El verdadero relato comenzará después de leer este texto. Nadie podrá prever su alcance. Ni siquiera podrá preverse si quien lo copia lo leerá. Si usted lo está leyendo en este momento, notará cierta ausencia. Tal vez no. Pero eso que no está, usted lo traerá hasta aquí, a su memoria, a su interpretación; para que lo que estas palabras tratan de decir, al menos, le digan algo. ¿Para qué lee, si no?
Por eso, le voy a ayudar a acarrear eso que todavía no sabemos qué es, pero que le molesta, le preocupa, le ocupa el día y a veces le cuesta más de una noche de insomnio. Hágale un espacio entre esta palabra y el punto que sigue.
En esto coincidiremos, y no es magia sino sentido común, tiene que ver con la misma vida. Esa que es común a todos, por vivos o por muertos, por presencia o ausencia. Sin embargo, el objeto de nuestro pensamiento no va a coincidir con los de los pensamientos ajenos. No con todos. Ni con muchos. Con suerte algunos.
Y ya se estará preguntando a dónde quiero llegar con tanto palabrerío. Llegaré hasta donde usted, lector, lo permita, si es que todavía está leyendo. Si es así, es porque le gusta leer, le gusta pensar y no quiere recibir todo masticado, deglutido y regurgitado. Eso se lo deja al bolo alimenticio, lleno de saliva. Si está acá conmigo, aún hasta ahora, es porque no le gusta que le den todo atravesado por la interpretación de otro como un absoluto de verdad; usted quiere un relato que pueda completar con sus propias ideas.
Ahora, si me permite el atrevimiento, me gustaría saber qué es lo que completó entre la palabra y el punto.
¿Nada? No se preocupe. Le puedo facilitar una palabra: problemas. Y no soy pitonisa. Son, simplemente, situaciones por resolver. Aunque de esas, tenemos todos.