Podés pinchar y abrir en ventana aparte este tema de Joaquín Sabina, interpretado por La Quinta Estación: Si yo fuera mujer
Mujeres de cuarenta, de cuarenta y tantos; mis queridas XX (equis equis, ya saben que es la combinación de cromosomas que nos definen el sexo), como les decía, mis amadas XX de la zona y aledaños. Heme aquí, en una etapa de la vida en la que, luego de armarme como un rompecabezas, espero no quedar de adorno enmarcada en la pared como esos puzzles de mil piezas que cuesta tanto trabajo terminar, si es que no se nos pierde ninguna fichita en el intento. Y para eso estoy acá, para revelar unas cuantas verdades que tienen que ver con la mayoría de nosotras que entramos en la revolución hormonal, cerebral y emocional que nos han hecho caer en la cuenta de que las tortas de cumpleaños solamente llevarán UNA gran vela en el centro y si es posible cada dos años. Nos cuesta reconocer que, a pesar de los esfuerzos, nos seguimos identificando con la analogía del objeto. ¡Ah! Y no me digas que no, que no te ves gorda, que si te ves una cana ni te la arrancás para que no salgan siete más, según el mito popular, y salís corriendo a buscar la tintura para taparla, que peleás en contra de las arrugas del contorno de los ojos, de la boca, del cuello. No me digas que no te joroba mirar que la piel se afloja y en la tele te disparan, 'No te arrugues'. ¡La pucha! ¿Siempre tenemos que pelear en contra de la corriente normal de los sucesos, que indican que todo tiende a caer?
Tengo un amigo, Epaminondas Chazarreta, que una vez dijo algo realmente inteligente: 'Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas... empezaron a caerse'. ¡Gran verdad, mis XX, gran patada en el trasero, XY (ya saben que es la combinación genética que hace que el partero diga '¡Tiene pitito!'). ¿Por qué los incluyo a ellos?, porque también por ellos no nos deshacemos del patrón mujer- objeto. Nosotras nos caemos porque la ley de la estética y las preferencias masculinas nos dicen que 'Todo lo que cae tiene que subir', y se ha transformado en una regla que supera la catástrofe de la regla normal, que sufrimos cada veintiocho días. Dos cosas entonces: si todo cae por ley natural, ¿por qué lo tengo que levantar para seguir una ley invasiva e injusta para el desarrollo normal de mi cuerpo? Chicas, chicas... No podemos dar por sentadas muchas cosas que, en realidad, se cayeron de culo.
Una vez, se me ocurrió pensar en voz alta sobre lo lindo que se me verían un par de tetas en el pecho; sí, una al lado de la otra, claro, y me preguntaron si mi idea de ponerme nuevas tetas era solamente por estética; y, analizando el caso, llego a la conclusión de que sí, por ex- tética fundamentalmente, porque las que fueron, si bien nunca fueron de gran porte, pero sí dueñas de una justa medida y firmeza, ya no son. Sería algo así como un cambio, cosa que también usé como fundamento de mi idea, de pasar de pasas de uva o, por qué no, de ciruelas pasas a pomelos rosados. Varias veces he mirado hacia esta parte de mi cuerpo y tanteándome el corpiño les digo 'Las extraño, chicas'. Ahora soy sin-tética. No puedo tomarme siquiera las cosas a pecho. No seré jamás más que un buen amigo para mi pareja. Estando parada puedo ver mi calzado y hasta mi ombligo. Los escotes son un gran signo de interrogación que pugnan por encontrar su lugar en mi mundo.
"Los cuarenta me sentaron bastante bien... De culo."
