Llega el mes de septiembre, mes al que no le resigno la "p", no solamente porque se la sacaron cuando ya había aprendido a escribirlo con todas las letras, sino porque queda más bonito, con más cuerpo, con otra cadencia, con la sensación de estar disfrutando decir "septiembre". Hacé una prueba, decilo en voz alta, con y sin "p": septiembre, setiembre.
Setiembre sin "p" suena desganado, duro, como dicho al descuido. Imagino alguien a quien no le importa que sea el mes en que todo parece revivir luego del invierno visualmente cítrico de nuestra zona. Así, sin esa letra, parece que se le va la primavera. Y no es porque todo el mundo dice que es el mes en que se despiertan los cinco sentidos y hasta el sexto, que funciona como alarma frente al mundo real e irreal. Yo diría que los sentidos amanecen, porque el amanecer es inevitable, previsible, cierto, seguro; no depende de nosotros más que para que lo admiremos o lo padezcamos.
Septiembre, con "p", tiene pausa, y ésta se disfruta en el movimiento de los labios de un niño que recién aprende a besar. Tiene calidez, tiene frescura y eso sí, la imprevisibilidad de la lluvia que se desgarra en luz para embeberse de colores.
Pero ¿saben una cosa? Los colores son percepciones nuestras del reflejo de la luz sobre los objetos. Con nuestros ojos y su condición orgánica los captamos y luego, el cerebro se encarga de interpretarlos, atravesados por lo que tengamos como concepto de lo que vemos.
También todo lo que podemos captar a nivel sensorial es así, el sonido, los aromas, el gusto, el tacto. Ni hablar de lo que nos dice la intuición. Un ida y vuelta desde la percepción y todo cuanto nos rodea. Son ideas. Como pensar en septiembre, con "p".