miércoles, 24 de agosto de 2011

Consecuencias de la ansiedad

Algunos estados de ansiedad le confieren a mi dieta una gran dosis de auto canibalismo o mío antropofagia: Me estoy quedando sin dedos para seguir escribiendo.

Cuatro emociones fundamentales

Enojo

Comienza
horadando recodos,
arremolina terrones
y retira;
deja el agujero.

Ansiedad

Barrena
carrera hacia la tierra
hasta el centro
removiendo, hundiendo
sin rabia, un barranco;
sin embargo
parecía que volaba.

Miedo

El descenso es lo grave.

Tristeza

Y no es sangre,
es lava o escoria
casi lo mismo;
al menos se va
por los recodos horadados en barrena.

Todos tenemos derecho a pasar por las cuatro estaciones.

jueves, 18 de agosto de 2011

Una especie de epístola.

Puede leerse abriendo este enlace en pestaña nueva, para escuchar: http://www.listengo.com/song/8685406385

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Mi estimado señor:
Por la raleada cumbre de su humanidad podría adivinarlo mayor, sin embargo, he llegado a la conclusión que muchos, más jóvenes que usted, ya han experimentado el rigor del sol en la piel de sus cabezas. Muchos la estiman, otros la detestan; en lo personal, opino que nada es más atractivo que un señor maduro, con las señales del tiempo como cúspide y no anatema. La experiencia de su madurez, me lleva por senderos que no había experimentado con ningún coetáneo, ni mucho menos alguien cuya edad, escasamente pase los ardores de una incipiente independencia. No, mi estimado señor, no se compara.

Tal vez el tiempo nos dio esa chance, o tal vez la sugerencia de un terapeuta que me abrió a un nuevo mundo, sacando ideas equivocadas o, simplemente, estimulando a intentar lo que jamás se me hubiese ocurrido arremeter. Y fue lindo arremeterse con usted, mi estimado caballero, de piel magnética y personalidad intensa.

Tal vez usted no lo sepa, pero yo, que creía ser mujer, ahora veo que lo soy mucho más; y que no quiero ser igualada, sino equiparada en nuestras magníficas diferencias, que son las que me hacen desearlo tanto.

No creo que le sorprenda esta epístola, tal vez le hayan dicho estas cosas antes, si estoy siendo reiterativa, no es de mí, sino de otras tal vez. Y qué bueno que haya sido así, porque lo hace aún más deseable.

Estimado señor de vientre disfrutado, encolumnadas piernas de paso seguro y austero, mi libido se eleva y las feromonas fluyen e inundan el aire a mi paso cuando lo pienso cerca.

Puesto que ya nos hemos acercado, visto, arrebatado y disfrutado; espero verlo pronto nuevamente, como desde hace más de un año.


Suya.

jueves, 11 de agosto de 2011

Encuentro

Tratá de leerlo escuchando, abriendo en ventana nueva este enlace: Kozmic Blues - Janis Joplin & Jimi Hendrix


Cuando el vacío se abre
para abrazar la espera
todos los relojes acuerdan
el encuentro.

Si es por piel,
por palmos de silencios
que ahogan mis labios
mientras buscan tu tibieza,

o por mi tacto
que recorre lo que ya
no imagino;
te miro con las manos.

Te descubro
me descubres
somos tan transparentes
ahora.

Nosotros
asesinamos a los relojes.
Mutilamos cada marca
de cuadrante
los dejamos mancos
frente al tiempo.

En el encuentro,
la inexistencia
del futuro
me devuelve a vos
como la muerte
al polvo,

la permanencia del hoy
me entrega entera,
y soy,
cuna y abandono
colina y meseta
hoy.

Los relojes
acordaron el encuentro
y ya no existen.

Los asesinamos.

No sé cuál es mi cuerpo
ahora
todo es mío
todo es tuyo.

Ahora

tu espera
tiene el ritmo de mi tiempo,
generosa y mutua,
divina,

en la cima gritaré
y será el alud,
soberbio y arrasador,
colmado tal vez de improperios
salvajes
o dulces te amo.

Todo vale,
menos las horas.

Pobres relojes,
desnudos de tiempo
igual que nosotros
nos vestimos de celo.

Soledad

Acompañá la lectura escuchando este enlace, abrilo en pestaña nueva: Up all night - jazz music- lifescapes- relaxing piano

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Y es así, ¿viste? Es como que la casa te queda grande y como que la noche se pone tu frazada, porque vos seguís teniendo frío. Una noche con tu bufanda y tus guantes, que no te deja dormir porque te dejó desnuda en el medio de la nada. A veces la música es la que te abraza, pero no sé por qué, también te hunde, te ahoga; pero hace bien, hace bien.

Y una se pone a recordar cosas vagas, primero y después, crece un vacío, por dentro y por fuera, y ese vacío es una bomba que hace que te sientas que explotás en cualquier momento. Después, es al revés, te empezás a sentir cada vez más chiquita, más y más diminuta, tanto que cabés en la mano de ese bebé que fuiste en el vientre de tu madre, quienquiera que haya sido. De algún vientre he salido, en alguna probeta tal vez engendrada, no lo sé y ya no me importa. No sé si siento lo mismo que todos los que nacen porque ‘papá le puso la semillita a mamá’ de la manera tradicional. No lo sé. No importa. Soy un universo que se expande y que se achica, depende del aroma que me alcance el viento, depende de lo vacía que esté la alacena en la cocina. No cocinaré para mí sola. Así está muy bien, muy bien; no tengo más apetito que llenarme del espacio en el que habito, que se me hace hostil, que se me hace ajeno y a veces tan familiarmente solitario.

