Podés completar la lectura escuchando La fulana, por Jorge Vidal
Se me
había ocurrido que ella iba a ir. Llegué con el pantalón arremangado hasta las
rodillas, sin medias y con los zapatos en la mano. Le pedí al mozo un poco de
algodón y alcohol porque me hice un tajo con algo que no vi cuando crucé la calle.
Era una locura creer que iba a verla llegar, como todos los días, a su trabajo.
Miraba la
calle a través del vidrio de la puerta como un perro esperando encontrar
comida, la vidriera del bar estaba tapada de gente apelotonada abajo de los
toldos. Soy un iluso, pero tenía la esperanza. De cualquier manera tenía que
quedarme al menos hasta que el agua de la calle bajara un poco, como para
cruzar hasta la parada del colectivo.
Los
conocí en el cumpleaños de un amigo en común. Todos tomando alcohol menos yo,
que no puedo. Cualquier hombre se da cuenta cuando una mujer se le insinúa. No
pasó nada, pero era lógico, estaba el marido, estaba mi señora. Le cruzaba la
mirada todo el tiempo, ella parecía incómoda y le clavaba los ojos a mi mujer,
vi el desprecio.
Fue al
baño. Disimuladamente la seguí y le pedí el teléfono. Se negó varias veces. Me
dio un número, uno cualquiera. Después entendí. Esperé un par de días que me
llamara. Ahora no entendía. No acepto un no como respuesta ni admito un
desplante. Conseguí el número de la casa. El marido sale a las dos de la tarde
para el gimnasio. Ella llega a las doce y media del trabajo y se vuelve a ir a
las cuatro. La llamé, me atendió varias veces como a un desconocido. Así fue
hasta que cambió el número. Sé donde trabaja. Ahora sí entendí. Ella sabe que
la sigo.
En ese
tiempo llegué a creer que me estaba evitando. Estaba seguro de que el marido la
tenía controlada, porque si no quería saber nada conmigo me lo hubiese dicho sin
tantas vueltas. En cada llamado siempre fui cauto pero directo, quería verla. Ella
solamente escuchaba y cortaba. La última vez me dijo que le iba a decir
al marido. Mujer de un solo hombre, claro, tenía que hablar con él primero,
separarse.
En la
calle, la lluvia se burlaba de mi ansiedad. Me pedí otro cortado, agarré el
diario y cada tanto levantaba la cabeza para mirar un poco a ver si aparecía.
Pero habían pasado unas dos horas, ya no iba a venir.
Me
calcé otra vez cuando paró de sangrarme el pie. Estoy hecho para recibir
heridas y sufrirlas. Esta mujer me enloquece con sus evasivas y yo me empeño
más en conseguirla, es su estrategia. Por qué, si no, su sonrisa en esa
reunión, su amabilidad su nerviosismo cuando me dio el número de teléfono. Se
equivocó. Yo lo entiendo.