miércoles, 8 de septiembre de 2010

Loas al amor con tendencias enfermizas

Tu corazón abrasa mi existencia; mis sentimientos, que sucumben a tu fuego, quedan chamuscados sin que me quede la leve esperanza de renacer como la tan nombrada Ave Fénix.

¿Por qué los sentimientos nos joden el corazón? El caso es que la frialdad debe ser parte de cada una de nuestras entregas. Dominar los impulsos es todo un arte, dejarlos fluir también; controlar los celos es una lucha constante contra el egoísmo. Dejar libre lo que se ama, es en un acto de lógica conquista de una virtud. Pero duele, y el ibuprofeno no sirve para estas cosas.
El amor, para muchos, es un sentimiento que despierta el egoísmo más abyecto que se procura el bienestar propio a costas del otro amado. No piensa en el otro más que en función de mantenerlo cerca a cualquier precio, inclusive, la infelicidad de la otra persona. Ese amor es absolutamente egoísta, no le importa lo que el otro sienta mientras éste esté satisfecho con su objetivo alcanzado. Ese amor no sirve más que para satisfacerse a sí mismo, creyendo, además, en lo sublime de su obra que lo soporta todo para sostenerse en su meta.
Cuando ese sublime y a la vez carnal sentimiento nos atropella como una locomotora fuera de control, nos destroza para volver a armarnos como un rompecabezas de mil piezas, nos deja dando vueltas sobre un único eje: la persona amada; cuando esto sucede, el desprendimiento de uno mismo debe ser el arte por excelencia, una virtud que permita al otro sentirse seguro y en libertad de decidir si desea ser amado de esa forma y si es capaz de amar así. Ese amor es respetuoso de sí mismo y del otro, y se basa en la auto confianza y el feedback y no en el ataque a la autoestima, las necesidades y los sentimientos heridos. Ese amor se banca la libertad de elegir del otro y se satisface en la felicidad de aquél, no solamente en la de sí mismo.
Hielo y fuego, ambos queman. Agua y tierra, nacer y morir. El aire, el más propicio elemento para el arte de amar.