miércoles, 29 de diciembre de 2010

No mendigo amor.

Ven, digo,
y no mendigo
de tu amor.
Con los pies descalzos vas
y sin saberlo.
Ven, digo,
y no te obligo.

martes, 28 de diciembre de 2010

Convergencia

Susurro de viento errante
hoy, tal vez ayer;
mi interior de sol en el ocaso
tiene esa memoria
que no te deja escapar.

Si las hojas viajan por el aire
las simientes buscan realizarse;
las génesis saben
de esta hiel o miel de soledad.

Susurro de viento errante
que liberas tu fuerza
sólida, sin materia,
de verdadera existencia etérea,
tal vez regreses
o tal vez te olvides.

Susurro de viento errante
te llevas todo
lo que permanecerá.

Mi primera nota virtual. Epaminondas Chazarreta

Martes, 28 de diciembre de 2010

Bueno, creo que tardaré demasiado en acostumbrarme al teclado. Soy un tipo de servilleta y papeles sueltos, y también de mesas con polvillo. De vez en cuando dejo algo anotado en algún bar perdido por ahí, son esas cosas que me salen escribir cuando me vienen esas ganas de decir algo que no puedo hablar. Algunos ya me están diciendo que es una pena dejar lo que escribo por ahí, pero sé que hay alguien que los va juntando. Caramba, qué diferente es esto de apretar un cuadradito de plástico, porque siempre fui del manuscrito. Qué se yo. Tocar el papel, olerlo, aunque cuando es el papel que envuelve el sánguche de milanesa se complica buscar un rincón que no esté transparente. Pero me gusta olerlo. Qué asqueroso. Debe ser por eso que siempre ando solo. Solo sin acento

domingo, 26 de diciembre de 2010

San Telmo I

Para leer este texto, abrir el siguiente enlace en una pestaña nueva y ¡a disfrutar! San Telmo. Leopoldo Federico - Roberto Grela

   El Mercado

Me atrevo a decir que el Mercado de San Telmo tiene ese no sé qué, como las callecitas de Buenos Aires. Penetrar por su puerta es dar un paso hacia una suerte de túnel del tiempo especial, que en vez de presentarse con una espiral en blanco y negro se presenta con una envoltura de visiones y aromas particulares, donde los anticuarios flanquean las primeras y últimas miradas, con toda suerte de objetos viejos que disparan recuerdos y curiosidad. Ropa vieja, pelucas, lentes, autitos de colección, muñecas; lámparas y rejas de hierro de algún balcón que ya no existe. Revistas, libros, muebles, esculturas, pinturas; todo, todo está allí reunido esperando para contar su historia. Pero además, los puestos de frutas y verduras, embutidos, flores y comidas se unen en una sola y extraña sensación aromática de sitio desconocido, no es posible definirla sin caer en confusiones, porque los aromas de antaño se mezclan con olores del presente; en un puesto, se venden salames, longanizas y chorizos y en frente, las pretenciones románticas de las flores solamente se destacan por sus colores. En el centro del pasaje, una barra donde se ofrece comida rápida criolla y cerca, ropa, mucha ropa colgada como fantasmas al acecho; todo debajo de una estructura de hierro, maderas y vidrios, a través de la cual la luz pugna por entrar dando un aspecto de fotografía en escala de grises a todo el lugar.

http://www.panoramio.com/

Mientras miraba hacia arriba admirando la enorme claraboya
un guapo se me acercó, con su "funyi" calado de "coté". Primero me "junó de rabo" y después me "embrocó". En seguida lo "juné" como "engrupido", aunque era un "fifí". Se "daba gran "dique" con su "apronte" y ahí no más, el "cusifai" me dijo:
-¡Qué "budín" pa' festejar las fiestas en mi "bulín"!
Lo miré desde los "tamangos" hasta el "lengue" y cuando llegué a la "jeta" le escupí -Mirá, "logi", yo no soy "paica" de "farra" ni "budín" pa' tu "busarda", "rajá" de acá porque venís de "pamela".
Dándose la media vuelta, el "galleteao", se esfumó entre la penumbra de un puesto  de "pilchas" viejas. Creo que era uno de esos fantasmas que uno suele encontrarse en estos recorridos porteños.


