Todo quedó quieto, silencioso y, sin embargo, amenazante. Lo que sí se movió es el mercurio del termómetro, que bajó en la escala. Empiezo a sentir frío. Si miro al cielo no hay una sola nube, no pasa un ave, un avión, nada; veo todo ese azul celeste y acá, más cerca, una transparencia inusual. No hay polvillo, ni polen, ni pelusas flotando siquiera. Las sombras no se han marcado desde hace horas, o eso me parece.
Ahora, como un evento largamente anunciado, aparece esa bola de fuego que se cruza de norte a sur y estremece mi conciencia de las sombras normales. Todo aquello en lo que creía se ha desfigurado. Y lo peor, no ha durado nada.