Y es así, ¿viste? Por ahí disfruto la soledad y ella me disfruta, me dice que me quede, que la escuche, que la palpe, que la viva y que la sufra. Que ya me va a gustar. Que ya le voy a encontrar el lado más amable. De hecho es así. No quiero darle la razón aún, para que no me invada, porque hay algo por ahí que me interesa un poco más que ella ahora.

Pero ¿sabés una cosa? Ella es más fiel que cualquiera que me interese. Sin discusiones es la que se queda siempre al lado, es leal, se adapta a mis caprichos. Me deja que llore y llora conmigo y eso me gusta mucho; me deja que haga lo que quiera, me deja libre, porque sabe que incondicionalmente siempre volveré a ella cuando todo alrededor me agobie, me atemorice, me sature, me duela, me escarbe, me estorbe, me pueda, me pula, me coma, me mastique, me supere.

Así que acá estoy, me subo a la ausencia, me cuelgo del silencio y lo estrangulo con algo de radio, tal vez. Las esquinas se reservan los fantasmas, igual que los cajones del ropero y las cajas de zapatos con rótulos; mi corazón también, pero no digo nada para que no se los apropien. Algo de jazz salpica esta historia, de tantas noches infames que me dejan ser, pero escupo letras por los dedos, palabras, significados violentos o pacíficos, según el ritmo con que ese piano intente destrozarme o acompañarme, en esta soledad.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Nuestro jardín especial

Ese balcón, en el medio de un edificio, en el medio de la cuadra, en el centro de la ciudad; nos hizo levantar la cara, mirar para arriba, estirar y ensanchar las narices para oler mejor.

Nunca habíamos pasado por esa calle para ir a la escuela, que queda cerca de nuestro departamento; serán unas seis cuadras más o menos, pero, como mamá siempre anda apurada, me sube al auto, con los minutos contados para llegar a clase y hacemos el trayecto en un momentito encapsulados en el vehículo. No habíamos pasado caminando por ahí hasta ese día, que tenía el auto en el taller y más apurada y nerviosa estaba porque decía que iba a llegar tarde a todos lados.

El caso es que íbamos caminando y olí un aroma raro, algo como dulce pero suave, y no sabía qué era. Me llamó la atención.

- ¿Qué olor es ese, mamá? – Pregunté, porque nunca había olido nada parecido y mi nariz estaba entre embelesada y confundida. Porque además, me provocaba la sensación de recuerdos, pero no un recuerdo en especial, no; la impresión de estar en otro lugar, en otro momento que me hacía sentir bien.

- ¿Cuál, qué, qué Tomi?

- Ese perfume mamá, es un perfume suave.

- No sé, Tomi, será el café con leche y medialunas recién hechas del bar que pasamos.

- No, no mamá. Levantá la nariz, levantala, dale.

Mi mamá, como siempre, apurada, no quería hacerme caso; pero lo hizo. Y fue raro, muy raro, porque de pronto, como si la hubiese tocado jugando a la popa hielo, se quedó quieta, con la nariz bailándole allá arriba y se sonrió, medio triste la sonrisa, pero parecía que le había gustado. Hasta creo que cerró los párpados, no se los vi, estaba con la cara apuntando al balcón. Esperó un ratito y el pecho le subía y bajaba despacito y después se le entrecortaba un poco la respiración. Me miró, con los lentes oscuros que ella usa no le pude ver los ojos, pero se le escapaba un hilito mojado por detrás de los vidrios que reflejaban mi cara de asombro.

- No lo puedo creer – me dijo – huele a la casa de mi nona. No se apuró para decirlo.

Yo sé, que cada casa tiene un olorcito particular. No es igual en ninguna de ellas, y no hablo solamente del olor a Roquefort de las zapatillas antes del lavado, sino de una mezcla de aromas que se desprenden de los materiales de la construcción, de los muebles, de la ropa, de las costumbres de los que viven allí, de lo que comen y también de la piel de cada uno. En mi casa no noto eso, puede ser el olor del desinfectante del inodoro, eso sí, o el insecticida o los productos de limpieza o el olor del cigarrillo.

Sin perder tiempo, mi mamá habló con el portero y le preguntó de dónde venía ese olor y qué era. Se olvidó que se hacía tarde para la escuela.

-¡Ah, sí! Una señora mayor que vive en el cuarto piso. Pero tiene el balcón lleno de macetas, menos mal que este edificio está bien construido, porque si no, se viene abajo. Vaya uno a saber cuál de las plantas que tiene ahí es la que usted dice, porque seguro que es alguna de esas plantas.

