sábado, 3 de noviembre de 2012

Fabulaciones de un perseverante

Podés completar la lectura escuchando La fulana, por Jorge Vidal





Se me había ocurrido que ella iba a ir. Llegué con el pantalón arremangado hasta las rodillas, sin medias y con los zapatos en la mano. Le pedí al mozo un poco de algodón y alcohol porque me hice un tajo con algo que no vi cuando crucé la calle. Era una locura creer que iba a verla llegar, como todos los días, a su trabajo.
Miraba la calle a través del vidrio de la puerta como un perro esperando encontrar comida, la vidriera del bar estaba tapada de gente apelotonada abajo de los toldos. Soy un iluso, pero tenía la esperanza. De cualquier manera tenía que quedarme al menos hasta que el agua de la calle bajara un poco, como para cruzar hasta la parada del colectivo.
Los conocí en el cumpleaños de un amigo en común. Todos tomando alcohol menos yo, que no puedo. Cualquier hombre se da cuenta cuando una mujer se le insinúa. No pasó nada, pero era lógico, estaba el marido, estaba mi señora. Le cruzaba la mirada todo el tiempo, ella parecía incómoda y le clavaba los ojos a mi mujer, vi el desprecio.
Fue al baño. Disimuladamente la seguí y le pedí el teléfono. Se negó varias veces. Me dio un número, uno cualquiera. Después entendí. Esperé un par de días que me llamara. Ahora no entendía. No acepto un no como respuesta ni admito un desplante. Conseguí el número de la casa. El marido sale a las dos de la tarde para el gimnasio. Ella llega a las doce y media del trabajo y se vuelve a ir a las cuatro. La llamé, me atendió varias veces como a un desconocido. Así fue hasta que cambió el número. Sé donde trabaja. Ahora sí entendí. Ella sabe que la sigo.
En ese tiempo llegué a creer que me estaba evitando. Estaba seguro de que el marido la tenía controlada, porque si no quería saber nada conmigo me lo hubiese dicho sin tantas vueltas. En cada llamado siempre fui cauto pero directo, quería verla. Ella solamente escuchaba y  cortaba. La última vez me dijo que le iba a decir al marido. Mujer de un solo hombre, claro, tenía que hablar con él primero, separarse.
En la calle, la lluvia se burlaba de mi ansiedad. Me pedí otro cortado, agarré el diario y cada tanto levantaba la cabeza para mirar un poco a ver si aparecía. Pero habían pasado unas dos horas, ya no iba a venir.

Me calcé otra vez cuando paró de sangrarme el pie. Estoy hecho para recibir heridas y sufrirlas. Esta mujer me enloquece con sus evasivas y yo me empeño más en conseguirla, es su estrategia. Por qué, si no, su sonrisa en esa reunión, su amabilidad su nerviosismo cuando me dio el número de teléfono. Se equivocó. Yo lo entiendo.