Patricia Ferreyra

Tengo un amigo, Epaminondas Chazarreta, que una vez dijo algo realmente inteligente: 'Cuando Newton descubrió la Ley de Gravedad, las personas... empezaron a caerse'. ¡Gran verdad, mis XX, gran patada en el trasero, XY (ya saben que es la combinación genética que hace que el partero diga '¡Tiene pitito!'). ¿Por qué los incluyo a ellos?, porque también por ellos no nos deshacemos del patrón mujer- objeto. Nosotras nos caemos porque la ley de la estética y las preferencias masculinas nos dicen que 'Todo lo que cae tiene que subir', y se ha transformado en una regla que supera la catástrofe de la regla normal, que sufrimos cada veintiocho días. Dos cosas entonces: si todo cae por ley natural, ¿por qué lo tengo que levantar para seguir una ley invasiva e injusta para el desarrollo normal de mi cuerpo? Chicas, chicas... No podemos dar por sentadas muchas cosas que, en realidad, se cayeron de culo.
Una vez, se me ocurrió pensar en voz alta sobre lo lindo que se me verían un par de tetas en el pecho; sí, una al lado de la otra, claro, y me preguntaron si mi idea de ponerme nuevas tetas era solamente por estética; y, analizando el caso, llego a la conclusión de que sí, por ex- tética fundamentalmente, porque las que fueron, si bien nunca fueron de gran porte, pero sí dueñas de una justa medida y firmeza, ya no son. Sería algo así como un cambio, cosa que también usé como fundamento de mi idea, de pasar de pasas de uva o, por qué no, de ciruelas pasas a pomelos rosados. Varias veces he mirado hacia esta parte de mi cuerpo y tanteándome el corpiño les digo 'Las extraño, chicas'. Ahora soy sin-tética. No puedo tomarme siquiera las cosas a pecho. No seré jamás más que un buen amigo para mi pareja. Estando parada puedo ver mi calzado y hasta mi ombligo. Los escotes son un gran signo de interrogación que pugnan por encontrar su lugar en mi mundo.
Estando recostada, si las libero de sus sostenes acolchados, push ups mentirosos, vanos simulacros, notorios farsantes sin sensibilidad; se expanden, en un estrábico suceso informe, de dudosa existencia: ¿Dónde están? ¿Qué buscan? Pequeños ojos de mirada vacilante y perdida, desorbitada. Acá estaban hace unos años, íntimamente sé que están ahí, pero muy íntimamente. Nadie más lo sabe ahora, o al menos, nadie lo nota.
Pobrecitas, de la gloria, la notoriedad y el honor de la lactancia -¡qué momento!, lo recordaré siempre, no solamente como la sublime comunión con mi hija, sino como la feliz poseedora de un talle de ciento veinte, literalmente una mesada-, a la desdicha del anonimato. ¡Ah! Fuimos tan felices, de hecho lo somos porque las sensaciones no cambiaron -¡Gracias!- pero siento que algo falta: relleno.
Hace unos años, una cubana de pelo blanquísimo, que nos visitaba acá en Baigorria, me preguntó: "Oie chica ¿é que acaso lah mujeles aquí no tienen canah?
-No,- le contesté. Me fui al baño y salí con una gorra para disimular las raíces blancas que se me asomaban.
¿Se dan cuenta? Lo tenemos incorporado al asunto; no me gusta verme con canas, no me gusta ir arrugándome, no me gusta que se me caigan unas cosas y se me desparramen otras, como cuando tomo sol de espaldas. No señor. Son demasiadas cosas a las que tenemos que atender sin mencionar todavía el tema de la depilación y son cosas que nos quitan valioso tiempo para lo que de verdad quisiéramos hacer. Lo que más me gustaría es que los parámetros de belleza y juventud eternas ya dejaran de jorobarnos la existencia, pero como están, más o menos me voy ajustando para no estar tan ilegal. Bueno, che, al fin y al cabo soy mujer.
Pero lo nuestro no termina acá, la lucha cotidiana por mantenernos jóvenes, firmes, lisitas, sin canas y con tránsito normalizado, es brutal; aunque tiene su lado amable la cosa. Cuando estamos acostumbradas a los rituales cotidianos, alivianados con la tecnología que nos facilita las cosas, podemos hasta disfrutar de algún piropo, y acá de nuevo: Nos hacemos las ofendidas pero por dentro nos decimos; 'Todavía estoy pa'l crimen... ¿Eh?'