Mamá me dejó en la escuela y creo que ese día se lo tomó libre, primero, porque me fue a buscar, no me volví con el transporte, que dicho sea de paso, tarda más que si volviese caminando, como lo hicimos ese día; y segundo, porque cuando íbamos de vuelta por la misma calle me dijo que teníamos que hacer una visita. En el tiempo que estuve en la escuela, lo había arreglado todo. Algo raro le pasaba, estaba contenta; al menos, no tenía esas arrugas encima de la nariz.

Llegamos al edificio y subimos. Cuando se abrió la puerta nos recibió una ola de aromas que me volvieron a dar esa sensación que no conocía y una señora mayor, delgada, casi sin arrugas y con una cara y unos modales que nos contagiaban paz y calma nos dio la bienvenida. Mi mamá era otra. Yo trataba de adivinar si era limón, algo de naranja y un toque de vinagre suave, o maderas, algo extraño pero agradable. La señora me invitó a pasar a su jardín colgante, era evidente que ya había hablado con mi mamá, para que yo mismo buscara la planta con ese aroma que me llamó la atención.

¡Caramba, cuando vi ese jardín me acordé de la clase especial de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo! Los Jardines Colgantes de Babilonia debían ser más maravillosos de lo que son en esas láminas pintadas y sin vida. Si esto en pequeño tenía tanto poder sobre mi espíritu, algo más grande haría que mucha más gente, como mi mamá, comenzara a cambiar su manera de vivir y de sentir las cosas.

La verdad es que eran muchas, muchas macetas, y la señora nos contaba que ese lugar era especial porque le proveía alimentos y especias para condimentar, pero también un sitio donde sentarse a soñar. Siguiendo a mi nariz, mientras buscaba como un perrito un sitio para marcar territorio, ella me explicaba que esa plantitas que se trepaban eran judías, habas, lentejas y hasta pepinos; que abajo, tenía lechuga y rúcula; pero en un momento en que me di vuelta, vi tomates colgando.

- ¡Mirá, mamá! ¿Los tomates salen de esa planta? – Le pregunté a la anciana, y sonriendo me respondió que sí, que también se trepaba por el enrejado y que siempre tenía ensalada lista; entonces, sacó uno, lo lavó y me lo dio.

- Probalo – Me dijo, la miré a mamá y me hizo un gesto para que confiara. Ahí me di cuenta de que el aroma del tomate es el del amanecer de un día cálido de verano, o de un almuerzo al aire libre en una jornada tibia y de sol. Tiene un aroma verde, a pesar de ser rojo; porque lo olí y tuve esa sensación de hierba recién cortada, de tierra húmeda. Su piel lisa, brillante; muy delgada, casi translúcida, reflejaba la luz con suaves tonos de espejo. Sin embargo esa aparente debilidad de la cáscara, se resistió a la primer mordida; al presionar con los dientes se hundió la carne primero y luego se cortó la delgada película; y ahí es cuando explotó en un torrente de jugo chorreante, difícil de controlar en su desborde y el sabor me invadió toda la boca; un sabor que no es completamente dulce ni es totalmente agrio, porque tiene la característica de lograr el punto medio en que la acidez es agradable y deleitosa.

En otras macetas pequeñas, los colores eran brillantísimos, me dijo que eran ajíes muy picantes que se nombran comúnmente con una mala palabra; porque cuando se los come pican mucho, mucho y hay que saber usarlos; de esos no me dio. Pero había más, y me dijo que muchas cosas que comía también estaban enterradas y que yo no las reconocía porque nunca las había visto así; eran papas, zanahorias, cebollas y rabanitos en macetones amplios y en otros más altos pero menos anchos, tenía un manzano especial, quinotos, y también, desde un rincón del tejido de protección pendían frambuesas.

De todo un poco probé ese día, y con mamá nos llevamos de regalo ramitos de albahaca, tomillo y romero. Pero lo más importante sucedió cuando identifiqué el aroma particular, como una mezcla de anís suave, y eso lo sé por una botella de licor que hay en casa, con algo de menta.

- ¡Ésta, mamá! ¡Es ésta!

- Eso es hinojo salvaje, esta mañana temprano corté algunos brotes y eso lo hace oler más, justo cuando ustedes pasaban, seguramente. Algo les despertó en la memoria, la que se recuerda y la que está ahí, desde muchos años antes de nacer.

No entendí bien, pero dijo eso mirando a mi mamá, y ella, que siempre anda apurada, nerviosa, sin ganas de nada más que llegar a casa y tirarse a descansar; le devolvió una sonrisa calma y agradecida. Algo tuvo que ver ese jardín en mi nueva mamá. Lo digo así porque desde hace un tiempo, estamos cultivando nuestro pequeño jardín de balcón, con todos esos vegetales arriba y debajo de la tierra, que yo mismo toco con mis manos, que desmenuzo y huelo cuando riego. Frutas, verduras, hortalizas y hasta hierbas salvajes que yo mismo veo y ayudo a crecer y que, cuando algunos maduran o tienen el tamaño adecuado los retiro, limpio y preparo para comer; pero otra de las cosas que me gustan hacer en nuestro rincón, es sentarme a soñar y respirar, porque ese aroma, el primero que noté aquel día, no sé por qué, me lleva a ese lugar y tiempo que no conozco pero que recuerdo, y que mi mamá dice que es el olor de la casa de su nona. A propósito, mi casa ahora sí, tiene su propio aroma, y esta vez es el de nuestro jardín y el de nuestra piel y espíritu más sanos y felices.

