El link al tema 'I shot the sheriff', abrilo en ventana aparte, para leer mientras escuchás.
El sitio estaba concurrido anoche, el reggae nos sedaba y las luces amarillas daban una impronta oriental a los rostros de los comensales. El bar nos deleitó con una de sus especialidades en pizza de rúcula y ajo de la cual dimos buena cuenta, y al terminar de comer, mi acompañante solicitó la adición y yo, pedí un sobre de azúcar. Me puse un poco nerviosa, sabía que lo que hacía no se encuadra dentro de la legalidad, pero tenía ganas de saber qué podía pasar si lo hacía allí, tan abiertamente, ante tanta gente. Ese bar no lo elegí al azar, sabía que allí no tendrían problemas en satisfacer mi pedido, es vox populi que en ese lugar se pueden pedir tranquilamente sobrecitos de azúcar y yo, siempre del lado de la legalidad, estaba segura de que me perdía de algo interesante si no lo hacía.
La camarera, sin siquiera inmutarse, con una gran sonrisa y una predisposición tal como si le hubiese pedido una gaseosa más, me dijo que en seguida lo traía. Creo que la atenta señorita hubiese puesto cara de asombro si le hubiese pedido otra pizza, despúes de comer semejante manjar en abundancia. Mi compañero me miró extrañado, él no sabía de mis intenciones y se sintió un poco incómodo, pero se sonrió. La camarera volvió con la cuenta y con mi pedido, que entregó envuelto en una servilleta de papel. Lo tomé, como quien toma entre sus manos una papa caliente, pero no hice caso a mi sensación.
Estábamos sentados al aire libre, podíamos fumar sin problemas también, así que encendí mi cigarrillo, y comencé a abrir el paquetito. Inmediatamente la expresión de mi amigo cambió, se le desdibujó la sonrisa cómplice; observé que miraba por sobre mi cabeza y después clavó su mirada, muy abiertos los párpados, en mis ojos. Me di cuenta de que algo sucedía detrás de mi y no podía decirmelo. Me paralicé, sentí cómo la sangre se me subía irremediablemente al rostro, sin que pudiese evitarlo, sentí que un calor inusual me hacía transpirar hasta mojar mi remera. De fondo,
Bob Marley cantaba 'I shot the sheriff but I didn't shoot no deputy, oh no! Oh!', es decir, 'Yo le disparé al sheriff pero no al ayudante'
Pocas veces me he sonrojado de esta manera, es más, creo que nunca me había sucedido ya que esta situacíón es la primera vez que la vivo. Pero ha sido mi culpa, de eso no me caben dudas. Me hirvió la cara, me temblaron las manos después de la parálisis y no supe qué hacer. Muchas veces me he preguntado qué se sentirá salirse de las normas, hacer algo inusual, pero la idea era salir impune de ello. La vergüenza me puede, el miedo también y, en ese momento, la incertidumbre se me agolpó ahora en toda la cabeza porque la sangre que me coloreó la cara también me hizo latir el cerebro. No pude haber sido más idiota, debería haberme mostrado segura, sin temores. En ese momento en lo único que pensé era en escapar de allí a toda velocidad, ya me había olvidado del cigarrillo que tenía entre los dedos y que seguía sosteniendo sin fumarlo.
Con el sobre y mi cigarrillo me levanté rápido y, dejando todo lo demás, mi cartera, mi móvil, mi abrigo de verano, ya huía precipitadamente pero una mano sobre mi hombro me retuvo. Me volvió a sentar. Yo no lo veía, pero estaba segura de que era un hombre, con una mano enorme, fuerte y firme. Y ahí su voz.
-Quédese donde está.
Clara, potente, masculina; un timbre extraño con dejo aguardentoso y atabacado, con la cadencia propia de un hablar con autoridad y firmeza.
-Mire, señor, yo...- Me animé a murmurar como pude.
La mujer policía, se me reveló al ponerse frente a mí. Creo que ahí el color de mi cara se fue tornasolando, una, porque pasó del rojo al morado y otra, porque las gotas de sudor reflejaban el neón de los carteles callejeros. No me lo esperaba. Que el suelo se abra y me cubra con gusanos y tierra fértil para que me degrade más rápido, fue lo que pensé.
-Usted acaba de solicitar a la camarera un sobre de azúcar. Usted sabe que no está permitido por las leyes de Granadero Baigorria, dentro de esta localidad usted no puede solicitar azúcar sin tener en su poder la certificación médica que la habilite a hacerlo. Le voy a pedir que presente su documentación.
La voz cascada y los gestos de la mujer, tan masculinos, me intimidaron, me atemorizaron, más aún sabiendo que no contaba con ningún papel médico.
-Es que... yo... sentí que me desvanecía, no suele sucederme pero creo que me bajó la presión y por eso lo pedí...
-Hubiese pedido sal, señora, -me dijo- la sal abunda y el azúcar escasea.
-Es que fue una baja de glucosa, necesitaba algo dulce, algo con azúcar y no con edulcorante; los ciclamatos me bajan la presión.
-Esas son excusas, voy a tener que llevarla detenida y comprobar su estado de salud. Usted tiene derecho a permanecer en silencio...
A punto de ponerme las esposas, la sorprendí zafándome y corrí hasta el primer árbol que me permitiese protección. Es bien sabido que los árboles nos protegen en Baigorria y por eso la ley tampoco permite que nos aferremos a ellos; cuando usted llega a un árbol y éste tiene el tronco de un diámetro tal que le permite abrazarlo, usted entonces queda inmune a cuanto acontecimiento suceda a su alrededor. Por eso están rodeados con alambres de púas, todos ellos, pero este árbol en particular tiene un tronco muy grueso, aunque nadie se había dado cuenta que con solo dar un salto, se puede quedar colgado de una de sus ramas, abrazado con brazos y piernas. Y eso hice. Di un salto y me prendí de la rama como un koala. Quedé balanceándome ante la vista azorada de los presentes. ¡Mi amigo, claro! El gesto de mi acompañante fue de una absoluta extrañeza, impávido, sin sonrisa ni seriedad, sin palabras. Él solo se quedó a la espera de que me soltara. Algunos otros aplaudieron mi destreza y otros se reían a viva voz, pero ante el gesto de la mujer policía se fueron retirando poco a poco. Mientras tanto ya no escuché nada más, el tronco estaba frío, áspero; apoyé la cara y me molestó la aspereza, pero sentí una rara satisfacción por hacer algo que no había hecho nunca y que a la vista de los demás no tuviese una explicación coherente. Me quedé abrazada, con una gran paz que me devolvió los colores normales al rostro y el ritmo habitual al corazón. Como pude, con la punta de los dedos desenvolví el sobre de azúcar y en la servilleta había algo escrito: "El árbol está atrapado, pero te dará una mano".
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Esa noche pude salvarme a pesar de no haber leído la advertencia de la camarera, fue algo instintivo tal vez. La municipalidad, inmediatamente avisada del caso, envió sin demoras una cuadrilla a cortar la rama, no sea cosa que alguien más pretenda alterar la ley y el orden de la localidad.