miércoles, 31 de octubre de 2012

Árida dilación

Penélope está en el banco del andén. Lastima la aridez de sus huesos blancos. La piel que cuelga es sólo su bolso marrón. Un gato juega con el ovillo de lana que quedó tirado. Los zapatos de tacón están chuecos, cada uno sobre un lado. El tren se fue por última vez con su amor. Sí, no se equivocaron: Se murió ahí sentada entre hollín y polvo y nadie se dio cuenta.

Pero la estación se murió con ella. No está el reloj, ni la campana, ni el teléfono de pared. No están las bienvenidas ni las despedidas, ni el guarda, ni el maquinista ni el amante que regresa. Y ahora no está ni la estación, ni las vías ni la calle. Y el pueblo desapareció.

No hay pañuelos para un adiós.