UNA EXPERIENCIA EXITOSA: El primer sueño de Celeste


“A diferencia de las pesadillas, que se suelen recordar, al día siguiente los niños no tienen ningún recuerdo del terror nocturno porque estaban dormidos mientras ocurrió y no tienen imágenes mentales que evocar.”
http://kidshealth.org/parent/en_espanol/emociones/terrors_esp.html

Belén apagó la lámpara y la habitación quedó oscura. Como era una noche de luna llena, un punto de luz muy blanca se reflejaba sobre la pared que tenía enfrente. Ahí clavó su mirada. Como estaba somnolienta, no parpadeaba; obnubilada, sintió como arena en los ojos hasta que cerró los ojos para dormir. El punto de luz no se iba de su vista. Abrió los ojos y ahí estaba en la pared, blanco y brillante. Cerró los ojos de nuevo y seguía viendo ese punto pero, extrañamente, cuando quería verlo directamente, manteniendo los ojos cerrados, ese puntito cambiaba de lugar y cambiaba de color: de blanco a verde claro y luego a un lila tenue que se iba oscureciendo y de pronto se hacía brillante hasta desaparecer. Recién ahí, la oscuridad. Tomó nota de todo lo que le pareció importante sobre ese fenómeno, para poder investigarlo.

Belén tiene una hermana, se llama Celeste. Cuando esto sucedió, hace unos diez años atrás, ella tenía doce años y Celeste es siete años menor que Belén. La hermana mayor la observaba. Celeste no dormía nada bien por las noches. Era un problema que había que solucionar. Solía dormir llorando silenciosamente, o bien solía despertarse gritando; también pasaba noches moviéndose y pateando, o como si corriera estando acostada. Lo pasaba mal, Belén, por supuesto, tampoco podía dormir con su hermana en la cama de al lado, en la misma habitación, toda la noche haciendo ruido. Pero no estaba enojada, se preocupaba y quería hacer algo por ella. Evidentemente, los cuentos que le contaba a media luz antes de dormir, sólo servían, hasta el momento, para que el sueño la atrapara pero no para que su descanso sea placentero.

Aquella noche, cuando apagó la lámpara y experimentó la ilusión del punto de luz, Belén se hizo una pregunta: ¿Qué pasaría si en vez de mirar un punto de luz, mirase fijamente un dibujo más complejo y con muchos colores?

Esto le hizo pensar que, tal vez, las retinas de su hermana, guardaran la imagen por algunos momentos antes de dormirse. Siguiendo la lógica que por experiencia había adquirido, si un punto de luz quedaba grabado en la retina; sería correcto pensar que la imagen de la lámina, quedara también grabada unos momentos al cerrar los ojos. Y se hizo más preguntas. ¿El dibujo se movería? ¿Cambiaría de color?¿Lograría que ese fenómeno la ayudara a soñar a su hermana?

Esto se le presentaba como un reto imposible de rechazar. A Belén le gustaban las clases de ciencias, le gustaba desarrollar sus competencias científicas porque era curiosa, preguntona y le producía gran satisfacción sacar conclusiones de cuanto dato registraba en un cuadernito que llevaba siempre consigo.

A Celeste algo le ocurría, algo que Belén ya había investigado y que los científicos llaman “terror nocturno”. En internet, buscó sobre el tema y supo que los niños que sufren de terror nocturno “no recuerdan imágenes porque no tienen imágenes para recordar”. No es como en las pesadillas. En las pesadillas, se suele recordar lo que se soñó. Los adultos muchas veces no prestan atención suficiente a estas cosas y sus padres no eran una excepción: “Ya pasará”, decían. Pero para Belén no era suficiente respuesta.

Por eso decidió poner en marcha su experimento. Primero probó en ella misma, usando sus propios ojos para experimentar. Preparó cuidadosamente cada paso. Pegó con cinta la lámina en la pared donde había visto el punto de luz. Buscó una linterna potente. Como era de día, cerró todas las persianas y las cortinas para que no entrara la claridad del exterior. Se sentó en la cama, como lo hacía cada noche y, con la luz de la linterna apuntó al dibujo. Clavó sus ojos en la lámina, sin parpadear, hasta que los ojos se le hicieron arenosos, como secos y ahí, los cerró, a los quince segundos, según calculó. Al principio le pareció que todo desaparecía, pero a los pocos instantes, reapareció una imagen algo confusa, eran los globos que cambiaban de color: lo anaranjado pasaba a ser azul, los colores eran todos diferentes y brillaban. El canasto con la niña se movían como volando, el pasto del suelo no era verde, era rojo. Ella los perseguía con los ojos, sin abrirlos, y el dibujo parecía una película loca. Belén, tomó nota en su cuaderno, de todo lo que le pareció importante para tener en cuenta.

He aquí, entonces, su primera hipótesis: “Las imágenes que quedan en nuestros ojos cuando los cerramos, no son las mismas que cuando las vemos con los ojos abiertos y, además, se mueven.” Su hipótesis había quedado probada y tomó nota en su cuaderno.