Sitio recomendado











miércoles, 22 de diciembre de 2010

La lengua es de todos

Estuve paseando por internet y me encontré con fervientes defensores de "dejen la lengua como está", "para qué me maté estudiando las normas ortográficas si ahora las cambian" o "esto es el acabose". En respuesta a la cátedra de filología que viene dando y dando una señorita, mientras hace su descanso entre la aguja ganchillo y el bordado y luego de dar vuelta de cabeza una vez más su estampita de San Antonio, me vi obligado a dejar un comentario que copio más abajo.
Según el diccionario de la Real Academia Española, "la Filología es la ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos"; he aquí lo importante: "la cultura se manifiesta en su lengua y en su literatura", no al revés. Entonces escribí: 

"Es bueno que la lengua se acerque a las personas y no que permanezca elevada en las esferas de lo inalcanzable solamente para el deleite de unos pocos privilegiados."
"La lengua ... es un bien común, un derecho de todos. Estúdiala, eso es bueno, pero hacerla accesible no implica su decadencia, implica que cada vez más personas acceden al universo discursivo sin temores, sin miedo a ser llamados ignorantes."

Todavía no sé qué va a contestar, tal vez termine de tejer su centro de mesa antes, dará su última puntada a la rosa rococó del mantelito que regalará para las fiestas y ponga de cabeza la estatuilla de San Antonio. Por lo pronto, que deje de poner de cabeza el orden de las cosas: La cultura se manifiesta en su lengua, no es la lengua la que se manifiesta en su cultura.


Randall
 Tengo algo más para decirle después de leer cuando ella escriba, que seguro lo va a hacer y largo y tendido; es que el apropiarse de la lengua de todos arrogándose el derecho de dejarla inmóvil, es apropiarse de la libertad de cada cultura de tener vida propia manifestada en su lengua. No se trata de degradar la lengua, se trata de evolucionar, como lo ha hecho hasta ahora.

Pero los dinosaurios existen, me doy cuenta. Me fui y volví y siguen existiendo.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Sorprendida "in fraganti"

El link al tema 'I shot the sheriff', abrilo en ventana aparte, para leer mientras escuchás.


El sitio estaba concurrido anoche, el reggae nos sedaba y las luces amarillas daban una impronta oriental a los rostros de los comensales. El bar nos deleitó con una de sus especialidades en pizza de rúcula y ajo de la cual dimos buena cuenta, y al terminar de comer, mi acompañante solicitó la adición y yo, pedí un sobre de azúcar. Me puse un poco nerviosa, sabía que lo que hacía no se encuadra dentro de la legalidad, pero tenía ganas de saber qué podía pasar si lo hacía allí, tan abiertamente, ante tanta gente. Ese bar no lo elegí al azar, sabía que allí no tendrían problemas en satisfacer mi pedido, es vox populi que en ese lugar se pueden pedir tranquilamente sobrecitos de azúcar y yo, siempre del lado de la legalidad, estaba segura de que me perdía de algo interesante si no lo hacía.

La camarera, sin siquiera inmutarse, con una gran sonrisa y una predisposición tal como si le hubiese pedido una gaseosa más, me dijo que en seguida lo traía. Creo que la atenta señorita hubiese puesto cara de asombro si le hubiese pedido otra pizza, despúes de comer semejante manjar en abundancia. Mi compañero me miró extrañado, él no sabía de mis intenciones y se sintió un poco incómodo, pero se sonrió. La camarera volvió con la cuenta y con mi pedido, que entregó envuelto en una servilleta de papel. Lo tomé, como quien toma entre sus manos una papa caliente, pero no hice caso a mi sensación.

Estábamos sentados al aire libre, podíamos fumar sin problemas también, así que encendí mi cigarrillo, y comencé a abrir el paquetito. Inmediatamente la expresión de mi amigo cambió, se le desdibujó la sonrisa cómplice; observé que miraba por sobre mi cabeza y después clavó su mirada, muy abiertos los párpados, en mis ojos. Me di cuenta de que algo sucedía detrás de mi y no podía decirmelo. Me paralicé, sentí cómo la sangre se me subía irremediablemente al rostro, sin que pudiese evitarlo, sentí que un calor inusual me hacía transpirar hasta mojar mi remera. De fondo, Bob Marley cantaba 'I shot the sheriff but I didn't shoot no deputy, oh no! Oh!', es decir, 'Yo le disparé al sheriff pero no al ayudante'
Pocas veces me he sonrojado de esta manera, es más, creo que nunca me había sucedido ya que esta situacíón es la primera vez que la vivo. Pero ha sido mi culpa, de eso no me caben dudas. Me hirvió la cara, me temblaron las manos después de la parálisis y no supe qué hacer. Muchas veces me he preguntado qué se sentirá salirse de las normas, hacer algo inusual, pero la idea era salir impune de ello. La vergüenza me puede, el miedo también y, en ese momento, la incertidumbre se me agolpó ahora en toda la cabeza porque la sangre que me coloreó la cara también me hizo latir el cerebro. No pude haber sido más idiota, debería haberme mostrado segura, sin temores. En ese momento en lo único que pensé era en escapar de allí a toda velocidad, ya me había olvidado del cigarrillo que tenía entre los dedos y que seguía sosteniendo sin fumarlo.

