sábado, 11 de diciembre de 2010

Juguete o chiche nuevo, que es lo mismo

Aquel maravilloso señor me dejó más que un recuerdo. Encerrado mucho tiempo en su garage sin automóvil, pasaba el tiempo investigando sobre la física del movimiento continuo en los elementos inanimados. Es decir, buscaba, por ejemplo, cómo lograr que un cuerpo en forma de pirámide triangular de base cuadrada girase sobre sus lados de manera similar a como lo haría un cilindro de sus mismas dimensiones; trazando un recorrido recto que dejara como huella no una serie de triángulos consecutivos sino, un rectángulo que se extendiese a lo largo de una mesa, por ejemplo y como para comenzar.

Una de las primeras notas, claro, fue la siguiente: "Los ángulos rectos no son propicios para la rotación de los cuerpos en movimiento sobre sus lados o bases con apoyo en planos paralelos al suelo o con una inclinación lógica para generar la inercia sobre el mismo". Una nota desalentadora para cualquiera, pero no para el Loco del Garage; quien luego de varios meses de estudio y pruebas diversas terminó limando los bordes angulosos de la pirámide llegando a transformarla en un cono, cuyo movimiento dejaba como testimonio un círculo acabado.

Así fueron sus intentos, alejado de toda teoría o práctica ya hecha y estudiada porque se consideraba un autodidacta de la ciencia a partir de su propia práctica. Nada fácil. Pero era una persona que no se quedaba en su idea original sino que aprovechaba los cambios que surgían después de cada intento.

El cono que quedó formado luego de quitar mucha viruta al cuerpo de madera, giraba y giraba sobre sus lados, en realidad un solo lado, como anotó en otra de sus observaciones: "Un cuerpo de laterales redondeados comienza y termina su movimiento en el mismo punto desde donde partió, siempre que posea un vértice que le dé una iclinación regular que permita un giro en el mismo punto y que éste actúe como eje de rotación".

Más tarde, pintó el lateral del cono con colores y lo hacía rotar sobre un papel con la pintura aún fresca, logrando efectos visuales atractivos en el plano. Pero siempre obtenía círculos más o menos uniformes que terminaron por aburrirlo. Así fue que, observando su creación desde todos sus ángulos, lo hacía girar lentamente con sus manos a la altura de los ojos y, para su sorpresa, se dio cuenta de que esas líneas le producían un efecto hipnótico porque subían y bajaban, en un movimiento sin solución de continuidad. Entonces detalló: "El cono, en un movimiento vertical respecto del plano de apoyo, con la base hacia arriba y con su lado pintado con líneas paralelas a su base, generan un efecto visual hipnótico"

Así comenzó a estudiar la posibilidad de hacerlo rotar sobre un eje de simetría axial sin apoyo sobre el plano, de manera que pudiese girar libremente en su verticalidad. Probó colocando el cuerpo de estudio en una varilla roscada de mínimo diámetro, desde el centro de la base hasta el vértice; así, y habiendo agujereado convenientemente con ranuras la madera, lo hacía rotar a manera de tuerca sobre la varilla y subía y bajaba el cono si daba vuelta su artefacto cuando el cuerpo llegaba al final del enroscado recorrido. Hipnótico nuevamente; interesante, pero era demasiado escaso el movimiento y la diversión duraba breves segundos, finalizados los cuales había que darlo vuelta nuevamente y así sucesivamente, porque no iba de arriba a abajo y de abajo a arriba, siempre iba de arriba a abajo y de arriba a abajo.

Recuerdo una mañana de domingo en que El Loco del Garage había encargado el diario a mi padre, que era el canillita del barrio. Ese día, me tocó a mí repartir los ejemplares y cuando me acerqué a la casa del Loco, el garage estaba abierto. Me detuve un momento a observar sus movimientos por la pequeña abertura, pero más me detuve porque quedé hipnotizada con el ir y venir de ese juguete, de arriba a abajo y de arriba a abajo. Y ahí fue que cuando quise irme disimuladamente, le pisé la cola al gato. Su lastímero maullido lo sacó de su ensimismamiento y levantó la vista hacia mí, que me quedé atónita ante la sorpresa.

-Diario- Dije con voz temblorosa y tímidamente.

-Hola- Me dijo con una sonrisa. -Me parece que te gusta mi invento.

-Es lindo...

-Tomá, usalo un ratito; pero un ratito no sea cosa que se rompa.

¡Para qué! Entré al refugio del Loco y acepté de sus manos ese invento que nunca había visto y que me embelesaba con sus colores en movimiento. Lo hacía bajar y bajar otra vez, y bajaba y bajaba de nuevo.

-Bueno, piba, ya está.

Mi cara seguramente mostró la tristeza que me daba tener que dejar ese maravilloso juguete de vuelta con su inventor y fue entonces cuando me dijo:

-Te voy a fabricar uno.

-¿Ahora?

-Tengo uno sin terminar, ¿querés verlo?

¡Qué alegría que tenía en ese momento! La pobreza de mis padres, no permitía comprarnos juguetes novedosos a todos nosotros que somos seis hermanos y pensar en la posibilidad de un chiche semejante me llenaba de felicidad.

-Tomá. ¿Te gustan los colores?

Yo tomé ese cono de sus manos maravillosas y creativas con mucho cuidado; mientras tanto, el Loco buscaba una varilla roscada y su taladro para terminar mi juguete. Pero algo inesperado sucedió. Mientras lo tenía en mis manos, a ese cono maravilloso e hipnótico, el cuidado fue tan excesivo que se me resbaló de entre los dedos yendo a caer al suelo de manera tal que el juguete quedó girando sobre su vértice durante muchos segundos, muchos, además de hacer un recorrido ruleteado y garabateado muy gracioso.

Nos quedamos ambos observando esa maravilla de la física del movimiento que parecía querer escaparse en su giro loco y desbocado hasta que quedó inmóvil, luego de sus últimas volteretas y saltitos.

-Es como un tornado- me dijo.

Yo no pude decir nada. Simplemente lo levanté, lo arrojé de nuevo con un movimiento giratorio de mi mano y ¡otra vez a hacer piruetas!

-Maravilloso- agregó luego de una nueva prueba.

-Es como un tornado- me animé a decir.

-Es como una tromba marina- comentó él.

-Gira de manera loca- dije yo.

-Se llamará Giroloco.- Sentenció.

Al poco tiempo del suceso y con el Giroloco en mi poder, porque lo había prometido, el Loco del Garage patentó su invento que terminó llamándose "Trompo Giroloco" y compartió conmigo los beneficios de la comercialización del juguete.

Hoy, el primer trompo forma parte de mi vitrina de recuerdos más preciados, por un lado, poseo el trompo original y por el otro, el aprecio por la honestidad de un simple Loco.