viernes, 17 de diciembre de 2010

Ensayo de metáfora I

En el ring, plena pelea. Los boxeadores están con un guantazo que va y otro que viene, hasta que uno de ellos ya no puede más.
El entrenador del deportista que está exhausto, duda si tirar la toalla o dejar que su pupilo continúe hasta el final, tal vez creyendo que de algún modo impensado llegará esa fuerza o un golpe milagroso, que remonte su pobre actuación en el cuadrilátero. Por detrás de las cuerdas las cosas se evalúan más fríamente que estando dentro de esa circunscripta violencia consensuada, apadrinada y vitoreada. No hay nada que hacer, se caerá una vez más y seguramente volverá a evaluar si tirar o no la toalla el próximo round.
En el siguiente asalto la cosa sigue más o menos igual; su pupilo no pudo hablar en el rincón, pero lo miró con dificultad, debajo de los párpados hinchados y sangrantes las cosas se ven demasiado turbias. Solamente negó con la cabeza y salió a pelear otra vez. Ahí está, las piernas temblorosas no lo ayudan y el entrenador sigue de cerca la caída.
Ya no sirve el breve descanso, ya escupió bastante sangre con el agua, ya no puede ver, ya no sabe dónde está pero sabe que avanzará con tres pasos, los suficientes para continuar. Este púgil está ciego. El otro enfervorizado. El entrenador arroja la toalla que sale flameando; blanca, victoriosa, sabia y prudente.