Con el sobre y mi cigarrillo me levanté rápido y, dejando todo lo demás, mi cartera, mi móvil, mi abrigo de verano, ya huía precipitadamente pero una mano sobre mi hombro me retuvo. Me volvió a sentar. Yo no lo veía, pero estaba segura de que era un hombre, con una mano enorme, fuerte y firme. Y ahí su voz.

-Quédese donde está.

Clara, potente, masculina; un timbre extraño con dejo aguardentoso y atabacado, con la cadencia propia de un hablar con autoridad y firmeza.

-Mire, señor, yo...- Me animé a murmurar como pude.

La mujer policía, se me reveló al ponerse frente a mí. Creo que ahí el color de mi cara se fue tornasolando, una, porque pasó del rojo al morado y otra, porque las gotas de sudor reflejaban el neón de los carteles callejeros. No me lo esperaba. Que el suelo se abra y me cubra con gusanos y tierra fértil para que me degrade más rápido, fue lo que pensé.

-Usted acaba de solicitar a la camarera un sobre de azúcar. Usted sabe que no está permitido por las leyes de Granadero Baigorria, dentro de esta localidad usted no puede solicitar azúcar sin tener en su poder la certificación médica que la habilite a hacerlo. Le voy a pedir que presente su documentación.

La voz cascada y los gestos de la mujer, tan masculinos, me intimidaron, me atemorizaron, más aún sabiendo que no contaba con ningún papel médico.

-Es que... yo... sentí que me desvanecía, no suele sucederme pero creo que me bajó la presión y por eso lo pedí...

-Hubiese pedido sal, señora, -me dijo- la sal abunda y el azúcar escasea.

-Es que fue una baja de glucosa, necesitaba algo dulce, algo con azúcar y no con edulcorante; los ciclamatos me bajan la presión.

-Esas son excusas, voy a tener que llevarla detenida y comprobar su estado de salud. Usted tiene derecho a permanecer en silencio...

A punto de ponerme las esposas, la sorprendí zafándome y corrí hasta el primer árbol que me permitiese protección. Es bien sabido que los árboles nos protegen en Baigorria y por eso la ley tampoco permite que nos aferremos a ellos; cuando usted llega a un árbol y éste tiene el tronco de un diámetro tal que le permite abrazarlo, usted entonces queda inmune a cuanto acontecimiento suceda a su alrededor. Por eso están rodeados con alambres de púas, todos ellos, pero este árbol en particular tiene un tronco muy grueso, aunque nadie se había dado cuenta que con solo dar un salto, se puede quedar colgado de una de sus ramas, abrazado con brazos y piernas. Y eso hice. Di un salto y me prendí de la rama como un koala. Quedé balanceándome ante la vista azorada de los presentes. ¡Mi amigo, claro! El gesto de mi acompañante fue de una absoluta extrañeza, impávido, sin sonrisa ni seriedad, sin palabras. Él solo se quedó a la espera de que me soltara. Algunos otros aplaudieron mi destreza y otros se reían a viva voz, pero ante el gesto de la mujer policía se fueron retirando poco a poco. Mientras tanto ya no escuché nada más, el tronco estaba frío, áspero; apoyé la cara y me molestó la aspereza, pero sentí una rara satisfacción por hacer algo que no había hecho nunca y que a la vista de los demás no tuviese una explicación coherente. Me quedé abrazada, con una gran paz que me devolvió los colores normales al rostro y el ritmo habitual al corazón. Como pude, con la punta de los dedos desenvolví el sobre de azúcar y en la servilleta había algo escrito: "El árbol está atrapado, pero te dará una mano".
2.bp.blogspot.com

Esa noche pude salvarme a pesar de no haber leído la advertencia de la camarera, fue algo instintivo tal vez. La municipalidad, inmediatamente avisada del caso, envió sin demoras una cuadrilla a cortar la rama, no sea cosa que alguien más pretenda alterar la ley y el orden de la localidad.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ensayo de metáfora I

