“A diferencia de las pesadillas,
que se suelen recordar, al día siguiente los niños no tienen ningún recuerdo
del terror nocturno porque estaban dormidos mientras ocurrió y no tienen
imágenes mentales que evocar.”
http://kidshealth.org/parent/en_espanol/emociones/terrors_esp.html
Belén apagó la lámpara y la
habitación quedó oscura. Como era una noche de luna llena, un punto de luz muy
blanca se reflejaba sobre la pared que tenía enfrente. Ahí clavó su mirada. Como
estaba somnolienta, no parpadeaba; obnubilada, sintió como arena en los ojos
hasta que cerró los ojos para dormir. El punto de luz no se iba de su vista.
Abrió los ojos y ahí estaba en la pared, blanco y brillante. Cerró los ojos de
nuevo y seguía viendo ese punto pero, extrañamente, cuando quería verlo
directamente, manteniendo los ojos cerrados, ese puntito cambiaba de lugar y
cambiaba de color: de blanco a verde claro y luego a un lila tenue que se iba
oscureciendo y de pronto se hacía brillante hasta desaparecer. Recién ahí, la
oscuridad. Tomó nota de todo lo que le pareció importante sobre ese fenómeno,
para poder investigarlo.
Belén tiene una hermana, se llama
Celeste. Cuando esto sucedió, hace unos diez años atrás, ella tenía doce años y
Celeste es siete años menor que Belén. La hermana mayor la observaba. Celeste
no dormía nada bien por las noches. Era un problema que había que solucionar. Solía
dormir llorando silenciosamente, o bien solía despertarse gritando; también
pasaba noches moviéndose y pateando, o como si corriera estando acostada. Lo
pasaba mal, Belén, por supuesto, tampoco podía dormir con su hermana en la cama
de al lado, en la misma habitación, toda la noche haciendo ruido. Pero no
estaba enojada, se preocupaba y quería hacer algo por ella. Evidentemente, los
cuentos que le contaba a media luz antes de dormir, sólo servían, hasta el
momento, para que el sueño la atrapara pero no para que su descanso sea
placentero.
Aquella noche, cuando apagó la
lámpara y experimentó la ilusión del punto de luz, Belén se hizo una pregunta:
¿Qué pasaría si en vez de mirar un punto de luz, mirase fijamente un dibujo más
complejo y con muchos colores?
Esto le hizo pensar que, tal vez,
las retinas de su hermana, guardaran la imagen por algunos momentos antes de
dormirse. Siguiendo la lógica que por experiencia había adquirido, si un punto
de luz quedaba grabado en la retina; sería correcto pensar que la imagen de la
lámina, quedara también grabada unos momentos al cerrar los ojos. Y se hizo más
preguntas. ¿El dibujo se movería? ¿Cambiaría de color?¿Lograría que ese
fenómeno la ayudara a soñar a su hermana?
Esto se le presentaba como un
reto imposible de rechazar. A Belén le gustaban las clases de ciencias, le
gustaba desarrollar sus competencias científicas porque era curiosa, preguntona
y le producía gran satisfacción sacar conclusiones de cuanto dato registraba en
un cuadernito que llevaba siempre consigo.
A Celeste algo le ocurría, algo
que Belén ya había investigado y que los científicos llaman “terror nocturno”. En
internet, buscó sobre el tema y supo que los niños que sufren de terror
nocturno “no recuerdan imágenes porque no tienen imágenes para recordar”. No es
como en las pesadillas. En las pesadillas, se suele recordar lo que se soñó. Los
adultos muchas veces no prestan atención suficiente a estas cosas y sus padres
no eran una excepción: “Ya pasará”, decían. Pero para Belén no era suficiente
respuesta.
Por eso decidió poner en marcha
su experimento. Primero probó en ella misma, usando sus propios ojos para experimentar.
