miércoles, 16 de mayo de 2012

Convivencia

Sonó la alarma del despertador a las seis y media y llevó pesadamente sus lagañas, su boca pastosa y su dolor de espalda, casi ciega sin poder abrir bien los ojos, es decir que llegó tanteando todo cuanto estaba en su camino, hasta la ducha. El cabello hidrófugo por su sequedad crujió como su columna vertebral bajo el agua caliente y, conjuntamente con su cuerpo, se fueron estilizando, estirando, relajando. Se enjuagó la cara y cuando quiso aclarar la vista no pudo, estaba en medio de una neblina cerrada, espesa, tan densa que al mover la mano para despejarla se hacían volutas envolventes como de humo blanco. ¿Habemus papam?, se dijo en voz baja sonriendo mientras terminaba de enjuagarse.
Corrió la cortina, volvió a tantear para encontrar el toallón y con su mano rozó otra mano. ¿Dedos?, dame el toallón por favor, dijo sonriendo, y la mano, presta, se lo entregó.  Es mejor ser amable con los fantasmas, se dijo, y mientras salía secándose del baño, todavía rodeada por la neblina que no la dejaba ver lo que ya conocía de memoria.