En el ring, plena pelea. Los boxeadores están con un guantazo que va y otro que viene, hasta que uno de ellos ya no puede más.
El entrenador del deportista que está exhausto, duda si tirar la toalla o dejar que su pupilo continúe hasta el final, tal vez creyendo que de algún modo impensado llegará esa fuerza o un golpe milagroso, que remonte su pobre actuación en el cuadrilátero. Por detrás de las cuerdas las cosas se evalúan más fríamente que estando dentro de esa circunscripta violencia consensuada, apadrinada y vitoreada. No hay nada que hacer, se caerá una vez más y seguramente volverá a evaluar si tirar o no la toalla el próximo round.
En el siguiente asalto la cosa sigue más o menos igual; su pupilo no pudo hablar en el rincón, pero lo miró con dificultad, debajo de los párpados hinchados y sangrantes las cosas se ven demasiado turbias. Solamente negó con la cabeza y salió a pelear otra vez. Ahí está, las piernas temblorosas no lo ayudan y el entrenador sigue de cerca la caída.
Ya no sirve el breve descanso, ya escupió bastante sangre con el agua, ya no puede ver, ya no sabe dónde está pero sabe que avanzará con tres pasos, los suficientes para continuar. Este púgil está ciego. El otro enfervorizado. El entrenador arroja la toalla que sale flameando; blanca, victoriosa, sabia y prudente.


jueves, 16 de diciembre de 2010

Ensayo de paronomasia III




La luna de lana, virgen
sal de sol anochecida
transforma la noche en nicho
de soledad travestida.

Ensayo de paronomasia II




El tipo, tapa
la musa, atrapa.
Él toma y teme
que ella se vaya.

Ensayo de paronomasia I




No todo tira ni atora,
ni nada anuda ni anida,
al pozo paso saltando y
piso el peso por arriba.


domingo, 12 de diciembre de 2010

Tatuada en tu espalda


Foto: Carina Gentile


Tatuada en tu espalda
metida en tu piel
tinta y sangre.
Tu sudor me moja
sal y olor a ti
me embriagan
de lujuria
y más quiero estar
en tu cuerpo,
en cada poro herido
por la imperiosa necesidad
de mi presencia.
Tú me tienes
tatuada en tu vida,
y yo quiero,
yo lo quiero.


sábado, 11 de diciembre de 2010

Juguete o chiche nuevo, que es lo mismo

Aquel maravilloso señor me dejó más que un recuerdo. Encerrado mucho tiempo en su garage sin automóvil, pasaba el tiempo investigando sobre la física del movimiento continuo en los elementos inanimados. Es decir, buscaba, por ejemplo, cómo lograr que un cuerpo en forma de pirámide triangular de base cuadrada girase sobre sus lados de manera similar a como lo haría un cilindro de sus mismas dimensiones; trazando un recorrido recto que dejara como huella no una serie de triángulos consecutivos sino, un rectángulo que se extendiese a lo largo de una mesa, por ejemplo y como para comenzar.

Una de las primeras notas, claro, fue la siguiente: "Los ángulos rectos no son propicios para la rotación de los cuerpos en movimiento sobre sus lados o bases con apoyo en planos paralelos al suelo o con una inclinación lógica para generar la inercia sobre el mismo". Una nota desalentadora para cualquiera, pero no para el Loco del Garage; quien luego de varios meses de estudio y pruebas diversas terminó limando los bordes angulosos de la pirámide llegando a transformarla en un cono, cuyo movimiento dejaba como testimonio un círculo acabado.

Así fueron sus intentos, alejado de toda teoría o práctica ya hecha y estudiada porque se consideraba un autodidacta de la ciencia a partir de su propia práctica. Nada fácil. Pero era una persona que no se quedaba en su idea original sino que aprovechaba los cambios que surgían después de cada intento.

El cono que quedó formado luego de quitar mucha viruta al cuerpo de madera, giraba y giraba sobre sus lados, en realidad un solo lado, como anotó en otra de sus observaciones: "Un cuerpo de laterales redondeados comienza y termina su movimiento en el mismo punto desde donde partió, siempre que posea un vértice que le dé una iclinación regular que permita un giro en el mismo punto y que éste actúe como eje de rotación".