Ahora bien, Belén tenía que conectar su teoría con el problema de su hermana: el terror nocturno.  Celeste no tenía imágenes para recordar mientras dormía. Belén creyó tener en sus manos la solución.

Bien, esa noche, cuando se fueron a acostar, Belén tenía todo preparado para hacer su experimento. Midió la distancia entre los ojos de su hermana y la pared, para que la experiencia fuese lo más parecida a la suya. Usó la misma lámina, la misma linterna y el mismo método.

- Celes, mirá  fijo un rato el dibujo, no parpadees. Yo te digo cuándo tenés que cerrar los ojos, te va a parecer como que tenés arena, o como que se te nubla la vista como cuando abrís los ojos abajo del agua.

Celeste, abriendo mucho los ojos y aguantando el parpadeo reflejo, miraba la lámina mientras Belén apagaba la luz del techo y prendía la linterna apuntando al dibujo. Así estuvieron quince segundos, que es lo que Belén calculó que podía aguantar, como ella.

- Ahora cerrá los ojos – Le ordenó.

Celeste puso en funcionamiento su cámara oscura; algo vio, Belén estaba segura porque la pequeña sonrió, parpadeó y volvió a cerrar los párpados.

- ¡Está ahí! – Decía -¡La nena y el oso están volando!

‘¡Funciona!’, pensó Belén sumamente entusiasmada mientras su hermanita, con los ojos cerrados, le decía, señalando con su índice: -¡Los globos están ahí! ¡Ahora ahí! ¡Y ahí!- Y movía el dedito para todos lados.

- ¡Otra vez!- le dijo Celeste, con sus ojitos brillantes.

La niñita la observaba a ella y a la lámina, y, cada tanto, cerraba los ojos y de golpe, sonreía y volvía a mirarla y, así, poco a poco, el sueño la fue venciendo.

Esa fue una noche gloriosa. No hubo gritos, no hubo llanto, ni siquiera un sobresalto. Maravillosas noticias para una científica que acababa de comprobar la hipótesis que había formulado en su cuaderno: “El terror nocturno desaparece cuando se proporciona una imagen colorida que pueda ser recordada.”

A la mañana siguiente, Belén felicitó a su hermanita por dormir tan bien durante toda la noche y le preguntó si había soñado. Pero Celeste la miró curiosa y la sorprendió con otra pregunta: ¿Eso que vi anoche con los ojos cerrados es soñar?
-Bueno,- respondió Belén  –es soñar cuando ves como una película mientras estás dormida.
-Mmmmm- se quedó pensativa Celeste. –No sé, no me acuerdo.


La respuesta dejó a Belén tan curiosa como al principio.

martes, 9 de agosto de 2011

Segismundo y Elmira. Otra opción para contar lo mismo

La casa, muda, de pronto comenzó a vibrar con los sonidos de Wagner, Ride Of The Valkyries salió despedida del combinado de madera lustrada, herencia de la anterior habitante de la casa en la que vivían Segismundo y su hermana mayor Elmira. Segismundo, que solía ser un muchacho de buen aspecto, a estas alturas de su vida, con sus cincuenta y dos años vividos, o no, en que iba perdiendo el cabello en color y en cantidad, trataba de conservarlo a base de tinturas madres especialmente preparadas para él por una colorista naturista, ya que su intolerancia al amoníaco le impedía usar los químicos comunes. Continuaba siendo delgado, su premisa era conservar la delgadez que perdieron sus varias, al menos dos, ex esposas, por dar a luz a esos engendros endemoniados frutos de su semen; y mantenía su silueta para que ellas no perdieran de vista la lección esencial de la vida: 'Nadie te quiere gorda y deforme'. Claro que dicho de esa manera, así tal cual su pensamiento, suena un tanto brusco, y es que a él, que es amante del recato, jamás se le hubiese ocurrido decirles a esas mujeres, la brutalidad de asumirse como un infeliz escaso de sentimientos y de un tacto inexistente, a la hora de anunciar que sólo estaba con ellas por sus cuerpecitos de Venus. Es por eso que optó por la mejor de las maneras de terminar sus relaciones; hundirlas en la más profunda de las depresiones haciéndolas sentir los seres más infelices, ignorantes, bajos, egoístas y culpables de su desgracia; eso sí, siempre con altura, demostrando una ilustración enciclopédica Kapeluszquiana y avasallando a su interlocutor, aunque mayormente son interlocutoras de turno, con vocablos a veces inconexos e inexistentes, pero que quedaban muy bonitos para la ocasión, según su propio criterio.

La música lo elevaba por sobre la silla para lisiados a la que estaba condenado; viendo la escena desde abajo, su aparición ganaba en énfasis y emoción desde su punto de vista. Diversos accidentes, a los que era propenso lo dejaron parapléjico, sus dos piernas, además, debían sanar de sendas quebraduras; los brazos, enyesados como sus miembros inferiores, tenían problemas de tendones y huesos defectuosos por las reiteradas rupturas; también sufría por sus varias costillas fisuradas, la columna con una desviación grosera y su cabeza poseía una válvula de descompresión de líquidos. Sus vértebras cervicales, además, estaban protegidas por un cuello ortopédico. Era imponente su rigidez.

