Cuando Alejandro Magno se dirigía a invadir al Imperio persa, tras cruzar el Helesponto,
pasó por Frigia, donde se enfrentó al reto de desatar el nudo gordiano, que según las tradiciones, quien consiguiera desatarlo podría conquistar Oriente. Solucionó el problema cortando el nudo con su espada y dijo: «tanto monta cortar como desatar» Efectivamente, Alejandro conquistó Oriente.
(Extractado de Wikipedia)
Un simple desagüe tapado puede resultar en un desastre de grandes dimensiones. La pileta de la mesada rebalsaba y no se escurría el agua ni siquiera empujándola con la sopapa. “La culpa es del que hizo el desagüe”, me dijo el plomero que vino a arreglarlo. Y tenía razón. Fui corriendo a buscar uno de esos cables para destapar cañerías, contenta, solamente hubo que correr la mesada, desconectando las canillas, para dejar al descubierto el caño mínimo atragantado de pelos, grasa y restos de alimentos. Uno de los ayudantes introdujo la cinta y comenzó a empujarla, entraba y salía, entraba y salía, entró y no salió. Se trabó. “Hay un codo, seguro,” dijo y agregó, “hay que romper para ver dónde está.” Esa palabra estalló en mis tímpanos, los redujo a polvo, cerámicos rotos, pozos en todas partes, y la tremenda noticia de que el sitio del tapón no aparecía. Lo que sí se reveló fue una conexión anudada de codos –diminutos y en noventa grados, en total tres, a lo largo de sesenta centímetros de cañería-. Aguas terriblemente olorosas, nauseabundas, inundaron la casa, barro amasado con la tierra de la búsqueda y ese fluido infesto. Las cosas no se solucionaban. Algo que comenzó en la cocina se trasladó al pasillo y hasta el patio del vecino. “Pero si solamente necesito destapar la pileta”, dije tímidamente, sabiéndome ignorante en estos menesteres, “Por qué no probamos pasar la cinta desde este punto, y vemos si desagua”, me animé a sugerir. Me miraron casi sonrientes, y se volvieron a agachar sobre la cámara donde convergen los caños, mostrándome obligadamente sus verticales líneas divisorias de nalgas por sobre la cintura baja de sus pantalones, como dos grandes signos de admiración. Calcularon nuevamente las distancias entre rejillas, en patios, baño y uno de ellos me dijo con voz firme: “Hay que romper el piso del baño.” Me quedé estática, evaluando rápidamente la situación, calculando cuánto me iba a costar semejante destrucción –todo porque no había una sola cámara a la vista, una tapa en el suelo, una trampa de escenario-; imaginé cuánto costaría reconstruirlo todo, limpiar luego el desastre y solamente para ver si la obstrucción estaba ahí. ¿Habrá notado mi gesto horrorizado, mi palidez cuasi violácea? Podía sin dudas observar el estado calamitoso en el que yo estaba, sucia, ojerosa y despeinada; la casa, y mis nervios, igual que yo. Entonces fui a buscar una bolsa con soda cáustica, volví y ordené: “Vengan conmigo,” haciendo un ademán para que me sigan, como si fuese el Chapulín Colorado pidiendo que lo sigan los buenos, porque eran buena gente, la voluntad de destaparme la cañería la tenían –y no piensen mal, es literal- pero no había manera de desenredar el nudo gordiano, era el desafío para lograr que el líquido acumulado en los caños fluyese hacia su destino final en el pozo ciego. Bastante distinto destino el mío que el de conquistar Oriente, como Alejandro Magno que en vez de desatar el nudo lo cortó con su espada obteniendo óptimos resultados. Sin embargo, tomé las riendas del asunto y le hice poner un codo en el caño cortado para introducir la soda cáustica y echarle agua hirviendo; luego volvimos a la zona de desastre –el patio- para observar si salía. Expectantes, esperamos que funcionara la corrosión, dentro del desagüe se oía el crepitar del químico haciendo su tarea. Volvimos a pasar la cinta destapa cañerías y… Nada, no vimos salir agua por ningún lado. Volvimos a la cocina y una sonrisa se dibujó en mi rostro: el líquido que arrojamos fluía. El caño se había destapado. ¿Intuición?, tal vez; ¿necesidad de que nada más resultase destruido?, puede ser. Mi espada fue el químico. ¿Por dónde sale el agua de la pileta de la cocina? Nadie lo sabe. Los albañiles volvieron a tapar todo, con esa pregunta en la cabeza, y respondí: “¿Importa?” No, ya nada importa más que la gota de agua que cae de la conexión a la canilla que volvieron a armar, agua limpia, una goma que falta. Pero no les dije nada, lo voy a arreglar solita y conquistaré el mundo. Buena gente, de verdad, no quisieron cobrarme.