus latigazos, se despeinan en su defensa y Mercurio ríe, apurado y vehemente: Se ha llevado las efímeras joyas de todos, al final de la lluvia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

XX (equis, equis) Se"p"tiembre



Llega el mes de septiembre, mes al que no le resigno la "p", no solamente porque se la sacaron cuando ya había aprendido a escribirlo con todas las letras, sino porque queda más bonito, con más cuerpo, con otra cadencia, con la sensación de estar disfrutando decir "septiembre". Hacé una prueba, decilo en voz alta, con y sin "p": septiembre, setiembre.

Setiembre sin "p" suena desganado, duro, como dicho al descuido. Imagino alguien a quien no le importa que sea el mes en que todo parece revivir luego del invierno visualmente cítrico de nuestra zona. Así, sin esa letra, parece que se le va la primavera. Y no es porque todo el mundo dice que es el mes en que se despiertan los cinco sentidos y hasta el sexto, que funciona como alarma frente al mundo real e irreal. Yo diría que los sentidos amanecen, porque el amanecer es inevitable, previsible, cierto, seguro; no depende de nosotros más que para que lo admiremos o lo padezcamos.

Septiembre, con "p", tiene pausa, y ésta se disfruta en el movimiento de los labios de un niño que recién aprende a besar. Tiene calidez, tiene frescura y eso sí, la imprevisibilidad de la lluvia que se desgarra  en luz para embeberse de colores.

Pero ¿saben una cosa? Los colores son percepciones nuestras del reflejo de la luz sobre los objetos. Con nuestros ojos y su condición orgánica los captamos y luego, el cerebro se encarga de interpretarlos, atravesados por lo que tengamos como concepto de lo que vemos.

También todo lo que podemos captar a nivel sensorial es así, el sonido, los aromas, el gusto, el tacto.  Ni hablar de lo que nos dice la intuición. Un ida y vuelta desde la percepción y todo cuanto nos rodea. Son ideas. Como pensar en septiembre, con "p".

lunes, 3 de septiembre de 2012

V (ve, letra del abecedario, acción de ver y símbolo)

Fotografía: Agustina Pascual

 

Sobre la V está el nido
sobre la V... ¿Lo ves?
Sí,
de gris y enjuto de follaje
allí
un cuenco de barro
firme
recibe y da.




sábado, 1 de septiembre de 2012

Exhausta

Carne de hojalata,
armadura inútil en las alturas
donde el cansancio manda.
Nimbo que desgarrado
limbo trasnochado
antorcha de ímpetu
fuego en gotas
agotado.
Simple física.