A Elmira, no parece que el montaje escénico de su hermano le movilice alguna percepción más allá de la molestia; la escena que monta cada mañana para hacer su aparición al salir del dormitorio, sólo le provoca fastidio.

-¡Bajá de una vez pedazo de infeliz o querés que te traiga a upa! - Elmira era a Segismundo como el Demonio de Tasmania a la Antártida. -¡Ya está el desayuno, se te va a enfriar y no te lo caliento de nuevo, vos con tus vendas y ese cuello duro me tienen hasta los huevos! Ja, te lo dije en verso.-

- (¡Ah, cómo le metería una patada en el orto, pero tendrían que sacarme la pierna los bomberos con un extractor, de adentro de ese culo!) ¡Ah, querida Elmira, que con ese trasero de tan imponentes dimensiones me haces especular en la más certera manera de despojarte de una virtud que has de guardar intacta aún! Et infinitum corporea habebant inmensus, mas temo por la integridad de mis miembros, ya bastante maltrechos.

- Ma sí, si querés, vení, pero apagá esa porquería y poné algo que sepamos todos.

Y Segismundo obedece, sabe que su hermana no le tiene paciencia y es mejor que esté contenta. Empuja las ruedas de la silla con sus dos brazos enyesados hasta los hombros, algo de movilidad le queda para eso y algo de fuerza también; pero las cubiertas resbalan en el parquet encerado. Segismundo resuella, masculla palabras ininteligibles, epítetos groseros de quien se sabe burlado. -(Le dije tantas veces a esa bruja de mierda que no encere más el piso, parece que me lo hace a propósito para reírse de mi desgracia) Te he dicho Elmira, que al volver del aquelarre descanses del trabajo de remoción de la marmita y que dejes de deslomarte por lograr ese brillo áureo en las maderas que transito. ¿Es que acaso mi infortunio te ‘ensatisface’? (Diccionario Segismundoilógico: ensatisface por satisface) ¿Es que por designios de Chivaka, el gran espíritu que risueña, te dedicas a torturarme?-

-Ma daaaale, pedazo de nerd, hablá castellano haceme el favor y poné la radio, sacá esa porquería y ¡bajá de una vez!-

Ahora sí, la casa toma una vida mañanera típica de los hermanos, en la radio suena el tema del grupo favorito de Elmira, Sin bombacha, de Damas Gratis y le cambia la cara; a los dos les cambia. Mientras ella moja el pan con manteca en el café con leche, Segismundo se baja de la silla de ruedas y se sienta sobre el primer escalón; de arriba hacia abajo, es el primero; siguiendo el pliegue de los yesos de las dos piernas puede maniobrar de manera más o menos decorosa e indolora, aunque no siente sus piernas, cubriendo tres de esos escalones por vez; se ubica de espaldas hacia el piso inferior y gira, no teme caer precipitadamente, porque con las vendas de la cabeza se amortiguan bien los golpes y el corset, también está acolchado. Más le valdría arrojarse como con un trineo. Pero no, así tiene más dignidad. Trabajosamente llega al piso inferior.

-Che, nerd, me olvidé de avisarte que mientras estabas en rehabilitación vinieron a arreglar la silla elevadora de la escalera. ¡Oia! ¿Ya bajaste?-

-(Hija de tres mil novecientas putas!) Eres una indigna mujerzuela por genética, heredera de los más viles e indeseados cromosomas de tu libertina madre.

-¿Qué dijiste?

-Nada.

Segismundo se trepa a la silla de ruedas que está en la planta baja, derrapando llega, protestando sin solución de continuidad porque todos los pisos están encerados, y se sienta a la mesa; ese aroma lo transporta a sus momentos más tiernos de la infancia en la que su hermana era sometida a los más viles esfuerzos y él era el niño mimado por tener tantos problemas de salud. Tiempos lejanos, añorados. 'Quiero volver a ser niño', pensaba mientras untaba queso crema en su tostada, 'y meterme de nuevo en la concha de mi madre.'





Segismundo y Elmira.

Podría decirse que ninguno de los dos poseía los escrúpulos suficientes como para no herirse mutuamente, especialmente ella, que era la más mandona, sistemáticamente cabrona y malhablada. Aunque deberíamos aclarar en este punto del relato a qué nos referimos cuando decimos mal hablada; en este caso, a qué me refiero yo, como autor, que para eso estoy escribiendo esta breve historia y para que se entienda. El ser malhablado nos lleva a pensar en palabras que el diccionario, y me refiero al de la Real Academia Española, a veces tiene en su nómina de vocablos pero que para su uso, persisten ciertos reparos, ya sea por locación del hablante o por status social. No es lo mismo mencionar 'córrete' en España que en Argentina, y ello puede derivar en erróneas interpretaciones entre el emisor y el receptor; ni hablar de los que escuchan indirectamente la comunicación, que ni siquiera saben de lo que se está hablando. Pero en este caso en particular, el de los dos hermanos malhablados, nos encargaremos de dejar en claro que son justamente palabras que entendemos como groserías.

