Al salir de la agencia nos subimos a mi auto, en esa época yo tenía un Flíat 600 modelo 72, ahora tengo un Maudi Coupé último modelo, pero ese es otro tema que no viene al caso por ahora; veremos si más adelante se justifica comentar tan conveniente cambio. El caso es que Próspero tenía y aún conserva un cuerpo bastante voluminoso producto de sus años de sedentarismo sentado frente al televisor y le costaba bastante acomodarse a los escasos espacios del vehículo. Nos dirigimos hacia la mansión familiar del licenciado, que, a pesar de sus grandes dimensiones, las de la mansión, no hablo ahora de las del licenciado; alberga solamente a dos personas: Próspero y yo, que lo acompaño todo el tiempo excepto cuando alguna cita me requiere y utilizo alguna habitación más alejada para tener intimidad, entonces somos tres. La familia, de apellido más que reconocido en muchas partes del mundo, no tiene ni ha tenido nunca tiempo disponible para este familiar, pero sí dinero.
Cuando llegamos a la casa, descendimos del Flíat; tuve que ayudarlo a bajar desencajando su porte de la puerta, y se fue derecho a su habitación para comenzar a preparar las valijas. Yo, mientras tanto me quedé leyendo el folleto de la agencia con el itinerario que, por supuesto, fue elaborado muy cuidadosamente para que el viaje fuese lo más largo y costoso posible y así dejar satisfecho el requerimiento de Próspero y los bolsillos de los vendedores. Saldremos del aeropuerto de la ciudad de Bostan, que queda a unos cinco kilómetros de este sitio, abordaremos el avión que nos llevará haciendo escalas en las ciudades más conocidas del mundo hasta llegar a Australia y volveríamos por la misma ruta hasta el aeropuerto de Bostan desde donde una combi nos llevaría hasta el camping, distante unos cincuenta kilómetros de aquí. -Ridículo.- Pensé.
Volví a la agencia, en donde todavía se estaban contando anécdotas del "gordo loco lleno de guita", que "parece que usa peluca" y que "debe ser un excéntrico que no sabe cuánta tiene". Cuando entré, se hizo gran silencio general y un vacío de personal difícil de llenar. Pedí hablar con el gerente. El tipo, se hizo esperar, evidentemente buscaba darse tiempo para defender la venta realizada. Al fin apareció, con una gran sonrisa y amabilidad extrema.
-Vos y yo sabemos muy bien de lo que se trata este asunto.- Dije.
-En realidad no sé si comprendo.- Replicó.
-Ese es el problema, no comprender o no entendernos; pero te la hago corta: Si voy a acompañar a esta persona durante todo el viaje, lo que pretendo es conocer el mundo, disfrutar de cosas que nadie pueda disfrutar a menos que sea millonario como él y pasarla muy bien. No pienso bajar de un avión y subirme a otro para terminar en el camping. ¿Nos estamos entendiendo?
-El tipo está loco.- Ante esta afirmación del gerente pasé a un trato formal, distante; se tomaba muchas atribuciones.
-A usted no le incumbe.- Le respondí secamente. -Elíjame destinos exóticos, extraños, de esos que nadie se anima a visitar, ya sabe, el precio no importa. Me cambia todo esto pero me deja el destino final.
Me fui de allí, habiendo acordado que nos indicarían los destinos una vez que abordáramos el primer avión con rumbo a Río de Janeiro. La aventura del moderno Quijote comenzaba, yo era algo así como su Sancho, pero esbelto e inteligente, y con distintos objetivos, claro.