Para leer este texto, recomiendo escuchar esta canción Niebla del Riachuelo. Tita Merello. Ábranlo en una pestaña aparte, y escuchen mientras leen. Después, si quieren, me comentan.
El barrio de La Boca nace alrededor de lo que fue el primer puerto de la ciudad de Buenos Aires, en Argentina. Decimos barrio a un lugar delimitado geográficamente dentro de una ciudad, pero que implica para sus habitantes una cuestión de identidad compartida, de historia rescatada que los une; en este caso es la historia del hombre y la mujer de puerto. Es la boca que se abre al Río de la Plata, el Riachuelo dueño de un hedor de desidias pero que aún así sigue siendo admirado. Desde sus márgenes, se ve el agua casi en calma, con algunas embarcaciones que han quedado allí como un vínculo con el pasado limpio y diligente, atareado y pintado de voces pregoneras, de saludos y de olvidos, de bienvenidas y recuerdos.
Herrumbrado, con una imponencia de hierro y remaches de gigante envejecido, el puente Avellaneda preside los movimientos del tiempo, los cambios que lo dejaron de lado por uno más nuevo que lo linda, de un vibrante rojo anaranjado que enfatiza su presencia.
La Costanera, sembrada de puestos de feria marcan el camino al centro de La Boca mientras comienza a escucharse de fondo aquel tango esperado, confundido entre el ruido de los neumáticos de los colectivos y autos sobre las calles de adoquines, fieles a su propósito y traicioneros al taco femenino.
Alzando la mirada se ve casi todo, pero nos recibe el Museo Quinquela Martín, nadie como él fue capaz de pintar tan fielmente el espíritu del lugar que sus mismos habitantes llaman "La República de la Boca". Ese espíritu, escondido tras los colores fuertes y variados de las fachadas de los conventillos; esas construcciones de chapa y madera, de dos o tres pisos de altura, que albergan, en una pobreza infame, escondida a las visitas curiosas, a mucha gente que vive allí desde siempre. Los carteles fileteados, parecen necesarios, inevitables, omnipresentes; en el primero que encontramos siguiendo el antiguo empedrado, se lee "Caminito", como si fuese el mascarón de proa de una esquina en ochava, vértice de una manzana triangular, con balcones antiguos. Caminito es el nombre de la calle principal, inmortalizada en la letra de un tango, compuesto por Juan de Dios Filiberto, con letra de Gabino Coria Peñaloza, que es un himno en la garganta de Carlos Gardel.
Desde muchos balcones, generalmente adornados con rejas artísticas, muy antiguas, se asoman, para definir fehacientemente la idiosincrasia del barrio, las figuras del Che, Maradona, Evita y Gardel; una identidad de exportación emplazada allí en esas esculturas, como íconos de una argentinidad que se circunscribe entre esas calles. La Boca era puerto, conventillos con inmigrantes, trabajo y dignidad, y hoy es Boca Juniors, Maradona y Evita; un modo de vida que se visita superficialmente.
Se respira nostalgia en los museos de los inquilinatos, donde conviven antiguos muebles rescatados al tiempo, elementos cotidianos de antaño, mezclados con souvenires para los turistas. Si se observa con atención hacia los fondos de los conventillos, en los tendederos se ve flamear la ropa de los vecinos y las cortinas, descoloridas y deshilachadas, de las ventanas y los frentes que no quisieron esconder su pobreza, su cotidianidad, que transcurren anónimas detrás del maquillaje turístico. Los colores, allí, en ese pedazo de autenticidad, se llevan en el corazón, el azul y oro de Boca Juniors, y se impone en las calles y en las columnas un poco más alejadas del centro de turismo. En los frentes, la curiosidad por la nostalgia del pasado y su persistencia en el presente; en los patios traseros y las espaldas de los conventillos, la vida marginada, a modo de paradoja.
Y sobre el adoquinado, las parejas bailan tangos y milongas, y en los pequeños escenarios de los cafetines y bares se anima también el folklore con zambas, chacareras y gatos. Todo se mezcla, pero todo es arte: pinturas, esculturas, construcciones antiguas remozadas y convertidas en galerías y paseos, música, danza y fotografía.
Allí, y yo creo que era algún espíritu cautivo, escuché que alguien me cantaba al oído una nostálgica canción italiana, vieja, como una canción de despedida... y me hizo llorar.