Para el caso de los hermanos, Segismundo y Elmira, gente de más de cincuenta años en su cronología de vida, él cincuenta y dos y ella sesenta y tantos, ya se sabe que las mujeres, por coquetería ocultan la verdadera edad, y por ende sus fechas reales de natalicio; decía, que para el caso de quienes hoy nos ocupan, no podemos decir lo mismo de sus pensamientos, que eran los correctísimos para ellos. Pensamientos filosos, egoístas, insanos; correctos malos pensamientos. Erróneas malas palabras, correctos malos pensamientos, depende de las subjetividades de los protagonistas y de los lectores, eso lo dejo al libre designio de las especulaciones personales.

Segismundo, persona de actitudes grandilocuentes, tenía por costumbre hacer sus apariciones matinales con grande alharaca, ejecutando en el combinado antiguo uno de sus discos predilectos, el de Wagner, en especial La Cabalgata de las Valquirias, cosa que a su hermana, la preparaba para sus ataques certeros con el simple objetivo de su propio disfrute y alimentación del morbo. Ella sabía que él se estaba levantando, sabía que comenzaría a demostrarle toda su sapiencia y sus desventuras, sabía que se merecía todo lo que le sucedía. Sin embargo, ella no se merecía vivir el resto de su vida con un inválido egoísta, autocompasivo, siempre en busca de atención, cosa que ella estaba decidida a no entregarle.

- ¿Vas a venir a desayunar?, ya tenés caliente el café con leche.- Le gritó desde la planta baja. -¡Apagá esa porquería que pusiste y vení de una vez, que el desayuno se enfría!-

El hombre, en su intento por ser hermano y en su intento por ser hombre, se quedaba masticando las palabras que de sus pensamientos afloraban como cardos y ortigas, que querían salir sin filtros, que pugnaban por colarse entre alguna abertura de las vendas, por los yesos, por el cuello ortopédico, porque estaba completamente envuelto, excepto en las zonas de las articulaciones y sus genitales, que quedaron liberados gracias a la lucidez de uno de los traumatólogos que lo sugirió. Propenso a los continuos accidentes, que por cierto siempre tenían como consecuencia desde esguinces, fisuras y hasta quebraduras en sus huesos largos, cortos y planos también, Elmira ya no le prestaba atención, para qué, si siempre iba a estar así, si se curaba, iba a volver a accidentarse y a lamentarse de su desgracia. Todas eran desgracias para Segismundo, varios fracasos matrimoniales dejaron hijos desparramados por el mundo con madres que ya no tenían los cuerpos de Venus que él había adorado. Seres viles, bajos, decrépitos que osaron modificar su cuerpo luego de haber parido a sus herederos. Ya no tendría, desde que sufriese de hemiplejía, agravada con un problema que requería la extracción de líquido de su cerebro a través de una válvula insertada en su cráneo, la posibilidad de mantener relaciones sexuales como manda la naturaleza. -Ya no puedo coger, no se me para esta salchicha hervida.- Pensaba; y en eso se aferraba para persistir en aleccionar a sus ex, demostrando su delgadez, que esa sí la mantenía, no como ellas, que habían quedado gordas y deformes.

-Vamos, pedazo de infeliz, ¿vas a bajar? Le volvió a gritar Elmira mirando desde la puerta del comedor sin levantarse de la silla, es decir, estirando lo que el cuerpo le daba para observar el espectáculo que sobrevendría. Porque no es lo mismo tener un hermano hemipléjico con dormitorio en planta baja que en planta alta. -Poné Damas Gratis, Sin Bombacha, que esa sí que levanta el ánimo, vamos, que te estoy esperando- Le dijo, mientras mojaba el pan con manteca en el café con leche y se quedaba observando.

Segismundo había desarrollado una técnica para descender las escaleras, de acuerdo a las posibilidades que le proveyesen los yesos y vendas de turno, aunque la parálisis ya la tenía para siempre, el caso es que al tratar de movilizarse en el sillón de ruedas, éstas derrapaban con una soltura digna de piloto de pruebas y acrobacias varias; giraba los rodados y, por cada giro, solamente avanzaba unos míseros centímetros.

Con sus mejores recursos de estilo le profirió a su hermana una soberana puteada, ya que él no era afecto a decir sin filtros todo lo que pensaba, pero lo pensaba, y como fue dicho antes, bien pensados los malos pensamientos. Su hermana con malas palabras y él con malos pensamientos. Dúo difícil de sobrellevar pero bastante más sencillo de comprender desde afuera, tratando de no mezclarse en sus cosas, que eso tendría consecuencias nefastas para el equilibrio emocional de cualquiera. Una vez que comenzó a sonar damas gratis, con el notorio beneplácito de Elmira y el disgusto de Segismundo, los derrapes lo llevaron hasta la escalera para comenzar el descenso, lo cual, usted lector, imaginará como tarea a simple vista imposible. Diríamos que grotesca, ruin, baja, en posiciones tragicómicas diríase que esta especie de hombre bajó los escalones, sin saber que su hermana, ya había hecho reparar la silla que está adosada a la baranda. Elmira se divertía al verlo, se regodeaba de verlo en su arrastre y también observarlo treparse solo, a la silla de ruedas de la planta baja.