Más tarde, pintó el lateral del cono con colores y lo hacía rotar sobre un papel con la pintura aún fresca, logrando efectos visuales atractivos en el plano. Pero siempre obtenía círculos más o menos uniformes que terminaron por aburrirlo. Así fue que, observando su creación desde todos sus ángulos, lo hacía girar lentamente con sus manos a la altura de los ojos y, para su sorpresa, se dio cuenta de que esas líneas le producían un efecto hipnótico porque subían y bajaban, en un movimiento sin solución de continuidad. Entonces detalló: "El cono, en un movimiento vertical respecto del plano de apoyo, con la base hacia arriba y con su lado pintado con líneas paralelas a su base, generan un efecto visual hipnótico"

Así comenzó a estudiar la posibilidad de hacerlo rotar sobre un eje de simetría axial sin apoyo sobre el plano, de manera que pudiese girar libremente en su verticalidad. Probó colocando el cuerpo de estudio en una varilla roscada de mínimo diámetro, desde el centro de la base hasta el vértice; así, y habiendo agujereado convenientemente con ranuras la madera, lo hacía rotar a manera de tuerca sobre la varilla y subía y bajaba el cono si daba vuelta su artefacto cuando el cuerpo llegaba al final del enroscado recorrido. Hipnótico nuevamente; interesante, pero era demasiado escaso el movimiento y la diversión duraba breves segundos, finalizados los cuales había que darlo vuelta nuevamente y así sucesivamente, porque no iba de arriba a abajo y de abajo a arriba, siempre iba de arriba a abajo y de arriba a abajo.

Recuerdo una mañana de domingo en que El Loco del Garage había encargado el diario a mi padre, que era el canillita del barrio. Ese día, me tocó a mí repartir los ejemplares y cuando me acerqué a la casa del Loco, el garage estaba abierto. Me detuve un momento a observar sus movimientos por la pequeña abertura, pero más me detuve porque quedé hipnotizada con el ir y venir de ese juguete, de arriba a abajo y de arriba a abajo. Y ahí fue que cuando quise irme disimuladamente, le pisé la cola al gato. Su lastímero maullido lo sacó de su ensimismamiento y levantó la vista hacia mí, que me quedé atónita ante la sorpresa.

-Diario- Dije con voz temblorosa y tímidamente.

-Hola- Me dijo con una sonrisa. -Me parece que te gusta mi invento.

-Es lindo...

-Tomá, usalo un ratito; pero un ratito no sea cosa que se rompa.

¡Para qué! Entré al refugio del Loco y acepté de sus manos ese invento que nunca había visto y que me embelesaba con sus colores en movimiento. Lo hacía bajar y bajar otra vez, y bajaba y bajaba de nuevo.

-Bueno, piba, ya está.

Mi cara seguramente mostró la tristeza que me daba tener que dejar ese maravilloso juguete de vuelta con su inventor y fue entonces cuando me dijo:

-Te voy a fabricar uno.

-¿Ahora?

-Tengo uno sin terminar, ¿querés verlo?

¡Qué alegría que tenía en ese momento! La pobreza de mis padres, no permitía comprarnos juguetes novedosos a todos nosotros que somos seis hermanos y pensar en la posibilidad de un chiche semejante me llenaba de felicidad.

-Tomá. ¿Te gustan los colores?

Yo tomé ese cono de sus manos maravillosas y creativas con mucho cuidado; mientras tanto, el Loco buscaba una varilla roscada y su taladro para terminar mi juguete. Pero algo inesperado sucedió. Mientras lo tenía en mis manos, a ese cono maravilloso e hipnótico, el cuidado fue tan excesivo que se me resbaló de entre los dedos yendo a caer al suelo de manera tal que el juguete quedó girando sobre su vértice durante muchos segundos, muchos, además de hacer un recorrido ruleteado y garabateado muy gracioso.

Nos quedamos ambos observando esa maravilla de la física del movimiento que parecía querer escaparse en su giro loco y desbocado hasta que quedó inmóvil, luego de sus últimas volteretas y saltitos.

-Es como un tornado- me dijo.

Yo no pude decir nada. Simplemente lo levanté, lo arrojé de nuevo con un movimiento giratorio de mi mano y ¡otra vez a hacer piruetas!

-Maravilloso- agregó luego de una nueva prueba.

-Es como un tornado- me animé a decir.

-Es como una tromba marina- comentó él.

-Gira de manera loca- dije yo.

-Se llamará Giroloco.- Sentenció.

Al poco tiempo del suceso y con el Giroloco en mi poder, porque lo había prometido, el Loco del Garage patentó su invento que terminó llamándose "Trompo Giroloco" y compartió conmigo los beneficios de la comercialización del juguete.

