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Foto: Libertad, personaje de Quino |
Una sonrisa fabricada no me sirve, me provoca dolor muscular, los maseteros, más específicamente. La sonrisa inventada no contagia como la risa, que es cosa muy distinta y para la cual se necesita igualmente remitirse a un recuerdo real que la alimente.
Se pueden elevar ambas comisuras de los labios, inclusive entrecerrar un poco los ojos para darle más realismo; pero no funciona por mucho tiempo más que el que el rostro lo permita sin comenzar a sentir cómo temblequean los pómulos en un esfuerzo vano y fastidioso que nadie admite como gesto auténtico.
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Foto: Agus Pascual Ferreyra |
Una sonrisa verdadera se distingue incluso desde la propia percepción de quien la ve, ya sea dirigida a otros o a sí mismo. Ésa es la que contagia, sin grandes ostentaciones de sonidos típicos de la risa, más bien en silencio. Pero es tan sutil su efecto que necesita de una especie de terreno propicio para prosperar en el otro que la observa. Requiere del cuatro cuarenta universal, para no desentonar.