Nuevamente derrapó, mucho esfuerzo le llevó llegar a la mesa del desayuno, por cada giro normal de las ruedas debió realizar cuatro, que para más precisión serían unos tres y medio, por el diámetro de los rodados en relación a los centímetros recorridos, que si el piso no hubiese estado perfectamente encerado y lustrado, su vida sería más sencilla en este aspecto, en fin, llegar a la mesa, con los aromas familiares de antaño, lo llevaron a su infancia, a esos años en que la vida era vida con mamá mimándolo a él y torturándola a Elmira, que para eso era mujer.



lunes, 8 de agosto de 2011

Soneto: Aunque no quiera

Aunque no quiera que esto que es tan mundo
me quite el sueño y quede y quiebre el alma
y quede en cada golpe de mi calma
me galopa, guerrero furibundo.

Será por la desidia de lo inmundo
será y aunque no quiera y quiebre calma
como el viento rendido ante la palma
vencido él, mas no el tronco fecundo.

Cuánto golpe certero y esquivado
que amorata la carne, aunque no quiera
y aunque no quiera aún sea depravado.

He querido mirar hacia otro lado
y he doblado mi cerviz cual palmera
pero nunca mi honor será quebrado.

Soneto: Destino

Forjaré mi presente, proyectado
en inciertas razones arriesgadas
atrevidas y libres, sosegadas
después de hacer su vuelo arrebatado.

He sido temerosa, lo he notado,
el miedo forja horas rezagadas
cúmulo escaso de notas ahogadas
incineré un destino bocetado.

Desde la pira, gritaba el pasado
ardía en pos de un renuevo de voces
no fue lo mismo ya, fue transmutado.

Temores que del antes he burlado,
si el asno se defiende con sus coces
ya no seré un jumento atribulado.

Soneto: Indiferencia

Hoy estoy y no estoy amanecida,
desvelado y tortuoso pensamiento
multiplicado en la premura, siento
que no es tarde tal vez para esta vida.

Me acercaré, despacio, aún decidida
indiferentes ojos a mi aliento
no notan el destino que alimento
aunque el miedo me encuentre enceguecida.

Fui llegando al horizonte de a poco,
trazado desde el tiempo de mi sueño
ilusiones sutiles que hoy evoco.

No me miras, lo sé, pero me empeño
en crecer, y en crecer no me equivoco
el árbol crece aún cortado en leño.

sábado, 6 de agosto de 2011

Piropos sin copipasteado, originales del Ánfora Etrusca

* Quisiera ser el lecho que contenga el río marrón de tus ojos.
* Parece que este cielo despejado se ha quedado a vivir en tu mirada.

* Veo que tus ojos dan luz verde, para continuar con la esperanza de que algún día, llegue al destino de tu corazón.

* Si esa boca no pronuncia mi nombre, nunca más podré decir que existo.
* Disculpame, me perdí en las dimensiones de tu espalda y la sensualidad de tu nuca, ¿me decís cómo llegar a tus brazos?

* Creí que estaba en San Martín y Rivadavia, pero creo que llegué al infierno porque estás ardiente.

jueves, 4 de agosto de 2011

Humor: Reflexiones viscerales pedorras pero útiles

* ¿Por qué todavía no inventaron los inodoros acustizados?

* ¿Por qué al bidet se lo coloca con la grifería contra la pared? Es más cómodo usarlo mirando para el otro lado, sin hacer torsiones para abrir el agua y sin que parezca una penitencia si me siento mirando los cerámicos. La grifería, debe ir adelante, no a espaldas del usuario.

* En contra de las toallas femeninas perfumadas: Saben que estás indispuesta por el perfume.

* Si se inventase el tampón perfumado para flatos, estaríamos en las mismas condiciones que con las toallas femeninas perfumadas: Te delataría el perfume particular que le ponen a los productos íntimos y se agregaría la inflamación intestinal. Voto por un filtro para flatos. Otra necesidad.

* Otro invento y tomen nota los genios: Un traductor eructo-suspiro, algún adminículo o artilugio disimulado, que permita transformar la ferocidad del eructo en sonidos agradables a elección del eructante.

* El clarividente, ¿tiene ojos claros?

* Super Hijitus, ¿era el anhelo de Ferré de crear una raza de hijos que se sintieran superéroes por vivir en los caños, aliados de la justicia del 'rempimpoloteo', cuyo único compañero fiel fuese un perro y no tuviesen padres?

miércoles, 3 de agosto de 2011

Superación y hartura

Dejaré de apretar los dientes
cuando al fin rompa los platos
cuando reviente cada uno de los vasos
y patee las puertas hasta cansarme por no poder gritarte ahora.

Oculto

Apareció el lado oscuro del sol
nadie lo sabía
excepto mi sombra.

¿Jugamos con fuego?

¿Jugamos con fuego?
Da lo mismo el hielo
salvo que tu risa no es sonora.

Paciencia

Carcajadas
bocota abierta ladra
gime como llanto
expulsa toses
de tabaco.

Y el gesto incierto
de las lágrimas
esperando
esperando
esperando.

La situación es simple,
dejar que estalle una cabeza
es cosa de altruistas.