martes, 9 de agosto de 2011

Segismundo y Elmira.

Podría decirse que ninguno de los dos poseía los escrúpulos suficientes como para no herirse mutuamente, especialmente ella, que era la más mandona, sistemáticamente cabrona y malhablada. Aunque deberíamos aclarar en este punto del relato a qué nos referimos cuando decimos mal hablada; en este caso, a qué me refiero yo, como autor, que para eso estoy escribiendo esta breve historia y para que se entienda. El ser malhablado nos lleva a pensar en palabras que el diccionario, y me refiero al de la Real Academia Española, a veces tiene en su nómina de vocablos pero que para su uso, persisten ciertos reparos, ya sea por locación del hablante o por status social. No es lo mismo mencionar 'córrete' en España que en Argentina, y ello puede derivar en erróneas interpretaciones entre el emisor y el receptor; ni hablar de los que escuchan indirectamente la comunicación, que ni siquiera saben de lo que se está hablando. Pero en este caso en particular, el de los dos hermanos malhablados, nos encargaremos de dejar en claro que son justamente palabras que entendemos como groserías.

Para el caso de los hermanos, Segismundo y Elmira, gente de más de cincuenta años en su cronología de vida, él cincuenta y dos y ella sesenta y tantos, ya se sabe que las mujeres, por coquetería ocultan la verdadera edad, y por ende sus fechas reales de natalicio; decía, que para el caso de quienes hoy nos ocupan, no podemos decir lo mismo de sus pensamientos, que eran los correctísimos para ellos. Pensamientos filosos, egoístas, insanos; correctos malos pensamientos. Erróneas malas palabras, correctos malos pensamientos, depende de las subjetividades de los protagonistas y de los lectores, eso lo dejo al libre designio de las especulaciones personales.

Segismundo, persona de actitudes grandilocuentes, tenía por costumbre hacer sus apariciones matinales con grande alharaca, ejecutando en el combinado antiguo uno de sus discos predilectos, el de Wagner, en especial La Cabalgata de las Valquirias, cosa que a su hermana, la preparaba para sus ataques certeros con el simple objetivo de su propio disfrute y alimentación del morbo. Ella sabía que él se estaba levantando, sabía que comenzaría a demostrarle toda su sapiencia y sus desventuras, sabía que se merecía todo lo que le sucedía. Sin embargo, ella no se merecía vivir el resto de su vida con un inválido egoísta, autocompasivo, siempre en busca de atención, cosa que ella estaba decidida a no entregarle.

- ¿Vas a venir a desayunar?, ya tenés caliente el café con leche.- Le gritó desde la planta baja. -¡Apagá esa porquería que pusiste y vení de una vez, que el desayuno se enfría!-

El hombre, en su intento por ser hermano y en su intento por ser hombre, se quedaba masticando las palabras que de sus pensamientos afloraban como cardos y ortigas, que querían salir sin filtros, que pugnaban por colarse entre alguna abertura de las vendas, por los yesos, por el cuello ortopédico, porque estaba completamente envuelto, excepto en las zonas de las articulaciones y sus genitales, que quedaron liberados gracias a la lucidez de uno de los traumatólogos que lo sugirió. Propenso a los continuos accidentes, que por cierto siempre tenían como consecuencia desde esguinces, fisuras y hasta quebraduras en sus huesos largos, cortos y planos también, Elmira ya no le prestaba atención, para qué, si siempre iba a estar así, si se curaba, iba a volver a accidentarse y a lamentarse de su desgracia. Todas eran desgracias para Segismundo, varios fracasos matrimoniales dejaron hijos desparramados por el mundo con madres que ya no tenían los cuerpos de Venus que él había adorado. Seres viles, bajos, decrépitos que osaron modificar su cuerpo luego de haber parido a sus herederos. Ya no tendría, desde que sufriese de hemiplejía, agravada con un problema que requería la extracción de líquido de su cerebro a través de una válvula insertada en su cráneo, la posibilidad de mantener relaciones sexuales como manda la naturaleza. -Ya no puedo coger, no se me para esta salchicha hervida.- Pensaba; y en eso se aferraba para persistir en aleccionar a sus ex, demostrando su delgadez, que esa sí la mantenía, no como ellas, que habían quedado gordas y deformes.

-Vamos, pedazo de infeliz, ¿vas a bajar? Le volvió a gritar Elmira mirando desde la puerta del comedor sin levantarse de la silla, es decir, estirando lo que el cuerpo le daba para observar el espectáculo que sobrevendría. Porque no es lo mismo tener un hermano hemipléjico con dormitorio en planta baja que en planta alta. -Poné Damas Gratis, Sin Bombacha, que esa sí que levanta el ánimo, vamos, que te estoy esperando- Le dijo, mientras mojaba el pan con manteca en el café con leche y se quedaba observando.

Segismundo había desarrollado una técnica para descender las escaleras, de acuerdo a las posibilidades que le proveyesen los yesos y vendas de turno, aunque la parálisis ya la tenía para siempre, el caso es que al tratar de movilizarse en el sillón de ruedas, éstas derrapaban con una soltura digna de piloto de pruebas y acrobacias varias; giraba los rodados y, por cada giro, solamente avanzaba unos míseros centímetros.

Con sus mejores recursos de estilo le profirió a su hermana una soberana puteada, ya que él no era afecto a decir sin filtros todo lo que pensaba, pero lo pensaba, y como fue dicho antes, bien pensados los malos pensamientos. Su hermana con malas palabras y él con malos pensamientos. Dúo difícil de sobrellevar pero bastante más sencillo de comprender desde afuera, tratando de no mezclarse en sus cosas, que eso tendría consecuencias nefastas para el equilibrio emocional de cualquiera. Una vez que comenzó a sonar damas gratis, con el notorio beneplácito de Elmira y el disgusto de Segismundo, los derrapes lo llevaron hasta la escalera para comenzar el descenso, lo cual, usted lector, imaginará como tarea a simple vista imposible. Diríamos que grotesca, ruin, baja, en posiciones tragicómicas diríase que esta especie de hombre bajó los escalones, sin saber que su hermana, ya había hecho reparar la silla que está adosada a la baranda. Elmira se divertía al verlo, se regodeaba de verlo en su arrastre y también observarlo treparse solo, a la silla de ruedas de la planta baja.

Nuevamente derrapó, mucho esfuerzo le llevó llegar a la mesa del desayuno, por cada giro normal de las ruedas debió realizar cuatro, que para más precisión serían unos tres y medio, por el diámetro de los rodados en relación a los centímetros recorridos, que si el piso no hubiese estado perfectamente encerado y lustrado, su vida sería más sencilla en este aspecto, en fin, llegar a la mesa, con los aromas familiares de antaño, lo llevaron a su infancia, a esos años en que la vida era vida con mamá mimándolo a él y torturándola a Elmira, que para eso era mujer.