miércoles, 17 de febrero de 2010

Una cuestión de fe

-Finalmente, aquí estamos.- Dijo el reverendo con la voz opaca, empañando el visor de su máscara. Su compañera de viaje, la mujer que había seleccionado de su grupo de fieles asintió levemente con un gesto apenas perceptible y, se diría, con cierto temor.

-Los sobrevivientes del fin del mundo, los únicos que pudimos abordar la nave -continuó-, ¡qué ironía! Pensar que toda mi vida prediqué con tanto fervor la salvación y la resurrección, la venida del salvador...- El reverendo observó la Tierra desde la perspectiva lunar y dejó escapar un suspiro. -Sigue siendo hermosa.

Ana se detuvo también ante el espectáculo maravilloso de un planeta azul, similar al que habían abandonado y sabía que el reverendo se equivocaba. Su Tierra ya no existía. Un cambio en el eje y en la órbita lo fue acercando peligrosamente al sol y a sus tremendas explosiones hasta que finalmente desapareció en una nube de gases incandescentes. Ella misma lo vio, luego de su llegada a la base. Pero no pensaba desmentir al hombre con el cual debería convivir y tener hijos, muy a pesar suyo.
-No entendimos nada- dijo en tono resignado y tomando al hombre del brazo lo llevó al habitáculo de descanso. Una vez dentro, pudieron sacarse los trajes y se observaron mutuamente. Ningún impulso los acercaba. Ella no dejaba de culparlo por haberla arrastrado con él hasta ese lugar. Recordó la fecha exacta: veintiuno de diciembre del dos mil doce. Todo era confusión en el templo y el reverendo, desfigurado por el pánico, la desesperación y una pérdida de fe instantánea, la tomó a ella por la fuerza y la llevó hasta la nave de la salvación. Así la habían llamado secretamente los fieles más adinerados y poderosos que habían preparado la huida... por las dudas. Estos hombres formaban parte de un círculo internacional que los unía en un proyecto que llevó más de treinta y cinco años para su realización. La meta era clara: salvar sólo a unos cuantos seguidores, entre los que ellos se encontraban por supuesto, y algunas posesiones que les permitiesen mantener su status y poder en la Base Lunar. Pero poco pudieron hacer ante la velocidad de los acontecimientos. Sólo el reverendo y Ana pudieron llegar hasta el vehículo y abordarlo; totalmente automatizado, no tuvieron más que sentarse en sendas butacas y despegaron sin más requerimientos que dejar todo atrás.
Pero ella sabía que era inútil permanecer allí... ¿por cuánto tiempo?, ¿para siempre? ¿Qué más daba seguir vivos y carentes de todo cuanto ella entendía que podía significarle estar realmente viva? Odiaba a ese hombre que la arrrancó de la muerte, odiaba a ese ser infame que renunció a todo cuanto había predicado fervientemente y que ella había aceptado y esperaba ansiosa. No tuvo tiempo de ver más que una destrucción y quizás ésta significaba el comienzo de una vida nueva para ella, en paz, sin sufrimientos, plena de amor, eterna.
El hombre que estaba ahora dormido frente a ella, era el mismo Satanás en una búsqueda por crear un nuevo mundo. Una estupidez basada en la reproducción de solamente dos personas en un lugar poco propicio para la propagación de la especie. Eso no era compatible con sus creencias. ¿Debería tener acaso hijos con sus propios hijos y a su vez tendrían descendencia entre ellos? Eso era demoníaco, demencial, ridículo... Entonces lo observó dormir. Cortó el suministro de oxígeno del dormitorio y dijo: -Quizás volvamos a encontrarnos, Reverendo.