Hoy, el primer trompo forma parte de mi vitrina de recuerdos más preciados, por un lado, poseo el trompo original y por el otro, el aprecio por la honestidad de un simple Loco.

viernes, 10 de diciembre de 2010

¡Quién compra, señores, un poco de nostalgia! Pasen y vean: La Boca


Para leer este texto, recomiendo escuchar esta canción Niebla del Riachuelo. Tita Merello. Ábranlo en una pestaña aparte, y escuchen mientras leen. Después, si quieren, me comentan.



El barrio de La Boca nace alrededor de lo que fue el primer puerto de la ciudad de Buenos Aires, en Argentina. Decimos barrio a un lugar delimitado geográficamente dentro de una ciudad, pero que implica para sus habitantes una cuestión de identidad compartida, de historia rescatada que los une; en este caso es la historia del hombre y la mujer de puerto. Es la boca que se abre al Río de la Plata, el Riachuelo dueño de un hedor de desidias pero que aún así sigue siendo admirado. Desde sus márgenes, se ve el agua casi en calma, con algunas embarcaciones que han quedado allí como un vínculo con el pasado limpio y diligente, atareado y pintado de voces pregoneras, de saludos y de olvidos, de bienvenidas y recuerdos.



Herrumbrado, con una imponencia de hierro y remaches de gigante envejecido, el puente Avellaneda preside los movimientos del tiempo, los cambios que lo dejaron de lado por uno más nuevo que lo linda, de un vibrante rojo anaranjado que enfatiza su presencia.

La Costanera, sembrada de puestos de feria marcan el camino al centro de La Boca mientras comienza a escucharse de fondo aquel tango esperado, confundido entre el ruido de los neumáticos de los colectivos y autos sobre las calles de adoquines, fieles a su propósito y traicioneros al taco femenino.



Alzando la mirada se ve casi todo, pero nos recibe el Museo Quinquela Martín, nadie como él fue capaz de pintar tan fielmente el espíritu del lugar que sus mismos habitantes llaman "La República de la Boca". Ese espíritu, escondido tras los colores fuertes y variados de las fachadas de los conventillos; esas construcciones de chapa y madera, de dos o tres pisos de altura, que albergan, en una pobreza infame, escondida a las visitas curiosas, a mucha gente que vive allí desde siempre. Los carteles fileteados, parecen necesarios, inevitables, omnipresentes; en el primero que encontramos siguiendo el antiguo empedrado, se lee "Caminito", como si fuese el mascarón de proa de una esquina en ochava, vértice de una manzana triangular, con balcones antiguos. Caminito es el nombre de la calle principal, inmortalizada en la letra de un tango, compuesto por Juan de Dios Filiberto, con letra de Gabino Coria Peñaloza, que es un himno en la garganta de Carlos Gardel.




Desde muchos balcones, generalmente adornados con rejas artísticas, muy antiguas, se asoman, para definir fehacientemente la idiosincrasia del barrio, las figuras del Che, Maradona, Evita y Gardel; una identidad de exportación emplazada allí en esas esculturas, como íconos de una argentinidad que se circunscribe entre esas calles. La Boca era puerto, conventillos con inmigrantes, trabajo y dignidad, y hoy es Boca Juniors, Maradona y Evita; un modo de vida que se visita superficialmente.

Se respira nostalgia en los museos de los inquilinatos, donde conviven antiguos muebles rescatados al tiempo, elementos cotidianos de antaño, mezclados con souvenires para los turistas. Si se observa con atención hacia los fondos de los conventillos, en los tendederos se ve flamear la ropa de los vecinos y las cortinas, descoloridas y deshilachadas, de las ventanas y los frentes que no quisieron esconder su pobreza, su cotidianidad, que transcurren anónimas detrás del maquillaje turístico. Los colores, allí, en ese pedazo de autenticidad, se llevan en el corazón, el azul y oro de Boca Juniors, y se impone en las calles y en las columnas un poco más alejadas del centro de turismo. En los frentes, la curiosidad por la nostalgia del pasado y su persistencia en el presente; en los patios traseros y las espaldas de los conventillos, la vida marginada, a modo de paradoja.

Y sobre el adoquinado, las parejas bailan tangos y milongas, y en los pequeños escenarios de los cafetines y bares se anima también el folklore con zambas, chacareras y gatos. Todo se mezcla, pero todo es arte: pinturas, esculturas, construcciones antiguas remozadas y convertidas en galerías y paseos, música, danza y fotografía.

Allí, y yo creo que era algún espíritu cautivo, escuché que alguien me cantaba al oído una nostálgica canción italiana, vieja, como una canción de despedida... y me hizo llorar.