Preparó cuidadosamente cada paso. Pegó con cinta la lámina en la pared donde
había visto el punto de luz. Buscó una linterna potente. Como era de día, cerró
todas las persianas y las cortinas para que no entrara la claridad del
exterior. Se sentó en la cama, como lo hacía cada noche y, con la luz de la
linterna apuntó al dibujo. Clavó sus ojos en la lámina, sin parpadear, hasta
que los ojos se le hicieron arenosos, como secos y ahí, los cerró, a los quince
segundos, según calculó. Al principio le pareció que todo desaparecía, pero a
los pocos instantes, reapareció una imagen algo confusa, eran los globos que
cambiaban de color: lo anaranjado pasaba a ser azul, los colores eran todos
diferentes y brillaban. El canasto con la niña se movían como volando, el pasto
del suelo no era verde, era rojo. Ella los perseguía con los ojos, sin
abrirlos, y el dibujo parecía una película loca. Belén, tomó nota en su
cuaderno, de todo lo que le pareció importante para tener en cuenta.
He aquí, entonces, su primera hipótesis:
“Las imágenes que quedan en nuestros ojos cuando los cerramos, no son las
mismas que cuando las vemos con los ojos abiertos y, además, se mueven.” Su
hipótesis había quedado probada y tomó nota en su cuaderno.
Ahora bien, Belén tenía que conectar
su teoría con el problema de su hermana: el terror nocturno. Celeste no tenía imágenes para recordar
mientras dormía. Belén creyó tener en sus manos la solución.
Bien, esa noche, cuando se fueron
a acostar, Belén tenía todo preparado para hacer su experimento. Midió la
distancia entre los ojos de su hermana y la pared, para que la experiencia
fuese lo más parecida a la suya. Usó la misma lámina, la misma linterna y el
mismo método.
- Celes, mirá fijo un rato el dibujo, no parpadees. Yo te
digo cuándo tenés que cerrar los ojos, te va a parecer como que tenés arena, o
como que se te nubla la vista como cuando abrís los ojos abajo del agua.
Celeste, abriendo mucho los ojos
y aguantando el parpadeo reflejo, miraba la lámina mientras Belén apagaba la
luz del techo y prendía la linterna apuntando al dibujo. Así estuvieron quince
segundos, que es lo que Belén calculó que podía aguantar, como ella.
- Ahora cerrá los ojos – Le
ordenó.
Celeste puso en funcionamiento su
cámara oscura; algo vio, Belén estaba segura porque la pequeña sonrió, parpadeó
y volvió a cerrar los párpados.
- ¡Está ahí! – Decía -¡La nena y
el oso están volando!
‘¡Funciona!’, pensó Belén
sumamente entusiasmada mientras su hermanita, con los ojos cerrados, le decía, señalando
con su índice: -¡Los globos están ahí! ¡Ahora ahí! ¡Y ahí!- Y movía el dedito
para todos lados.
- ¡Otra vez!- le dijo Celeste,
con sus ojitos brillantes.
La niñita la observaba a ella y a
la lámina, y, cada tanto, cerraba los ojos y de golpe, sonreía y volvía a mirarla
y, así, poco a poco, el sueño la fue venciendo.
Esa fue una noche gloriosa. No
hubo gritos, no hubo llanto, ni siquiera un sobresalto. Maravillosas noticias
para una científica que acababa de comprobar la hipótesis que había formulado
en su cuaderno: “El terror nocturno desaparece cuando se proporciona una imagen
colorida que pueda ser recordada.”
A la mañana siguiente, Belén
felicitó a su hermanita por dormir tan bien durante toda la noche y le preguntó
si había soñado. Pero Celeste la miró curiosa y la sorprendió con otra
pregunta: ¿Eso que vi anoche con los ojos cerrados es soñar?
-Bueno,- respondió Belén –es soñar cuando ves como una película
mientras estás dormida.
-Mmmmm- se quedó pensativa
Celeste. –No sé, no me acuerdo.
La respuesta dejó a Belén tan
curiosa como al principio.