miércoles, 10 de agosto de 2011

UNA EXPERIENCIA EXITOSA: El primer sueño de Celeste


“A diferencia de las pesadillas, que se suelen recordar, al día siguiente los niños no tienen ningún recuerdo del terror nocturno porque estaban dormidos mientras ocurrió y no tienen imágenes mentales que evocar.”
http://kidshealth.org/parent/en_espanol/emociones/terrors_esp.html

Belén apagó la lámpara y la habitación quedó oscura. Como era una noche de luna llena, un punto de luz muy blanca se reflejaba sobre la pared que tenía enfrente. Ahí clavó su mirada. Como estaba somnolienta, no parpadeaba; obnubilada, sintió como arena en los ojos hasta que cerró los ojos para dormir. El punto de luz no se iba de su vista. Abrió los ojos y ahí estaba en la pared, blanco y brillante. Cerró los ojos de nuevo y seguía viendo ese punto pero, extrañamente, cuando quería verlo directamente, manteniendo los ojos cerrados, ese puntito cambiaba de lugar y cambiaba de color: de blanco a verde claro y luego a un lila tenue que se iba oscureciendo y de pronto se hacía brillante hasta desaparecer. Recién ahí, la oscuridad. Tomó nota de todo lo que le pareció importante sobre ese fenómeno, para poder investigarlo.

Belén tiene una hermana, se llama Celeste. Cuando esto sucedió, hace unos diez años atrás, ella tenía doce años y Celeste es siete años menor que Belén. La hermana mayor la observaba. Celeste no dormía nada bien por las noches. Era un problema que había que solucionar. Solía dormir llorando silenciosamente, o bien solía despertarse gritando; también pasaba noches moviéndose y pateando, o como si corriera estando acostada. Lo pasaba mal, Belén, por supuesto, tampoco podía dormir con su hermana en la cama de al lado, en la misma habitación, toda la noche haciendo ruido. Pero no estaba enojada, se preocupaba y quería hacer algo por ella. Evidentemente, los cuentos que le contaba a media luz antes de dormir, sólo servían, hasta el momento, para que el sueño la atrapara pero no para que su descanso sea placentero.

Aquella noche, cuando apagó la lámpara y experimentó la ilusión del punto de luz, Belén se hizo una pregunta: ¿Qué pasaría si en vez de mirar un punto de luz, mirase fijamente un dibujo más complejo y con muchos colores?

Esto le hizo pensar que, tal vez, las retinas de su hermana, guardaran la imagen por algunos momentos antes de dormirse. Siguiendo la lógica que por experiencia había adquirido, si un punto de luz quedaba grabado en la retina; sería correcto pensar que la imagen de la lámina, quedara también grabada unos momentos al cerrar los ojos. Y se hizo más preguntas. ¿El dibujo se movería? ¿Cambiaría de color?¿Lograría que ese fenómeno la ayudara a soñar a su hermana?

Esto se le presentaba como un reto imposible de rechazar. A Belén le gustaban las clases de ciencias, le gustaba desarrollar sus competencias científicas porque era curiosa, preguntona y le producía gran satisfacción sacar conclusiones de cuanto dato registraba en un cuadernito que llevaba siempre consigo.

A Celeste algo le ocurría, algo que Belén ya había investigado y que los científicos llaman “terror nocturno”. En internet, buscó sobre el tema y supo que los niños que sufren de terror nocturno “no recuerdan imágenes porque no tienen imágenes para recordar”. No es como en las pesadillas. En las pesadillas, se suele recordar lo que se soñó. Los adultos muchas veces no prestan atención suficiente a estas cosas y sus padres no eran una excepción: “Ya pasará”, decían. Pero para Belén no era suficiente respuesta.

Por eso decidió poner en marcha su experimento. Primero probó en ella misma, usando sus propios ojos para experimentar. Preparó cuidadosamente cada paso. Pegó con cinta la lámina en la pared donde había visto el punto de luz. Buscó una linterna potente. Como era de día, cerró todas las persianas y las cortinas para que no entrara la claridad del exterior. Se sentó en la cama, como lo hacía cada noche y, con la luz de la linterna apuntó al dibujo. Clavó sus ojos en la lámina, sin parpadear, hasta que los ojos se le hicieron arenosos, como secos y ahí, los cerró, a los quince segundos, según calculó. Al principio le pareció que todo desaparecía, pero a los pocos instantes, reapareció una imagen algo confusa, eran los globos que cambiaban de color: lo anaranjado pasaba a ser azul, los colores eran todos diferentes y brillaban. El canasto con la niña se movían como volando, el pasto del suelo no era verde, era rojo. Ella los perseguía con los ojos, sin abrirlos, y el dibujo parecía una película loca. Belén, tomó nota en su cuaderno, de todo lo que le pareció importante para tener en cuenta.

He aquí, entonces, su primera hipótesis: “Las imágenes que quedan en nuestros ojos cuando los cerramos, no son las mismas que cuando las vemos con los ojos abiertos y, además, se mueven.” Su hipótesis había quedado probada y tomó nota en su cuaderno.

Ahora bien, Belén tenía que conectar su teoría con el problema de su hermana: el terror nocturno.  Celeste no tenía imágenes para recordar mientras dormía. Belén creyó tener en sus manos la solución.

Bien, esa noche, cuando se fueron a acostar, Belén tenía todo preparado para hacer su experimento. Midió la distancia entre los ojos de su hermana y la pared, para que la experiencia fuese lo más parecida a la suya. Usó la misma lámina, la misma linterna y el mismo método.

- Celes, mirá  fijo un rato el dibujo, no parpadees. Yo te digo cuándo tenés que cerrar los ojos, te va a parecer como que tenés arena, o como que se te nubla la vista como cuando abrís los ojos abajo del agua.

Celeste, abriendo mucho los ojos y aguantando el parpadeo reflejo, miraba la lámina mientras Belén apagaba la luz del techo y prendía la linterna apuntando al dibujo. Así estuvieron quince segundos, que es lo que Belén calculó que podía aguantar, como ella.

- Ahora cerrá los ojos – Le ordenó.

Celeste puso en funcionamiento su cámara oscura; algo vio, Belén estaba segura porque la pequeña sonrió, parpadeó y volvió a cerrar los párpados.

- ¡Está ahí! – Decía -¡La nena y el oso están volando!

‘¡Funciona!’, pensó Belén sumamente entusiasmada mientras su hermanita, con los ojos cerrados, le decía, señalando con su índice: -¡Los globos están ahí! ¡Ahora ahí! ¡Y ahí!- Y movía el dedito para todos lados.

- ¡Otra vez!- le dijo Celeste, con sus ojitos brillantes.

La niñita la observaba a ella y a la lámina, y, cada tanto, cerraba los ojos y de golpe, sonreía y volvía a mirarla y, así, poco a poco, el sueño la fue venciendo.

Esa fue una noche gloriosa. No hubo gritos, no hubo llanto, ni siquiera un sobresalto. Maravillosas noticias para una científica que acababa de comprobar la hipótesis que había formulado en su cuaderno: “El terror nocturno desaparece cuando se proporciona una imagen colorida que pueda ser recordada.”

A la mañana siguiente, Belén felicitó a su hermanita por dormir tan bien durante toda la noche y le preguntó si había soñado. Pero Celeste la miró curiosa y la sorprendió con otra pregunta: ¿Eso que vi anoche con los ojos cerrados es soñar?
-Bueno,- respondió Belén  –es soñar cuando ves como una película mientras estás dormida.
-Mmmmm- se quedó pensativa Celeste. –No sé, no me acuerdo.


La respuesta dejó a Belén tan curiosa como al principio.